Pasan los años y los ciclistas, como es natural. Pasa la gente, los lugares, las ilusiones, también los problemas y los años, sobre todo, eso, los años. Ídolos van y vienen, el ciclismo permanece y cambia. A veces una voz te sorprende («O’Connor, si no quieres correr, vete a casa»), a veces (el resto) no mucho. En otras, los jóvenes van cumpliendo las expectativas y se aúpan sobre la barandilla que les muestra su propio destino.
Es el caso de Antonio Tiberi. Sí, aquel ciclista que mató a un gato (el dicho de «matas a un perro y te llaman mataperros» en versión minina) y fue expulsado sin muchos paños calientes de la disciplina del Trek-Segafredo de entonces.
El destino (y el Bahrain) le dieron una oportunidad y vaya si la está aprovechando. Con el ciclista de Frosinone, en el Lazio, firmando una gran Vuelta a España, era fácil caer en la cuenta de que el conjunto de Pello Bilbao, Santiago Buitrago y Damiano Caruso necesitaba un líder de cara al Giro de Italia del año próximo. Sí, Damiano está, pero los años pasan, las nubes se levantan y estamos camino de las 38 castañas (o vueltas al sol, que cada uno encuentre su manera cursi de medir la edad). Haber nacido en el siglo XXI garantiza tener edad para crecer en las proximidades del cuarto de siglo. Su momento es ahora, sus mejores días por venir. Pero es ahora. Sin prisa, pero sobre todo sin pausa. Clave.
Siendo una gran promesa, alcanzó la orilla del Trek. Buen proyecto, con Segafredo como garantía italiana. Su episodio con el gato le hizo saltar en mitad de temporada de un proyecto pseudoitaliano a otro. Ha pasado de formar parte de la colonia de Milan y Ciccone a otra algo más exigua, con más talento joven transalpino. Por eso ha encontrado el hueco, la forma de sobrevivir a la mala prensa.
Una trayectoria que se torció, que viró hacia el suelo, como la espectacular torre de Pisa, no muy lejana de su amada Roma. El Giro 2024, la cumbre nevada (por inalcanzable, visto lo visto) del ciclismo italiano, ha confirmado a Tiberi que puede, que hay ciclista y que hay recorrido. Sólo tiene que terminar de creérselo y esperar que los años de vacas flacas del Giro (no todos los años habrá cash para pagar a las estrellas del momento) le dejen el camino libre hacia el estrellato.
Por ello, ahora pasa a ser la esperanza italiana. Del mismo modo que Ayuso y Rodríguez (Carlos) lo son del españolío en ciclismo, Italia ha pasado a lucir la cara de Antonio en la franja blanca. Es lo que hay, no hay mucho más. Viene Fortunato, viene Pellizzari… pero la esperanza más consistente es Antonio, «el gato de Frosinone». Capacidad para escalar, también para contrarrelojear.
Ahora que el Giro ha abierto esa vía de más cronómetros, por qué no pensar en favorecer a los de casa y mantener esa tendencia. Aún hay distancia con algunos de los top que persiguen a distancia a Tadej Pogacar. Apenas dos minutos y algo, conste, que tampoco es ninguna barbaridad. Dos sustos en la montaña que resta y cuidado con el de Bahrain. Esa esperanza le convierte en la Capilla Sixtina, un sitio de rezo y deseo de recuperar la creencia.
Tras terminar su obra y encumbrarse como Miguel Ángel, ahora tiene la difícil misión de relevar a Nibali (Vincenzo, no Antonio, ex ambos del Bahrain que luce a Tiberi). Las grandes, en concreto el Giro, anhelan esas banderas italianas en los primeros puestos. Las necesitan. Sí, en 2024 la concurrencia no da el miedo que da la del Tour, no es una medida exacta. Tampoco estuvo mal la medida cualitativa de la Vuelta, dando la cara y despellejando piernas en puertos durísimos ante rivales, esta vez sí, de primera categoría. Si continúa eligiendo bien y esquiva meterse en líos absurdos de juventud, lección que parece aprendida, hay diamante para pulir y espacio para el brillo.
El Giro debe ser su carrera, su foco. Lo mismo que Tiberi debería ser para RCS un objetivo, una manera de volver a apegar el ciclismo a sus ciclistas. Quizá la única forma de supervivencia que le quede a Vegni y los suyos para desmantelar la red despreciativa que año tras año acude a su carrera.
Tiberi ya se cobró la vida de un gato, que es la que se ha cobrado irónicamente de sí mismo al tener la opción de renacer en el ciclismo profesional. Por tanto, a no ser que posea bigotes y garras escondidas, debe aprovechar esta oportunidad que le ha traído hasta aquí. A ser la nueva esperanza, el nuevo elemento de distracción de una masa que ama el ciclismo y echa de menos a Nibali, a Aru, a Simoni, a Cunego, a Bettini, a Garzelli e, incluso, a Pantani.
Nacido en Madrid el 2 de abril de 1986, Jorge Matesanz ha pasado por ser fundador y director de proyectos como Revista Desde la Cuneta, Tourmalet Magazine o High Cycling, además de colaborar en otros proyectos como Palco Deportivo, Plataforma Recorridos Ciclistas o Con el Plato Pequeño. Tras más de 15 años dentro del mundo del ciclismo, llega el momento de fundar Le Puncheur junto a Sergio Yustos y seguir acercando artículos de opinión, casi siempre sobre ciclismo profesional.