Soy Pol Hervás, ciclista de 26 años, y hace unos meses me embarqué en una aventura que, sin saberlo, cambiaría mi vida. He pasado media vida montado en una bici, desde los 10 años, y en los últimos años competí con el equipo Brocar – Rali – Alé. Pero algo en mí pedía más, algo diferente, una nueva experiencia. Así que, cuando surgió la oportunidad de irme a Guadalupe con el Team Madras Cycling, no lo pensé dos veces.
No era solo para correr el Tour de Guadalupe, sino para pasar una temporada completa allí. Fue en marzo cuando me lancé a esta aventura, después de que un equipo local me contactara en octubre pasado. Buscaban un corredor extranjero, alguien con cualidades para ganar carreras. Me atrajo la idea de probar algo nuevo, distinto de lo que se ve en España o Europa. Y allí estaba yo, con las maletas llenas de ilusión y un billete de solo ida.
Aterrizar en Guadalupe fue como llegar a otro mundo. Todo era diferente: el idioma, la cultura, el clima… y, por supuesto, estaba solo. Sin compañeros, sin conocidos. Solo mi bicicleta y yo. Fue duro, no voy a mentir. Al principio, sentía como si estuviera en medio de un océano sin saber nadar, pero luego me di cuenta de que era precisamente ese desafío lo que hacía que todo valiera la pena. Me forcé a adaptarme: a la comida, al calor, a las costumbres. Fue un aprendizaje intenso, pero me ayudó a madurar y, sobre todo, a conocerme mejor.
En lo deportivo, la cosa empezó bien. Llegué en buena forma, no al 100%, pero sí listo para competir. En mi primera carrera, ya conseguí un segundo puesto y, a las pocas semanas, gané dos etapas y la general en una vuelta de cinco días. Pensé que todo sería así de sencillo, pero las cosas no siempre salen como uno espera. El nivel en la isla es alto, pero no hay demasiados ciclistas de primer nivel, así que, entre los buenos, siempre hay mucha vigilancia, especialmente en etapas más rodadoras, que son mi fuerte. Logré algunos resultados más: varios top 10 y algún cuarto puesto, pero me costó mucho volver a encontrarme con la victoria.
Después de un breve regreso a España en junio, donde las cosas no salieron como esperaba —me enfermé nada más llegar y luego me caí en la Vuelta a Ávila—, decidí que mi camino estaba en Guadalupe. Al volver, competí en la isla de Marie-Galante para prepararme para el Tour de Guadalupe. No tuve buenos resultados, pero me sirvió para entrenar y recuperar mi forma física. Y vaya si lo hice: gané una carrera y me sentí fuerte para enfrentar el Tour.
El Tour de Guadalupe fue, en muchos sentidos, un sueño. El nivel de los equipos era alto, con varios equipos continentales, incluyendo uno de Colombia que dominó la carrera. Al principio, tuve mala suerte con problemas mecánicos: pinchazos, fallos de cambio… Pequeños contratiempos que en una carrera rápida se pagan caro. Sin embargo, en la séptima etapa, logré meterme en la fuga buena y acabé segundo en el sprint. Me quedé con la sensación de que podría haber hecho más, pero así es el ciclismo: un deporte de detalles.
Lo que más me sorprendió fue el ambiente. Guadalupe es una isla dividida en dos: una parte montañosa y otra más plana, con un poco de todo en cada etapa. El terreno era muy variado, desde puertos cortos y duros hasta tramos más llanos con repechos cortos. Durante el año, me fui adaptando al recorrido y al clima, que al principio me afectaba un poco más, pero gracias a mis entrenamientos bajo el calor conseguí adaptarme mejor. Sin embargo, ese clima caribeño puede ser muy traicionero para quienes venimos de un lugar más seco. La afición allí es increíble. Nunca imaginé que en una isla caribeña el ciclismo pudiera vivirse con tanta pasión. Durante el Tour, la gente salía a las calles, te animaban, te daban agua, coca-cola y hasta ron o cerveza. Me hacían sentir como si fuera un auténtico profesional, aunque solo fuera un ciclista amateur.
La organización del Tour fue sorprendentemente profesional. Había retransmisiones en directo, helicópteros grabando desde el aire, entrevistas… No me esperaba un nivel tan alto, pero se lo toman muy en serio. Y yo, desde luego, me lo tomé también muy en serio.
Esta experiencia en Guadalupe me ha enseñado mucho, no solo como ciclista, sino como persona. He aprendido a adaptarme, a disfrutar de los retos y a entender que el ciclismo es más que un deporte: es una forma de vida. Estoy agradecido por cada momento, por cada subida y por cada caída. Porque al final, lo que cuenta no son las victorias, sino el viaje. Y este, sin duda, ha sido uno de los más especiales de mi vida.
Soy Pol Hervás, ciclista de 26 años de Muro de Alcoy, Alicante. Llevo compitiendo desde los 10 años y so un amante de los retos, he vivido una temporada inolvidable en Guadalupe, donde el ciclismo me ha llevado a descubrirme en formas que nunca imaginé.