Mientras la vida ciclista se tiñe por completo de color de rosa, como en la canción. Mientras algunos ex ciclistas se visten de nostalgia y se regalan victorias de cicloturista. Al tiempo que ciclistas actuales se visten de cicloturistas profesionales sin ni siquiera reparar en ello. Simultáneamente se disputa la que antaño se autodenominaba como «la carrera más dura del mundo en el país más bello del mundo», el Giro de Italia. Son tres semanas escalando y desescalando la bota itálica, para arriba y para abajo, más por el rico norte que por el paupérrimo y olvidado sur.
La evolución de las últimas ediciones del Giro no invita al optimismo. Gradualmente, la participación ha ido cobrando tintes de color amargo. Algunas estrellas han participado, sí, pero a golpe de talonario o por cuestiones de geopolítica. La ubicación en el calendario, la escasa relevancia del ciclismo italiano, el crecimiento de competidoras directas como la Vuelta, o las decepciones que las cancelaciones de etapas que por uno u otro motivo han ido desilusionando. La eterna atracción del Tour, la huida de la contrarreloj, de las montañas, del mal tiempo de los Alpes en mayo, del miedo a una caída, a contar mal los dedos en el cálculo del esfuerzo.
Todo ha derivado en una situación preocupante, donde cerrar el recorrido es casi un milagro cada otoño, y mantenerlo conforme a lo presentado casi un imposible en primavera. La consigna es hacerse a toda costa con esas estrellas que desprecian los pasos intermedios y echan cuentas de las semanas que quedan para el Tour. Una pena que el lema ‘zomegniano’ de que las estrellas de la carrera eran sus montañas haya pasado a mejor vida. Porque lo eran. Y en ellas se creaban las estrellas: Pantani, Berzin, Coppi, Bartali, Ugrumov, Tonkov, Simoni, Olano, Roche, Hampsten, Savoldelli, Cadel Evans, Mikel Landa… todos ellos creando leyenda a partir de esas tres semanas por Italia.
Todos ellos no eran antes del Giro la figura que serían a posteriori. El triunfo en Italia, de uno u otro modo, les convirtió en mito, en ciclistas a seguir… y a fichar. Revalorizados, con futuro, todos ellos hicieron o han hecho una gran carrera, repleta de éxitos. Por supuesto, en uno u otro punto de sus vidas ciclistas acabaron sucumbiendo por el magnético Tour de Francia. Pero el ciclismo en ese aspecto es promiscuo y permite tener varios amores, incluso despreciar a uno y priorizar a otro por interés momentáneo. Es normal, la circunstancia de cada uno marca el calendario y los objetivos. Las carreras siempre estarán ahí, esperando a que el intento de conquistar el mundo quede en eso, en un mero intento, y se acepte que sus ambiciones (o de sus piernas) tienen más que ganar en mayo que en otras fases de la temporada.
Antaño, un ciclista que terminaba en el top ten de una gran vuelta era mirado con lupa. «Ojo a este ciclista, que empieza a asomar», se decía siempre. En la actualidad, los talentos emergentes acaban por arrasar y posicionarse en cabeza desde muy pronto, lo cual malacostumbra a los ojos críticos y despista a la hora de juzgar futuras leyendas. La lástima es que en 2024 ser top ten en el Giro de Italia (extensible quizás a las otras dos grandes) significa únicamente que te has dedicado a pelear la clasificación general. Porque, si repasamos en detalle, ¿Cuántos ciclistas disputan una clasificación general?.
El ciclismo actual permite y justifica que quienes no tengan ya opción alguna de disputar se dejen caer y ahorren energías que se necesitarán más adelante. En realidad, es difícil pensar en ejemplos procedentes de otros deportes. O de la vida. Algunos ciclistas no llegan a meta habiendo dado el máximo, es un hecho. Cuando la cosa se pone seria, si no están en lucha por la general, desconectan y a esperar. Suben coronas, charlan y buscan grupo para esquivar, llegado el caso, la amenaza del fuera de control. Otros no, otros dignifican la profesión y las carreras llegando hasta donde las fuerzas les dan un día y otro día.
Por ello, tal vez una quincena de ciclistas acabe por disputar una gran vuelta en la actualidad. Por tanto, finalizar en 15ª posición, algo que hace décadas tenía valor, carece del mismo. A poco que un desfallecimiento, una enfermedad, un abandono o un contagio de Covid elimine a dos o tres rivales, con resistir al paso de los días basta para estar entre los diez mejores. No es un mal del Giro, pero sí es un mal que se acentúa año tras año en el Giro. El paradigma va cambiando, el ciclismo evolucionando. Y el marco se va estrechando poco a poco sobre los ciclistas que son, en realidad, candidatos al cuadro de honor de una Grande. ¿Cuántos ciclistas disputan las montaña? ¿Cuántos la ciclamino? Ya no por conquistarla en Roma, sino por lucirla un sólo día. Esos días de podio y foco que antes se buscaban y valoraban como lo que más.
Si en aquellos Giros de los noventa finalizar en el top ten indicaba la calidad indudable del ciclista, en la actualidad sólo implica que es un ciclista que ha peleado por ello. Antes, un mérito. Ahora casi simplemente pasar por allí. No es culpa de los ciclistas que están disputando, al contrario. Pero sí de la concepción de un ciclismo encaminado a devorarse a sí mismo, aunque esperemos que también a sobrevivirse a sí mismo. Una lástima que los problemas no encuentren solución. Pero para ello habrá que comprender que el problema existe (un clásico) y por ende querer ponerle solución, ambas aún por demostrar.
Si los fueras de control fuesen más exiguos y de alguna manera se premiara (o penalizara) a los ciclistas que disputan e intentan dar todo de sí, otro gallo cantaría. Las clasificaciones generales volverían a ser una referencia real de fuerzas, de capacidades, de futuro. En la actualidad lo son de quién se ha dejado ir más que quién. En una semana de Giro, sólo unos sesenta ciclistas están por debajo de la hora de retraso en la clasificación general. Una crono de 38 kilómetros, dos llegadas en alto leves y un pedazo de sterrato. En 2023 eran 87 y 70 en 2022. En 2008, por irnos a alguna fecha, eran 131. En 2004, 135. Cifras que suponen el doble que en 2024. Y eso que en estas ediciones se habían disputado etapas importantes. La tendencia es clara: subir coronas y desconectar; el valor de los puestos, a la baja.
Si nos vamos a las etapas al sprint, la tendencia es aún más escandalosa. Antaño, pese a la peligrosidad (que no ha mejorado precisamente) de las llegadas masivas, los ciclistas peleaban por no dejarse ni un segundo en meta con el grupo principal. Ahora, al contrario. En el primer sprint del Giro 2024 llegaron apenas noventa ciclistas en el mismo tiempo. Una etapa más llana que la palma de la mano, unos cuarenta ciclistas a más de cuatro minutos. ¿Por falta de fuerza o por falta de interés en llegar antes? La solución siempre serán superligas y ocurrencias varias. Con lo fácil que es recuperar el sentido común (aka fuera de control) y que el ciclismo vuelva a ser competido, un deporte heroico y donde algunos de sus protagonistas no den la sensación de ser meros cicloturistas a sueldo.
Nacido en Madrid el 2 de abril de 1986, Jorge Matesanz ha pasado por ser fundador y director de proyectos como Revista Desde la Cuneta, Tourmalet Magazine o High Cycling, además de colaborar en otros proyectos como Palco Deportivo, Plataforma Recorridos Ciclistas o Con el Plato Pequeño. Tras más de 15 años dentro del mundo del ciclismo, llega el momento de fundar Le Puncheur junto a Sergio Yustos y seguir acercando artículos de opinión, casi siempre sobre ciclismo profesional.
Hola Jorge:
He leído detenidamente tu artículo y he estado pensando: “qué es lo que preocupa tanto a Jorge?”.
Por qué Jorge evoca tanto el pasado ?
Por qué razón Jorge no acepta ni el cambio ni el presente del ciclismo ?
Creo que sé la respuesta…..
No lo mencionas pero en el fondo de tu artículo está el cambio del ciclismo que ha traído el mundo anglosajón.
El mundo anglosajón (primero Sky y a partir de ahí Jumbo, UAE y todos los grandes) ha decapitado ese espacio que había para “correr con emociones” (que a tí tanto te gustaba y del que te enamoraste) al haberse implementado una metodología para todo (para entrenar y para medir todos los esfuerzos ya sean en carrera o en entrenamiento). Todo en el ciclismo se ha racionalizado.
Como dicen los ingleses: “to measure is to know”. No sé cual sería la traducción correcta pero significa que “midiéndolo todo es cuando ( realmente) se saben las cosas”. O dicho mejor de otra manera: si no mides y te dejas llevar por emociones no sabes nada !
En el mundo empresarial (y en el ciclismo no es distinto) los ingleses tratan de gestionarlo todo. Ponen sobre el papel las metodologías para todos los “ working-processes” (los procesos de trabajo) y a partir de ahí introducen sus managers para gestionar estos procesos.
Si lo miras de otra manera (es mi opinión personal) la metodología es casi la justificación del enorme cuadro de managers ingleses…..pero es lo que hay….
En el ciclismo del que tú te enamoraste (y añoras) se corría por
emociones. El pinganillo y la metodología que se ha introducido han dejado casi cero espacio para las emociones de los ciclistas. Si añadimos a ese “cóctel” la especialización (mejor dicho el enfoque especializado de los ciclistas para ciertas carreras) que se ha acentuado con los puntos UCI encontramos las respuestas a las preguntas que me he hecho.
Jorge: es lo que hay. Los tiempos de antaño son para la memoria. Tratemos de conducir este ciclismo del siglo 21 de la mejor manera sin olvidarnos del pasado pero siempre mirando hacia delante. Y haciéndolo siendo críticos-positivos cuando se introducen cambios.
Que no pase como en el fútbol. De pronto han introducido la regla de los 5 cambios por partido (siempre han sido 3 los jugadores que se podían cambiar en un partido) y ya nadie se acuerda ni del por qué ni si hay que volver a los 3 cambios…..
Un saludo,
Paco Avila
Paco, no es cuestión de nostalgias, sino de rumbo. El ciclismo sigue en su burbuja sin ver que se acercan a un alfiler a toda velocidad. A mí me preocupa la tendencia, pero mucho más que se normalicen ciertos tics como los que comento. Saludos