Lazkano y Aranburu, dos símbolos de la política de Team Movistar

Seguimos con las buenas noticias para Movistar. Tras los muchos comentarios sobre la elección del calendario (aquí mismo lo comentamos ampliamente), ahora toca el apartado de bajas. La excusa del dinero cada vez es menos poderosa y creíble. Se rumorea (casi se confirma) que Oier Lazkano podría haberse comprometido con Bora-Hansgrohe para las próximas tres temporadas. El conjunto español perdería a uno de sus mayores puntales, tanto en clásicas como en la lucha por las victorias de etapa. Aranburu, por su parte, suena para algún conjunto francés, país en el que goza de muy buen cartel. El vasco es un ciclista que está aportando numerosos puntos al equipo en su eterna lucha por evitar el descenso de categoría, la obsesión (a mi juicio cortoplacista) que recorre los esquemas del Movistar.

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Los proyectos a futuro requieren de una planificación seria y rigurosa, con visión, un pelín de suerte y, por supuesto, el trazado de un plan. No dudo que exista, ni siquiera que este tenga todo el sentido del mundo. El problema viene en esta ocasión por el resultado: por uno u otro motivo, los corredores más importantes acaban por abandonar el barco. Si el análisis de la situación de modo interno es que se trata de un problema económico o de conjunciones planetarias, se equivocan. Cuando se acierta una vez, puede ser fruto de la casualidad. Cuando se acierta siempre, algo se estará haciendo bien. Aplíquese también al contrario. El caso de Carlos Rodríguez, absolutamente firmado en su día, es un símbolo de qué rol juega este equipo en el panorama internacional.

Ahora Lazkano y Aranburu, dos puntales, suenan más fuera que dentro de cara a 2025. A lo mejor el rol del conjunto telefónico debe ser formar ciclistas para después perderlos con destino a los equipos grandes o convertirlos en banderas del equipo. Véase el caso de Iván Romeo (el cual considero un acierto absoluto de Movistar, pese a que de primeras el fichaje me causaba cierto recelo, he de reconocer). El problema es que hay ciclistas españoles que han dado el salto al World Tour por otra vía, quizá desconfiando de la gestión de ver las barbas de tu vecino cortar, quién sabe. Los calendarios de Lazkano y Aranburu, por no irnos a otros ejemplos, no han sido, a ojos de bastante gente, los más entendibles o explicables, al menos de cara a la cada vez más exigua opinión pública.

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La tendencia es clara y fácilmente observable. La pregunta consiste más en saber qué se puede hacer para que los corredores desarrollen en el equipo sus mejores años y no se marchen a otras escuadras con las que cualquier comparación, por ejemplo, en lo económico, haga palidecer las ofertas que se puedan plantear desde Movistar. Cuando no se puede convencer a cañonazos, habrá que intentarlo con tirachinas, si se entiende el símil. También se puede valorar el potencial del ciclista y no esperar a que este explote del todo y plantee la renovación en términos imposibles por haber despertado interés de otras escuadras. Es decir, alejar la miel del oso.

Después está la sensación de desafección (seguro que no del todo real en muchos casos) con los corredores que toman la puerta de salida. Se espera en demasía para hacer oficial el listado de altas y, sobre todo, de bajas. Como espectáculo y contenido en redes sociales, muy potente. Como futuro germen de ganas por fichar por el equipo, también muy efectivo, pero en negativo. Toda esa gestión parece nimia, pero no lo es. De puertas para afuera es una forma de comunicación con las futuras incorporaciones. De puertas para adentro, también, que el boca a boca también es poderoso en el mundo del ciclismo, un pañuelo más pequeño de lo que muchos de quienes habitan la burbuja se imaginan.

No es casualidad que un conjunto que en 2019 contaba con varios de los mejores ciclistas del mundo del momento (Valverde, Quintana, Landa, Carapaz…) haya pasado en apenas cinco años a la casi total irrelevancia. Que Pelayo nos deje ver el bosque. Una victoria de etapa a cargo de uno de los mejores ciclistas españoles del presente no basta para justificar absolutamente nada cuando conforme finalice el Tour de Francia se irán confirmando las noticias esperadas y filtradas a la prensa. Y es que cada año que pasa las herramientas de la plantilla se ven reducidas. En 2024 fueron diez los fichajes. En 2025, según parece, son también diez los ciclistas que finalizan contrato. ¿Habrá otras diez altas de cara al próximo invierno?

Quizá la vista deba estar puesta en 2026. Los ciclistas que acaban contrato en 2024 e interesen a la escuadra ya deberían estar renovados y requetefirmados desde hace tiempo, visto que si no se escurre la opción de quedárselos a última hora. Los que causen baja para 2026 y no se quiera que así sea deberían empezar a recibir llamadas para renovar. Ahí el problema será, quizá, la continuidad del sponsor primero, claro. Un problema de mayor altura y que puede hacer que estas pequeñas reflexiones pasen a un absoluto segundo plano. Pero independientemente de la gestión, sea cual sea la dirección a tomar, debería cambiar. Dos más dos serán siempre cuatro. Si queremos que el resultado sea cinco, habrá que generar otra suma de factores.

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