Del cuerpo a la experiencia: el oficio del ciclista

Más allá de vatios, frecuencia cardíaca y alimentación, existe un elemento que no se mide en datos: el oficio. Conocer la carretera, anticipar movimientos, proteger la posición y gestionar la energía son habilidades que distinguen al ciclista completo del que simplemente participa.

En el otro artículo os hablé sobre las cualidades fisiológicas que determinan que un ciclista de resistencia pueda rendir mejor: mitocondrias, capacidad de oxidación, el papel del intestino, el metabolismo…
Pero el rendimiento no depende solo del cuerpo. No basta con tener estas cualidades fisiológicas; también es fundamental tener el oficio.

En este artículo voy a tratar de describir qué es el oficio ciclista, esa combinación de experiencia, calma, estrategia y control que marca la diferencia entre simplemente competir y entender profundamente la carrera.

El ciclismo no se reduce a cruzar la meta el primero ni a acumular victorias. Hay corredores que tienen el talento de saber ganar, otros que no lo tienen, pero voy más allá, a otra cosa diferente: lo que para mí significa tener oficio. Para quienes conocen este deporte desde dentro, el verdadero valor reside en esa mezcla de experiencia, serenidad y la capacidad de leer cada situación de la carrera como si fuese un tablero de ajedrez en movimiento.

Tener oficio no significa solo vivir como un monje: entrenar, descansar, alimentarse correctamente y mantener una rutina impecable. Trata de mucho más que eso. Es la habilidad de anticiparse a cada giro de la carretera, de conocer el rutómetro de la carrera y saber con precisión cuándo se va a seleccionar el grupo o cuál será el punto clave. Es entender cuándo el viento se volverá enemigo o aliado, colocar al equipo en la posición correcta para que nadie quede atrapado en los abanicos, y estar atento a cada detalle técnico: la elección de los neumáticos, la presión exacta o incluso qué ropa usar según la etapa y el clima.

Foto: Photosport Ciclismo González

También es saber dar pedales dentro de una rotonda lo más pegado posible al de delante para no comerte el látigo, o mantener la sangre fría cuando te meten el manillar y no puedes perder la posición. Es tener el instinto y la calma necesarios para sobrevivir en el caos del pelotón sin perder el control ni la cabeza.

Un corredor con oficio se mueve con serenidad. Baja al coche del director sin prisa, habla con calma, toma los bidones y vuelve al pelotón con la misma tranquilidad. Sabe moverse entre los coches, aprovecha la caravana, y nunca intenta adelantar tres coches de golpe. Cada movimiento está calculado, cada acción medida. Incluso ante una avería o un imprevisto, mantiene la calma, porque entiende que la carrera no se gana solo con fuerza, sino con inteligencia, paciencia y disciplina.

El oficio es esa diferencia invisible que separa al corredor que simplemente compite del ciclista que comprende profundamente el arte de la carrera. Es la suma de experiencia, previsión y control; la capacidad de mantener la calma cuando todo a tu alrededor se acelera. Es anticipar, organizar, cuidar de uno mismo y del equipo. En pocas palabras, es ser un ciclista completo: aquel que transforma cada pedalada en sabiduría.

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