Jaime Huélamo nació en La Melgosa en 1948 y falleció en enero de 2014. A los once años emigró con su familia a Barcelona, y fue allí donde inició su carrera deportiva como ciclista. Fue coetáneo de Viejo, Elorriaga, Nistal, Melero, Tena, Pardo, Palavecino…
En una entrevista publicada por el semanario Meta 2 Mil años más tarde, Jaime Huélamo señalaba: “Yo di positivo por coramina. La coramina no estaba prohibida por la UCI, pero sí lo estaba por el COI, aunque ninguno de los ciclistas lo sabíamos” (Advierta el lector la similitud con el caso de Pedro Delgado en el Tour de 1988). “Además, la coramina no tiene un gran efecto, porque es un cardiorrespiratorio. Yo lo tomaba un poco por las salidas, porque andaba mal con el frío”.
“Ramón Mendiburu (el entonces seleccionador) me dice en San Sebastián que cuenta conmigo para la Olimpiada, pero que si no ando no podrá llevarme… Yo le dije que lo comprendía. Mendiburu me llevó a la Vuelta a Polonia para ver si cogía el golpe de pedal. Tomé varias veces coramina y mejoré los problemas del pecho que todavía arrastraba desde el Rosellón. Hice octavo, aún ayudando a José Luis Viejo. Fuimos luego a otras pruebas preparatorias a Suiza. ¡Cómo andaría allí que acabaron incluyéndome en el equipo de contrarreloj (100 kilómetros de contrarreloj por equipos con cuatro ciclistas en cada formación) aunque en un principio no estaba previsto!”
“Ya en la Olimpiada, en Múnich, en la prueba de 100 kilómetros contrarreloj por equipos, salgo sólo con un bidón de líquido. Té, glucosa y esas cosas. A los 10 kilómetros empecé a beber para alimentar al cuerpo progresivamente. En mi primer trago, me entra un dolor que yo identifico como flato. Luego supe que no era flato, sino dolor de hígado. Ya no volví a beber más en toda aquella prueba contrarreloj. Con el paso del tiempo me he preguntado: ¿Por qué me dio aquel dolor de hígado? Sufrí un montón. El dolor no me abandonó durante toda la prueba. Al día siguiente notaba como agujetas en la zona.”
“Cuando Mendiburu me dice que voy a salir en la prueba en línea, le digo que tengo mucha ilusión, pero que si tenía que andar con los dolores de la contrarreloj por equipos prefería que pusiera a otro en mi lugar. En eso quedamos. Entre la contrarreloj y la prueba en línea había un espacio de cinco días, que luego fueron más por el atentado de los palestinos. Durante esos días se disputó una prueba preolímpica en Núremberg en línea. La corrí e hice segundo. Entonces cambié de opinión y decidí correr la olímpica también. Para asegurarme una buena salida tomé la coramina. La coramina la cogí del botiquín que llevaba la selección. Un terrón de azúcar y unas quince gotas de coramina, sin darle mayor importancia. Si había prohibición, ¿por qué no se nos dijo? En Múnich no llevábamos médico, pero sí un director, un masajista, un presidente de federación… gente que debía preocuparse de esas cosas…”
Y llegó el gran día…
“José Luis Viejo era el hombre destinado a estar al final. Pero se quedó atrás. Viejo no corrió la preolímpica de Núremberg para evitar una caída. Se complicó la cosa. Samaranch (entonces presidente del Comité Olímpico Español) nos avisó el día antes de la carrera que se iba a disputar la prueba, pero al final no se hizo. (Recordemos que las fechas fueron modificadas sobre la marcha por los atentados del grupo palestino “Septiembre Negro”). Total, habíamos comido fuerte para esa carrera y volvimos a comer fuerte al día siguiente. En suma, Viejo salió hinchado el día de la prueba olímpica, con peso acumulado. El caso es que era yo el que tenía que definir la cosa. En la última vuelta al circuito había un avituallamiento de agua. Alguien vio a Morata, el masajista de la selección española, agitando el bidón de agua antes de dármelo. Y el agua no necesita que se agite…”
“Yo no noté ningún sabor especial. Además, no se nota. En las concentraciones gastábamos bromas a los compañeros. Les poníamos algo en la botella de agua, cuando iban a acostarse, y así no podían dormir. Por la mañana, te dabas cuenta que en el fondo había unos posos… Pero el gusto no se nota. En fin, a mí se me dijo que el positivo fue por coramina, pero yo nunca vi ningún documento que así lo certificase. Yo recibo el bidón pero en un principio no bebo. Me echo el agua por la cabeza. No me atrevo a beber porque pensaba que me podían volver los dolores de hígado. Faltando cinco kilómetros ya bebí pensando en que ya no podía dolerme. Llegué a meta con medio bidón todavía lleno. Lo que bebí cabe en una copa de coñac. La prensa dijo que era una medalla sin ningún valor. Pero aquel bidón sólo me sirvió para dar positivo. Para nada más.”
La medalla de oro fue al pecho de Hennie Kuiper. En el sprint por el segundo puesto, el australiano Sefton batió a Huélamo. “Me dio mucha rabia hacer tercero y no segundo. Creo que la plata estaba en mis piernas”.
“En el podio se olvida todo. Te olvidas de la carrera, ves subir la bandera de tu país, escuchas el himno y te emocionas… Allí estaban dándome abrazos los compañeros, los auxiliares, Mendiburu, Puig, Juan Gich y algún que otro periodista. Recuerdo que vino un hombre, al que entonces no conocía, y me dijo muy solemne: “Un español te felicita”. Era Juan Antonio Samaranch, entonces presidente del COE. Desde aquel día nunca más volví a verle…”
“El positivo me lo comunican a la mañana siguiente. Iba a dar un paseo con los compañeros y veo que Mendiburu, muy serio, me llama. Me comunica que había dado positivo con coramina. Yo era un chaval joven, con toda la ilusión del mundo y no sabía ni por dónde andaba. Ahora pienso que debí pedir que me enseñaran la notificación. No me enseñaron nada y no me dieron explicaciones. Y yo sigo pensando que hubo algo más, que la coramina debió ser una tapadera. No sé si estaré equivocado o no. De todas formas, a estas alturas no sirve para nada… Los de la federación sabían perfectamente que yo había ingerido coramina. Me la dio el masajista Morata. Yo fui por la mañana al botiquín, a que me dieran el masaje y a coger el avituallamiento. Le dije a Morata: “Prepárame un azucarillo para la salida”. Y él mismo me echó las gotas de coramina en el terrón de azúcar”.
“A España regresé un poco por la puerta trasera. En el coche con Ramón Mendiburu y un día antes de la ceremonia de clausura. Decidimos traernos la medalla ya que iban a pedir el contraanálisis. Luego me obligaron a devolver la medalla de bronce. De aquello guardo un mal recuerdo de Luis Puig, porque fue algo grosero y asqueroso. Cualquier cosa que diga es poco”.
“Yo, cuando vi todo aquello, pensé en no devolverla. Pero un día me llamó Cañardo, que era presidente de mi federación (la catalana) y me ordenó devolverla. Le contesté que no y se puso como una fiera. Me dijo que quién me creía que era y que no me dejaría competir si no la devolvía. Luego me llamó Luis Puig, más educado, y me dijo: “Jaime, se ha hecho todo lo que se ha podido, pero ha sido inútil; así que tienes que devolver la medalla”. Dudé unos instantes. Incluso llegué a decirles que habían entrado en mi casa unos gitanos y se habían llevado la medalla. Noté que se quedó muy cortado y tuve una reacción de esas que no sabes por qué la tienes, y le dije: “Mire, no me la han robado, cuando quiera puede pasar a recogerla, la tengo en casa de un amigo”. Me dijo que iban a hacer un duplicado y tal… ¿Para qué quería yo un duplicado falso?”
“Me decidí a hablar con mi director deportivo en el equipo Kas, Antón Barrutia. Le expliqué lo que pasaba y me dijo: “Pues mándasela con cinco duros para que se tomen una cerveza”. Ese fue todo el apoyo que tuve en Kas. Entonces meditas y se te viene a la cabeza una frase que publicó el diario “Ya” en portada y que a mí se me quedó grabada: “La medalla de Huélamo, un metal sin ningún valor”. Fue lo que más daño me hizo de todo. En páginas interiores decía que gané a base de coramina. La medalla dejó entonces de tener valor para mí. Ya sólo valía mi sentimiento interno. Yo sabía cómo la había conseguido y todo lo demás me resbalaba”.
“A Puig le dije que la medalla estaba en casa de un amigo, porque yo ya me temía algo y quería evitarle un disgusto a mi madre. Que pasaran por casa a recogerla y que yo no estuviera… Le advertí a Puig que no pasara Cañardo, que no le quería ni ver. “No te preocupes que yo mismo tomo el avión en Valencia y me paso a por ella”, me dijo Puig. Le di la dirección de mi amigo y automáticamente debió llamar a Cañardo, porque fue él quien se personó en casa de mi amigo a por la medalla. Así que hasta el último momento me estuvieron engañando…”
Raúl Ansó es pamplonés y cumple más de una década en proyectos como Road & Mud, Urtekaria, Desde la Cuneta, Planeta Ciclismo, High-Cycling y ahora Le Puncheur. El espíritu crítico y una visión siempre interesante sobre la actualidad, además de gran historiador del ciclismo.