90 años de Francisco Cepeda, primera victima mortal del Tour

El ciclismo como deporte en sí, y su práctica profesional, no están exentos de riesgos. Las caídas, los accidentes o los arrollamientos mientras se está entrenando son tristemente frecuentes en el deporte ciclista, existiendo condicionantes como las condiciones meteorológicas o el estado del medio en el que se rueda: carreteras con baches, grasa de vehículos, e incluso muy mal asfaltadas. No cabe duda de que, con el paso del tiempo, todo ha ido mejorando para dar una mayor seguridad al corredor, pero hubo un tiempo en el que trepar con una bicicleta una montaña era un reto para gente valiente y atrevida. Pero bajarla lo era aún mucho más.

Esta es la historia de Paco Cepeda, un ciclista vasco de Sopuerta, localidad minera, que fue la primera víctima mortal del Tour de Francia, en 1935. Aunque lamentablemente no está oficialmente reconocida como tal, como veremos a continuación, podría haber sido evitada.

En aquellos años, la Grande Boucle, su organizador y gran padre de la misma, Henri Desgrange, añadía, además del esfuerzo de los ciclistas y los obstáculos de la propia carrera —derivados de las condiciones y los medios muy precarios, tanto en las bicicletas como en la carretera—, algunas trabas que para él eran parte del espectáculo. Mucha gente habló de su figura como la de un auténtico tirano, y en ocasiones los medios de comunicación —obviamente no relacionados con los organizadores— enviados a la carrera se encargaban de criticar lo que no era del agrado de Desgrange, quien a veces optaba por expulsarlos.

Existían, de la misma forma, tres tipos de corredores distintos dentro del pelotón del Tour de Francia de 1935, algo así como una especie de castas. En primer lugar estaban los considerados “ases”, encuadrados en selecciones nacionales como ciclistas de primer nivel. En segundo lugar, otras figuras nacionales, algo así como selecciones de reserva para algunos países, aunque corrieran individualmente. Y por último, gente de un nivel por debajo, los llamados Touristes-Routiers, también denominados anteriormente Isolés, que se buscaban la vida en solitario como buenamente podían, tanto a nivel mecánico como de alimentación: puros aventureros de la ruta.

El vizcaíno Francisco Cepeda se encontraba en la segunda categoría, debido a que no fue seleccionado por el primer equipo español, donde existían demasiados ases y demasiados egos, con ciclistas como Trueba, Cañardo, Ezquerra o Cardona, llevando a cabo una lamentable rivalidad entre compañeros y realizando una carrera a todas luces desastrosa. Por lo tanto, Cepeda no gozaba de las prebendas de otros de sus compatriotas.

Criado deportivamente en la sección velocipédica del Athletic Club de Bilbao, y posteriormente en la Sociedad Ciclista Vitoria y la Vizcaína, contaba en ese año 1935 con más de veinte victorias como profesional, entre ellas dos ediciones del Circuito de Getxo.

Cepeda ya había tenido la oportunidad de correr tres Tours de Francia; tan solo llegó a acabar el de 1930, en la posición vigesimoséptima. Fue también, por una extraña maniobra, el único ciclista en competir con la selección española absoluta en la edición de 1931. Aunque ya era considerado veterano en aquellos tiempos, tenía mucha ilusión por participar en la mejor carrera del mundo. Como dijo meses antes en una entrevista para el diario AS: “Lo hago también por dinero”. A pesar de ello, su familia era de lo que entonces se llamaba clase media; nada apunta a que viviera necesitado.

Al parecer, no empezó muy bien el Tour para Cepeda, quien sufrió un fuerte cólico en las primeras jornadas. Durante las primeras etapas, se sucedieron una serie de pinchazos más allá de lo normal. Ese año se estrenaban unas llantas de duraluminio —una aleación de aluminio y cobre— que venían a sustituir a las de madera, pero por lo que se pudo ver, no gozaron de gran éxito debido al sobrecalentamiento de las cintas de adherencia hacia las llantas, algo que era más frecuente en los descensos al tocar tanto el freno. El italiano Martano tuvo que abandonar, y varios de los favoritos se vieron involucrados en incidencias. Se habló de traer urgentemente desde París algunas llantas de madera, algo que solo fue posible varios días después del desgraciado accidente de Paco Cepeda.

Llega la cita con la cordillera alpina en la séptima etapa. Los ciclistas transitarían entre Aix-les-Bains y Grenoble, ciudad de los Alpes por excelencia. Había que atravesar entre medias uno de los gigantes del ciclismo mundial, el Col du Galibier, en condiciones muy distintas a las actuales. Poco antes de la ascensión se produjo un hecho determinante en lo deportivo: un accidente debido a la colisión de uno de los coches de seguimiento con el astro francés Antonin Magne (se dijo que fue una mala maniobra de Desgrange la que lo ocasionó), quien se vio obligado a abandonar cuando podría arrebatarle el maillot amarillo al belga Romain Maes, a la postre vencedor del Tour y líder de principio a fin.

Esa noticia eclipsó todo lo relacionado con la carrera, olvidándose de un hecho mucho más grave que iba a ocurrir instantes después. Francisco Cepeda coronó el coloso Galibier, que se bajaba por el lado Lautaret camino a Bourg-d’Oisans. En ese mismo descenso, el ciclista vasco parece perder el control de la bicicleta. Como escribió el célebre Pierre Chany: “Parece que su estómago gira”, y se precipita llevándose por delante al italiano Vignoli. Se le bloqueó la rueda trasera, saliendo despedido y golpeándose fuertemente la cabeza contra el suelo.

Un coche de la organización —aunque en otras fuentes se dice que fueron aficionados particulares—, al ver al ciclista vizcaíno sangrando, decide llevarlo lo antes posible al hospital de Grenoble, ya que en esos tiempos el Tour carecía de ambulancia. Se llegó a hablar de un atropello, debido a que uno de los médicos que lo examinó se percató de algunas heridas que parecían no haber sido solo fruto de la caída, un hecho que nunca fue confirmado. Le practicaron una trepanación en el cráneo, con el objetivo de reducir la presión sanguínea, y su estado era de bastante gravedad.

Al enterarse de la noticia, su hermano Gerardo se puso en marcha para realizar un viaje en tren de muy larga duración. Sin embargo, cuando llegó al hospital de la ciudad alpina, Paquillo —como era conocido— había fallecido. Los compañeros de la selección española, los pocos que seguían en carrera, lógicamente consternados, quisieron abandonar, pero finalmente decidieron continuar para rendir homenaje a su compatriota.

Había muerto tres días después del desafortunado accidente, pero en los periódicos franceses —sobre todo en L’Auto, el periódico oficial, en el que escribía Desgrange su columna— apenas se le mencionó en una línea. Parecía que en las informaciones oficiales no se quería dar mucho eco de la noticia, e incluso se llegó a comentar que estaba fuera de peligro. Solo fue el 16 de julio, cuando la carrera ya estaba en Cannes —la caída había ocurrido el día 11—, cuando en un pequeño artículo firmado en L’Auto por Robert Dieudonné, se lamentaba la caída de Cepeda y su posterior muerte: “Pauvre petit Cepeda”, algo así como “pobre pequeño Cepeda”.

Con un breve discurso en la salida de Niza, los organizadores del Tour hicieron un ligero homenaje a este ciclista español fallecido en carrera. Sin embargo, muchas décadas después, no parece constar como el primer corredor muerto en la historia de la carrera francesa.

En la ladera del Mont Ventoux, donde el británico Tom Simpson se desplomó a tres kilómetros de la cima en 1967, se erige un bonito monumento para recordar su figura. Al igual que en el Portet d’Aspet, en los Pirineos, existe otro recordatorio para Fabio Casartelli, fallecido tras una caída en ese puerto durante el Tour de 1995. Por el contrario, el Tour de Francia, organizado por ASO, no ha tenido a bien homenajear a Francisco Cepeda en las rampas del Galibier, ni siquiera en la salida de Bilbao de hace un par de temporadas. Fue víctima de una caída que quizá podría haberse evitado si esas llantas de madera hubieran llegado a tiempo desde París. Era otro contexto, y las comunicaciones no eran excesivamente fluidas.

Como bien dice en una entrevista al periódico Naiz Álvaro Rey Cepeda, sobrino nieto del protagonista de esta historia:
“Mi tío fue víctima de un avance tecnológico, fue un conejillo de indias.”

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