Que nadie entienda este artículo como un desprecio a todo lo que es Pogačar y la dimensión que tiene como ciclista. El esloveno es un corredor total, difícil de catalogar porque tan pronto le puedes ver arrasar a todo el pelotón en el sterrato, danzar como los cisnes en el adoquín, escalar cual trepador puro las montañas más difíciles del panorama ciclista, ganar contrarrelojes o pelear codo con codo en terreno hostil ante corredores cuyos cuerpos pesan al menos diez kilos más.
La forma más correcta de medir el potencial de un ciclista no son sus victorias, sino sus derrotas. Para cualquier ser humano que monta en bicicleta finalizar en el cajón del Tour de Francia es una aspiración onírica que vemos tan lejana como difícil. Para Tadej Pogačar el segundo puesto en París es el perteneciente al campeón de los perdedores, un fracaso. Porque de un ciclista así, que nos malcría con la facilidad aparente de cada exhibición, siempre se espera lo máximo. Se dice eso de que no es llegar, que lo difícil es mantenerse, y a ese nivel no es de extrañar.
Cuando la gran apuesta del UAE irrumpió en el profesionalismo, era complicado delimitar qué clase de ciclista iba a ser. Lo es aún hoy, por todos los registros que mantiene. Esa capacidad para llevarse una gran vuelta y pelear los Monumentos como si le fuese la vida en ello era muy de Eddy Merckx. No muchos súper campeones lo han podido llevar a cabo. De los ocho últimos en los que ha participado hasta la fecha, su peor posición es un 5º puesto, con cuatro victorias, lo que significa una de cada dos. Eso no está al alcance de muchos ciclistas que incluso dedican sus vidas a las pruebas de un día.
Véase Mathieu Van der Poel, mucho más cercano a ese rol. Sus números no son para nada desdeñables, pero no son mejores que los de Pogačar. Con la diferencia de que el esloveno mantiene esa estadística del 50% en sus participaciones en el Tour de Francia, con dos victorias sobre cuatro participaciones. Su peor puesto es el segundo, algo más influjo de Hinault que de Fignon. La referencia a este ciclista en el título se debe a que cuando el francés comenzó a ganar el Tour (años 1983 y 1984), parecía que iba a ser él el elegido para completar el repoker de Tours que terminó de alcanzar Hinault.
Con Tadej ha pasado exactamente lo mismo, al menos hasta la fecha. A Fignon le superó el destino, ese ser que pone gusanos en el camino para más tarde recoger el sedal. Lesionó la rodilla de Hinault para que Laurent se encontrase con el primer Tour. Crecido, fue imparable en el segundo. Y ahí paró la cuenta. El destino, París, el maillot de triatleta de LeMond, su coleta al viento y seis segundos le separaron del tercero en 1989, haciendo malo el dicho ese de ‘no hay dos sin tres’. Fignon ganó dos veces la San Remo, foto que Pogačar ansía.
El aún considerado mejor ciclista del mundo no debe para ahí la cuenta de victorias en el Tour, tiene muchos años por delante, a pesar de la acechante maldición de la Bretaña. Mientras tanto, a coleccionar trofeos, victorias y galardones, como el gran Eddy, quien también era un coleccionista de pancartas como es el esloveno. Nibali fue el último campeón del Tour que se llevó Monumentos. El anterior sería ya el propio Hinault. O Fignon. El anterior era ya Merckx. Lo más de lo más, ésa es la liga de Pogačar y la escala con la que siempre se le va a medir.
Fotos: ASO / López / Ballet
Nacido en Madrid el 2 de abril de 1986, Jorge Matesanz ha pasado por ser fundador y director de proyectos como Revista Desde la Cuneta, Tourmalet Magazine o High Cycling, además de colaborar en otros proyectos como Palco Deportivo, Plataforma Recorridos Ciclistas o Con el Plato Pequeño. Tras más de 15 años dentro del mundo del ciclismo, llega el momento de fundar Le Puncheur junto a Sergio Yustos y seguir acercando artículos de opinión, casi siempre sobre ciclismo profesional.