Algunas gestas del ciclismo se recuerdan, casi tanto por la propia ejecución del ciclista, como por la ingente creatividad que propicia en el imaginario colectivo para recordarlas o denominarlas.
Por ese motivo, quizá, dejado llevar por la alegría del momento, José Miguel Echevarri, el mánager del equipo Banesto, se permitió tildar a Miguel Induráin, como “Tirano de Bergerac”, un apelativo que, sin lugar a dudas, se acercaba bastante a la realidad de lo acontecido, aquel 11 de julio de 1994, por el asfalto que une las localidades de Périgeux y Bergerac.
Es la novena etapa de un Tour que se había iniciado con un prólogo en Lille en el que, haciendo buenos los pronósticos, Boardman se sitúa como primer líder. Los medios de comunicación, gustosos de aquéllos, colocan al suizo Tony Rominger, como favorito para vestir el amarillo en París. No en vano, apenas unos meses antes, el ruso Berzin nos ha demostrado a todos que Induráin no es invencible y se ha llevado la maglia rosa del Giro.
Tras una primera semana de práctica transición, en la que lo más relevante es la crono por equipos en la que el GB-MG vence y la montonera de la primera etapa, en la que Laurent Jalabert se ve obligado a hacer, junto con Wilfried Nelissen las maletas a las primeras de cambio, llega el verdadero test en una crono de 64 kilómetros.
El calor fue asfixiante, aquel 11 de julio.
El campeón del mundo, Lance Armstrong, luciendo el arcoíris y tocado con una gorra de su equipo Motorola toma la salida. 120 segundos después, aparece en la rampa Miguel Induráin. En su casco aerodinámico se refleja el sol de justicia. Su bicicleta lleva rueda lenticular blanca atrás.
Las imágenes mostraban al de Banesto muy bien acoplado, pero cuando se tiene la primera referencia, en el kilómetro 6,5, se anticipa lo que, realmente, está ocurriendo. El de Banesto distancia en 17 segundos a Armand de las Cuevas y en 24 a Rominger. Apenas 9 kilómetros más tarde, Rominger ya cede 55 segundos, De las Cuevas 1.02 y Ugrumov 1.18.
El momento icónico llega en el kilómetro 17, cuando Induráin, sobrepasa a Armstrong. El dorsal 1 rueda raudo tras el 31, toma su rebufo y le adelanta de modo rápido. En apenas, unos segundos, el estadounidense solo podrá intuir una mancha al fondo. Es algo parecido a un misil, pero es Induráin en plena exhibición.
En la Televisión Española, los comentaristas señalan: “se va a quedar como una estatua de piedra Lance Armstrong cuando vea que ya, todavía solo con 17 kilómetros recorridos, le pasa Miguel Indurain. Vamos a disfrutar de este momento. Qué pasada le pega”.
Se recuerda, también, que unos meses antes, en Oslo, la alegría había sido para el texano, levantando los brazos y haciéndose con el entorchado universal.
La realización francesa repite el instante del doblaje, consciente de que la historia se está escribiendo en ese mismo momento.
No será solo Lance el que sufre el momento de humillación. Poco después de la pancarta de 10 kilómetros a meta, Indurain sobrepasa también a Armand de las Cuevas.
De nuevo, es procedente escuchar la emoción del momento en la narración de Televisión Española: “Cuando, en efecto, está a punto de alcanzar Miguel Induráin al hombre que salió cuatro minutos, cuatro minutos, por delante de él, ni más ni menos que Armand de las Cuevas, un auténtico especialista. Y qué pasada le pega también Miguel Induráin, lo mismo que hice con Lance Armstrong”.
La escabechina se comprende mejor con la frialdad de los datos.
El navarro, que destina 1 hora 15 minutos y 58 segundos en concluir el segmento, aventaja en 2 minutos a Rominger, que había sufrido un pinchazo, en 4.22 a De las Cuevas. Especialistas de la talla de Marie o Boardman ceden 4.45 y 5.27 respectivamente. Ugrumov, que sería segundo final en París y se haría con la cronoescalada de Avoriaz de la decimonovena etapa, pierde 6.04 y Abraham Olano, la friolera de 5.45. Marco Pantani, que ocuparía la tercera plaza del pódium, necesito 9 minutos más que Miguel.
Conviene subrayar que el suizo Rominger había doblado a los cuatro corredores que le anticiparon en la salida.
La media del español en la etapa fue de 50,539 kilómetros por hora.
Ya no volveríamos a ver más, en ese Tour, a Induráin con el maillot de Banesto, sino enfundado en su habitual amarillo.
Miguel Induráin, que fue Tirano, en Bergerac, no ganaría más etapas aquel 1994, pero también sería recordado, por su remontada en Hautacam, en la que, atrapó a un fugado Pantani, y provocó un auténtico rosario de corredores a su espalda, ascendiendo, a un ritmo insoportable, las cuestas del afamado puerto.
Ángel continúa en el proyecto tras escribir para las revistas de High Cycling. Siempre con las palabras y las lupas adecuadas.