Radiografía del ciclismo (parte I): Defectos del ciclismo ardenero

Terminan las clásicas de primavera y las siempre festivas Ardenas. Amstel, Flecha y Lieja, casi siempre en ese orden, traen las cotas y un tipo de ciclismo que no siempre ha ofrecido el espectáculo esperado. Porque son pruebas con recorridos preciosos. Lo eran incluso antes de ser intervenidas por la urgencia y la necesidad de ver carreras desatadas más allá de los últimos kilómetros. Se señaló a un claro culpable, dado el cambio de recorrido de Amstel y Lieja, y era el trazado. Como es habitual en el ciclismo (y en el mundo) moderno, los análisis se quedan en la superficie, en el titular. En lugar de enfrentar la realidad y poner a los ciclistas frente a un espejo, es más fácil culpar al empedrado, a quien no puede defenderse. Esas soluciones simplistas se ven suavizadas por la niebla engañosa que traen los cuatro ciclistas del momento: Tadej Pogacar, Jonas Vingegaard, Remco Evenepoel y Mathieu Van der Poel.

Ciclistas teóricamente espectaculares que no siempre producen carreras espectaculares. Si uno de ellos toma la delantera, la carrera se acaba. La oposición se rinde y pone poco remedio. Saben que son inferiores y, como todo se basa en datos y cálculos, ya saben de antemano que el primer puesto, salvo un accidente no deseado, está asegurado para uno de estos cuatro ases. A menos que coincidan al menos dos de ellos, algo que no suele ser habitual. No existe un plan alternativo por parte de los demás, una lucha real por ganar, que sería lo que ofrecería ese ciclismo espectacular que nos dicen que existe, pero en realidad no existe. Si miramos con cierta objetividad lo que ha sucedido en estas clásicas de primavera, nos daremos cuenta de que el guion después del ataque de uno de estos monstruos es siempre el mismo: una lucha descafeinada por el segundo puesto. Antes se luchaba por el podio por falta de ambición; ahora es por la imposibilidad de mirar más allá.

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El problema de este ciclismo de tres velocidades, donde los superhéroes están a años luz de los ciclistas que disputan los demás lugares y también están a años luz del resto, que solo piensan en subir piñones y guardar energía para otra ocasión. Llegar era un mérito antiguamente, una hazaña. Hoy es un trámite, y no se le da el valor que debería porque realmente, en la actualidad, no lo tiene. Tal vez sea por la profesionalización, porque todo está trabajado y planeado, o porque saben que, de una manera u otra, se les indultará por no llegar o por llegar tarde. Los fuera de control relajados, la actitud de los ciclistas que vimos en la Flecha Valona, donde bajo unas condiciones climáticas dantescas medio pelotón terminó por retirarse. No sé, me enamoré de otro ciclismo, de ese donde los valientes escalaban las paredes heladas del Gavia buscando soluciones para honrar a un deporte y una carrera que claramente había cruzado demasiados límites con aquello. Y había razones para retirarse.

El ciclismo ardenero lleva décadas siendo muy predecible. Sin las embestidas (una por edición) de Evenepoel y Pogacar, quién sabe si hubiésemos tenido ganadores aleatorios por doquier. Con los recorridos antiguos, ya reservaban las energías para el final, dando la razón a aquellos que creen que el ciclismo se reduce a matemáticas, sumando X subidas en cierta disposición, Y metros de desnivel, y se obtiene un resultado Z que será un espectáculo para el recuerdo de los aficionados. Y no funciona así. Los recorridos son un ingrediente más, no el único ni el predominante. Y no determinante. ¿Cuántas Liejas de recorrido antiguo han sido emocionantes? ¿Cuántas aburridas? ¿Cuántas lo serán cuando Pogacar y Evenepoel dejen de ganar año tras año? Si es que no lo son ya, porque verles ganar con tanta facilidad cada vez…

La fisonomía de las carreras no es tan diferente, pero sí lo es el discurso general, cómo se han visto, vivido o narrado. Las inercias arrancadas quién sabe desde dónde.

Pero no, viviremos en la burbuja y permitiremos que la razón se esconda en los bolsillos mientras estos se llenan de otros objetos materiales. Hay que vender que el ciclismo actual es espectacular y que ver ganar a un ciclista aplastando a todos los demás como si fueran juveniles es bello y épico. Una vez tiene gracia, pero… ¿todas las veces? Si abrimos el debate, estaría muy bien analizar las ediciones de Lieja ganadas por Alejandro Valverde. Hay quienes sostienen que el murciano habría buscado otro tipo de ciclismo (uno que vaya más allá de ganar el sprint final) para aumentar su palmarés. Si hubiese sido así, podría haber ganado algún Giro de Lombardía que perdió precisamente por correr siempre de la misma manera, buscando ganar en el sprint final. El ardenero por excelencia de una generación siempre compitió para ganar siguiendo una única táctica. Por eso, cuando el escenario cambió y los planteamientos se vieron alterados, la capacidad de reacción fue nula. Ni él ni su equipo supieron adaptarse, perdiendo así numerosas victorias que podrían haber sido parte de su legado. ¿Habría conquistado tanto si se hubiese enfrentado a los rivales de hoy? ¿Y ante ciclistas más aguerridos?

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Decir esto es impopular, pero Valverde en un planeta de ardeneros habría tenido cero opciones de haberse subido al carro de los mejores ciclistas de la historia en estas clásicas. La generación con la que coincidió le permitió estar allí para rematar. De la misma manera que ahora falta otro tipo de resolución de carreras, al ex ciclista de Movistar se le echaba en falta otra apuesta que no estaba reñida con guardar la bala del kilómetro final. Así perdió las pocas opciones que tenía al llegar al sprint con Pogacar, Alaphilippe, Gaudu y Woods. Él, siendo más viejo y sin nada que perder, se lanzó en un sprint suicida, donde fue simplemente la liebre para que otros ciclistas le relegaran a la cuarta plaza. Con un enfoque tan atractivo como el del entonces flamante ganador del Tour y estandarte del ciclismo internacional, marcado de cerca por Alaphilippe, la estrategia de intentar sorprender habría sido interesante. A lo Freire en el Mundial de Verona de 1999, el primero que logró. Pero no.

Los ciclistas que compiten en las Ardenas son, por lo general, de una mentalidad bastante más conservadora. Más de guardar y esperar. No obstante, varios de los más ilustres que participan con ciertas opciones se presentan con esperanzas de clasificación general en las grandes vueltas. Siempre se ha dicho, pensado y practicado que las Ardenas son las mejores carreras para los escaladores, exceptuando Lombardía. Sin embargo, tal vez por su ubicación tardía en el calendario, la italiana ha contado más con corredores especializados en clásicas. De este modo, incluso en esto se están viendo cambios, con nuevos corredores que tal vez empiecen a sorprender en carreras de tres semanas. Quizá esta vez haya que replantear la ecuación, pensando en qué corredores han destacado para saber si tendrán opciones en las grandes vueltas, en lugar de pensar que la tendencia ha cambiado. En la última Lieja estuvieron Bernal, Carapaz, Bilbao, Bardet, Vlasov o Pogacar, entre otros.

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