El pueblo francés lo tuvo claro según fueron pasando los años, la compleja elección entre el campeón perfecto, el que nunca fallaba, siempre inmerso en ese aura de estrella de cine con un físico acorde a esos estándares, Jacques Anquetil, y el hombre que vino del campo de la región del Limousin ( Anquetil también tuvo esos orígenes aunque menos recordados) , de eterna sonrisa, de humildad en el trabajo, y siempre a la sombra del vencedor, Raymond Poulidor, bautizado erróneamente como el eterno segundón, que nunca tuvo la fortuna de vencer el Tour de Francia, ni siquiera de llevar la túnica sagrada amarilla, pero que fue el favorito de un país entero. Como hemos precisado, la suerte en el Tour le fue esquiva, y no fue por intentos, sin embargo, Pou Pou, como fue conocido cariñosamente, fue atesorando un espléndido palmarés a lo largo de su dilatada trayectoria como ciclista profesional, nada menos que 17 temporadas. Dos veces vencedor en Paris-Niza, una Dauphiné, un monumento de la talla de la Milán San Remo o clásicas de prestigio como la Flecha Valona, y hasta 7 triunfos parciales en el Tour, fueron algunas de sus conquistas, pero por encima de todas ellas deberíamos destacar su único triunfo en la general de una gran ronda de tres semanas, la Vuelta Ciclista a España de la temporada de 1964.
A finales del mes de abril de ese 1964 se dieron cita en la ciudad de Benidorm, en plena mutación de pueblo pesquero a gigante vacacional, tan solo 80 contendientes para disputar una edición más de la Vuelta a España. Eran tiempos en que las grandes figuras internacionales se llevaban un buen montante económico por comparecer en la Vuelta, un hecho que enfurecía a muchos de los ciclistas nacionales. Doble sector de inicio, con etapa en línea por la mañana y contrarreloj corta en la sesión vespertina, para el día siguiente partir con destino Nules, siendo esta segunda etapa una de las más decisivas para el desenlace final de la carrera. Una jornada marcada por el viento, y por un nombre propio, el de Rik Van Looy, el célebre rodador belga del Solo-Superia iba a montar el zafarrancho de combate a la altura de Cullera, cuando faltaban más de 100 kilómetros para la línea de llegada. Solo pudieron seguirle doce unidades salidas del pelotón principal, entre los que se encontraban corredores como José Pérez Francés, Raymond Poulidor y algunas de las figuras del KAS en este caso Momeñe, Vélez y Echeverría, resultando un corte casi definitivo para el devenir final de la prueba, a pesar de quedar un mundo de carrera hasta Madrid. Van Looy se adjudicó como no podía ser de otra manera la etapa, y se enfundó el maillot de líder de la prueba. Un liderato que duró hasta la sexta jornada, en la que no tomó la salida, principalmente motivada por caída el día anterior en la bajada de Toses, camino de Puigcerdá, a pesar de que los médicos certificaron que no había rotura, el astro belga se marchó a su país en un vehículo conducido por Edgar Sorgeloos, compañero de equipo, que fue multado por retirada sin justificación con mil pesetas, además de ser denunciado a la Liga Velocipeda Belga, para que no corriera en ninguna prueba mientras durase la Vuelta. Con todo esto, el maillot de líder de la prueba pasaba a la espalda de Pérez Francés, que tenía todo a su alcance para controlar de forma óptima la carrera, al considerarse el y su equipo como favoritos a la victoria.
Pero en aquel entonces las disputas entre los ciclistas españoles, incluso del mismo equipo, estaban a la orden del día, un hecho que en ocasiones era aprovechado por los corredores foráneos, como iba a ocurrir en esta edición de la Vuelta Ciclista a España. La novena etapa llevaba a los corredores a la ciudad de San Sebastián, con origen Pamplona. El equipo KAS fue el causante de una fuga numerosa de 11 unidades, en donde metieron a 3 ciclistas, mientras que el líder Pérez Francés, contaba en la escapada con su compañero en Ferrys, Luis Otaño, a priori para controlar a los rivales. Y decimos a priori porque el ciclista vasco, siendo profeta en su tierra, se distanciaba del grupo de la escapada con un contundente ataque en las rampas de Agiña, uno de los puertos de la jornada, llegando a la capital donostiarra con la ventaja suficiente para adjudicarse la etapa, y debido a la bonificación, en meta arrebatar a su compañero la prenda de líder. Perplejidad absoluta para todo el mundo después de este extraño movimiento. El director del conjunto Ferrys, tuvo que lidiar con una situación muy compleja, debido al gran carácter de Pérez Francés, que obviamente se encontraba molesto con el liderato de su compañero, viendo aquello como una traición. Incluso a la trama se uniría un tercero en discordia, otro posible líder del equipo, Fernando Manzaneque. El de Campo de Criptana también reclamaba su sitio como jefe de filas en el Ferrys, “para mí, el equipo no existe”, y también pasó a la ofensiva en los días posteriores, con un ataque dirección a Santander. A pesar de todo, el escenario para el Ferrys era inmejorable con tres corredores en las tres primeras plazas de la general, en un equipo bien gestionado y sin problemas internos esto hubiera supuesto una suculenta ventaja de cara al triunfo absoluto.
Con todo este circo en acción, Raymond Poulidor y su Mercier-BP, dirigido por Antonin Magne, marchaban con absoluta tranquilidad, podemos decir que incluso mirando los toros desde la barrera. Con una buena posición en la general, el corredor francés contaba con las etapas finales para tratar de asaltar el primer puesto, sobre todo con la contrarreloj entre León y Valladolid, perfecta para sus características. Un día antes de la esperada crono, los ciclistas salían de Asturias hacia la meseta transitando por el Puerto de Pajares, un auténtico coloso en aquellos tiempos, quizá la última oportunidad de aislar a Poulidor antes del final de la Vuelta. Aquel día el triunfador fue el escalador abulense Julio Jiménez. El relojero se impuso en la meta de León después de una formidable escapada y se vestía con el maillot de líder, una buena oportunidad en la recta final de la carrera. Sin embargo, Jiménez era consciente de que sus prestaciones contra el cronometro eran inferiores a las de sus rivales directos, y no era muy optimista de cara a un posible triunfo en la general de la ronda española. Por su parte, los corredores del equipo Ferrys, llamado equipo simplemente porque vestían el mismo maillot, no hicieron prácticamente nada por recortar la ventaja con el corredor de Ávila.
Llegado el día de la contrarreloj, las previsiones se hicieron naturalmente efectivas, y Raymond Poulidor brilló a un gran nivel en los más de setenta kilómetros de recorrido de la etapa, llegando a Valladolid con media Vuelta a España en el bolsillo, su equipo apenas tuvo que intervenir durante toda la carrera, aquí no había ningún Anquetil ni nada parecido para impedírselo, y apenas restaban 48 horas y un par de parciales para llegar al final, con la presencia de la ascensión a Navacerrada como única dificultad en la penúltima etapa que no alteró la clasificación .Otaño y Pérez Francés coparon respectivamente la segunda y la tercera plaza en el podio de Madrid, en donde finalizó la carrera. La incredulidad fue la nota predominante en medios de comunicación y aficionados respecto a la actuación de los ciclistas españoles, en especial los del Ferrys, que con su guerra fratricida pusieron en bandeja el único triunfo absoluto en una gran vuelta a Poulidor. Incluso desde la Federación Española de Ciclismo se puso el grito en el cielo, “está en juego el prestigio de España” declaró Manuel Serdán, el presidente de la misma. Los corredores españoles demostraron en aquellos días ser unos verdaderos quijotes, en una carrera que pudieron tener a su favor desde días antes de la llegada a Madrid.
Alberto Díaz Caballero es madrileño y uno de los puntales de Le Puncheur. Anteriormente, había participado también en High-Cycling, así como en otros proyectos como Road & Mud y Planeta Ciclismo. Sobre historia, sobre actualidad o sobre cualquier tema. Un todoterreno del ciclismo que transmite conocimiento y pasión en cada texto.