El eterno regreso del Passo Gavia

Como cada otoño, como cada año, el Giro de Italia imagina sus recorridos mientras los aficionados sueñan con el Gavia entre los colosos elegidos, con más intensidad cuando los rumores sobre la carrera van dibujando mapas cercanos a los inicios y finales de este gigante y mito histórico. Cuando una vez más la Corsa Rosa evita los caminos de esta subida, florece la nostalgia con muchos motivos para recordar la grandeza y la gracia que tristemente no se nos concede una vez más. Grandes jornadas ciclistas se han escrito sobre estos desniveles que hoy están condenados a permanecer en nuestra memoria sólo como pasado.

Un gigante despreciado por el miedo de los ciclistas a sufrir en sus rampas. El Giro, acostumbrado a incluir riesgos y cimas cuyas subidas suelen resultar tan atractivas para los aficionados como las bajadas. Tener miedo al qué dirán, pero no a dejar a uno de sus pilares en el banquillo un partido más. No importa lo cerca que esté la carrera de estas rampas, ni lo incómodo que pueda resultar acercarse cada vez más a la subida del Stelvio. Ahí no.

Esta carretera también majestuosa parece haber ganado la partida. Es comprensible que cualquier excusa para escalar los tornanti más famosos del mundo tenga prioridad sobre cualquier otra montaña. Tampoco era necesario el olvido constante, el desprecio por su historia y una cima que ha hecho del Giro lo que es hoy, una de las carreras ciclistas más apreciadas por sus grandes subidas. El miedo a la nieve, a los recuerdos de la edición de 1988 con los ciclistas subiendo por esas rampas que más parecían el Everest o el K2 en sus peores ventiscas.

Todo son excusas. El daño que el todavía sterrato hizo a los favoritos en 1996, cuando la maglia rosa Olano sufrió para no perder contacto, el duelo entre Casagrande y Garzelli en 2000, o como complemento en todas aquellas etapas que terminaron con el manido Mortirolo-Aprica. El Gavia merece más respeto. Cuando concluyó la etapa de 2019 en Ponte di Legno, al pie del propio puerto, se produjo una extraña circunstancia.

Las clásicas y maravillosas exposiciones de fotografía y color que el Giro lleva a la salida y a la meta en recuerdo de las grandes gestas locales. Ese día el protagonista fue el Gavia, aunque fue amputado del recorrido por el exceso de nieve en su calzada. Paredes blancas que eran imposibles de quitar. No importó en absoluto, porque el artista principal de ese día fue la subida al Mortirolo, esa empinada montaña que representa el ciclismo moderno del siglo XXI, pedaleo en pequeños desarrollos para suavizar las pendientes, permitiendo al ciclista escalar si quisiera las paredes de sus casas.

Llegaron al pie del Gavia, pero eligieron otro puerto para honrar y darle la oportunidad. Los dioses del Gavia se dieron cuenta del nuevo desprecio por una montaña que tanto había dado al Giro y la nieve suspendió una etapa que había comenzado su retorcida historia. Ese día la historia debería haber sido diferente, con el Mortirolo por una vez como sparring y el gigante que nos conduce de Bormio a Ponte di Legno como protagonista. No fue así y el destino pareció castigar la cobardía, el recurso fácil.

El Dios del Hielo espera una oportunidad que se le niega desde 2014, cuando se suspendió su escalada en 2013. En 2010 fue motivo de desprecio entre los ciclistas, sin aprovechar la gloria que se dio en la cima a los valientes que enfrentaron un ascenso y un descenso sólo disfrutado por los mejores y más intrépidos. En 1999 fue uno de los puntos más tristes, con la añoranza de ver a bordo al ‘pirata’ Marco Pantani, que sólo escalaría en una ocasión el Gavia y no fue aquella.

Los tiffosi aplaudieron desde la barrera a Gotti, el nuevo rey impuesto por las circunstancias de Madonna di Campiglio esa misma mañana. Se temía que la carrera se interrumpiera en estas subidas. Desde que el Gavia debutó allá por 1960, cuando Anquetil dominaba el ciclismo y supo izar la primera bandera francesa en el Giro pese a la dura oposición de Charly Gaul en estas rampas camino de Bormio, el Passo siempre ha tenido ese halo mixto de misterio y leyenda. Y evitación.

Tras la dantesca escena de ciclistas compaginando profesión con montañeros en uno de los días más duros que se recuerdan, el Gavia intentó regresar apenas doce meses después para poder mostrar sus encantos al mundo. No fue posible porque esa etapa fue nuevamente suspendida. El temor a que se repitieran las escenas del año anterior hizo prevalecer el sentido común. Parecía que había algún tipo de maldición a su alrededor por lo que entre 1960 y 1996 no hubo ascensión a esta cumbre.

Porque 1988 no lo fue, fue una lucha por la supervivencia física (y no ciclista) en un enorme congelador con la puerta abierta que hoy no sería ni una prueba soñada por algún diseñador de reality shows. Debe estar muy de moda pasar por una montaña como el Stelvio que incluso tiene una marca de coches apostando por el ‘rey’. Pero eso no significa que tengamos que vivir ciegos ante la evidencia de que el encanto de esta salvaje carretera de montaña merece respeto y mejor trato por parte de una organización que ha renunciado a uno de los mejores motivos para entusiasmarse con una carrera como el Giro de Italia. God save the Gavia.

Fotos: Sirotti