El Giro de Italia se queda sin recorrido.




Quien no disfrute el Giro de Italia no es, a mi criterio, un amante del ciclismo. Es parte de su historia, ¿cómo no lo va a ser? También unas fábricas de leyendas insuperables, con toda la pasión mediterránea y color que el pueblo italiano vuelca sobre las tres semanas más importantes de nuestro deporte, ¿no crees? Ese arraigo que otras, como la Vuelta a España, envidian y trabajan en conseguirlo. Ese fervor popular que tiñe de rosa cada pueblo de paso es lo que mantiene la magia del Giro intacta y lo que hace que cada edición sea más especial que la anterior.

El problema de las fechas y el eclipse que produce el Tour obliga a la organización a esfuerzos de todo tipo para atraer a las grandes estrellas a su startlist. Nadie quiere arriesgar el mes de julio, ni los ciclistas ni sus equipos, es una evidencia maquillada por excepciones a golpe de talonario. Y en ese callejón sin salida se encuentra el Giro de Italia con un renglón arrancado en cuanto a la presencia de equipos transalpinos y la importancia de los ciclistas patrios, esos que vivían por y para su carrera. ¿Culpa del World Tour? ¿Del destino? El problema no es el origen, sino las consecuencias, que llevan a una carrera sin rumbo.

Las grandes montañas, esas pruebas distintivas como prueba necesaria para encumbrar a cualquier maglia rosa. Los sprints, con el aliciente de convertirse en el mejor velocista del momento en La Meca de las llegadas masivas. Esas salidas repletas de público o esas etapas de perfil imposible a los que sólo los más valientes miran con optimismo; todo eso es lo que un espectador espera del Giro. Un cómputo de moléculas que desencadenan una tormenta anual que, si bien no es perfecta, es una de las más bellas narradas año tras año en el mundo del ciclismo.

Cuando los signos distintivos desaparecen y lo que aparece son síntomas de concesiones continuas y constantes hacia los mejores intereses a corto plazo de la organización, mal asunto. No hace tanto se anunció la variación de la etapa reina para evitar el paso por Suiza, dada la presunta negativa de las autoridades del país helvético a que el Giro atraviese sus fronteras un año después del vergonzoso incidente de Crans-Montana. La modificación no desmonta una larga etapa de montaña (por encima de los 220 kilómetros), sino que añade el paso por el Mortirolo ‘blando’ antes de la nueva penúltima subida. Para llegar a Livigno hay dos vías: Italia o Suiza. Al haber caído la opción suiza, queda la italiana. Por allí irán los ciclistas. Todo si la nieve, la lluvia o un cataclismo moral no provoca recortes y suspensiones de última hora.

El cambio es hasta positivo para los escaladores, que poseen un motivo más para sonreír. Los problemas vienen por la sensación de falta de previsión y de trabajo anticipado. Una suerte de cambios de última hora que han alcanzado el número de kilómetros contra el cronómetro. Hasta 13 aumenta una de ellas debido a la negativa de una de las localidades incluidas a que la etapa atraviese sus dominios. Un duro golpe para la organización, que se ve obligada a modificar el trazado de la segunda de sus contrarrelojes, por doble ocasión. Teniendo que rectificar el cambio inicial para volver a la distancia inicial de 31 kilómetros. La herida escuece aún más.

A la falta de los grandes mitos de montaña (y los que hay se abordan por sus vertientes más suaves) hay que añadirle la falta de previsión. A los cambios de última hora por las imprevisibles condiciones meteorológicas hay que sumarle la imprevisibilidad de un recorrido que fue presentado en otoño y que en primavera ha variado sensiblemente dos de sus etapas más importantes. Todo sin conocer aún el trazado definitivo, que de por sí presenta cambios con respecto a las etapas originales. Ha habido también una modificación importante de la primera etapa. La sensación de descontrol e improvisación es insostenible.

Cuando llegue mayo, las ganas de Giro no decrecerán. El recuerdo de lo que esta carrera fue y las ganas de ver Italia a golpe de helicóptero ya dan motivos para reservarse tiempo de televisión y sofá. La mera presencia de Tadej Pogačar garantiza que se hable bien poco de todas estas cuestiones más ásperas. Los medios generalistas prefieren quedarse en la superficie, ya sea por interés o por desinterés. Mientras tanto, una importante corriente de desidia crece con los recorridos del Giro. Lo que antaño era el día de Reyes para todos los amantes de las altimetrías y los puertos es hoy un menú que tacha sus platos conforme los vas pidiendo en la mesa. RCS, con Mauro Vegni a la cabeza, deberían reflexionar muy mucho sobre esta y otras cuestiones.

Imágenes RCS