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Con muy pocas carreras corridas en la categoría amateur, en 1968, Joaquim Agostinho pasó a la categoría profesional. Su debut fue poco antes del Mundial de Imola. Ya en esa cita mundialista, por allí andaban los Merckx, Van Looy, Anquetil, Poulidor, Gimondi, Altig… Los nervios. La novatada. El no saber cómo hay que correr y el no encontrar a nadie que te lo explique… O simplemente que Joaquim era así. El portugués atacó desde los primeros metros. ¿Sabía Joaquim que la carrera constaba de 277 kilómetros? Se mezcló en una escapada inicial. Pero pese al vano esfuerzo realizado ya que la fuga inicial fue capturada, al final de la carrera también fue capaz de engancharse al ataque que al final resultó ser el bueno. El italiano Adorni se proclamó campeón y Agostinho terminó en el puesto decimosexto. Quedó muy claro que con otra actuación más táctica, las posibilidades de Agostinho hubieran sido mayores.
Pero en la Vuelta a Brasil llegó la hora de la verdad. En la etapa final ganó a un promedio de de 43 kilómetros por hora, después de una escapada de 170 kilómetros, con 12 minutos de ventaja sobre Cyrille Guimard y 24 sobre el pelotón. Suficiente para ganar aquella Vuelta a Brasil y despertar el interés de Jean De Gribaldy que, casualmente, se encontraba por allí. ¡Esta vez sí! La suerte había estado de su lado. El conde le dejó vivir en su casa de Francia y encontró para el corredor acomodo en el equipo Frimatic de Louis Caput.
Este portugués, que jamás se separaba de su vieja bicicleta, un ingenio del que el resto de sus colegas profesionales se hubiesen aprovechado para culpar de sus derrotas, caso de haber tenido que montar sobre ella, pronto se iba a dar a conocer. En sus comienzos, a las ya mencionadas y conocidas limitaciones técnicas, se unió también el hecho de que las consideraciones tácticas tampoco le importaban en demasía. Agostinho se aplicaba en hacer bien lo que bien sabía: apretar bien fuerte y durante más tiempo que sus rivales a los pedales. Lo demás… no era algo que le importase en demasía
Y así, en el Tour de Luxemburgo, Agostinho pretendió repetir lo de Sao Paolo en la Vuelta a Brasil. Ataca a 200 kilómetros de la meta de Dickirch entre las sonrisas de muchos de los ciclistas. El italiano Arturo Pecchelian, sin embargo, lejos de sonreír, se pega a su rueda. Agostinho va tan ocupado en su empresa que no pide en ningún momento relevo a Pecchelian. El italiano tampoco pasa a cabeza voluntariamente. Tras cinco horas rodando de esta manera, Pecchelian, sin ninguna vergüenza, le da el relevo de la muerte y gana la etapa. Mejor le iban las cosas a nuestro portugués cuando rodaba sin nadie a su alrededor. Sólo dos días más tarde de aquello, en ese mismo Tour de Luxemburgo, durante una etapa contra el reloj, aventajó en 22 segundos al gran especialista Peter Post, y en minuto y medio al tercero, un tal Roger De Vlaeminck, adjudicándose el parcial. Así que Caput, su entonces director deportivo, estuviera deseoso de que Agostinho debutase en el Tour de Francia de 1969.
Durante aquella edición de 1969, en Mulhouse, Agostinho se adjudicó su primera etapa en el Tour de Francia. 1969, sí. El primero de la era Merckx. Una victoria que conviene contextualizar. Porque días antes, nuevamente en otra caída, nuestro protagonista había sufrido quemaduras de segundo grado. Agostinho no abandonó, pese a que apenas pudo conciliar el sueño por el roce de las sábanas con las heridas durante las tres noches anteriores. Continuó en carrera; venció también en la etapa de Revel y finalizó octavo en aquella general comandada por el Caníbal.
Todavía en aquel 1969, Agostinho venció en “La Grandissima” (la Vuelta a Portugal), y se alineó junto a Herman Van Springel, otro de los ancestros del pelotón, en el Trofeo Baracchi, una cronometrada por dúos que se disputaba antiguamente en Italia. Ahí batió a parejas tan prestigiosas como la de Eddy Merckx-Davide Boifava, Gianni Motta-Ole Ritter…
Con su enorme corazón, con su coraje, con su humildad… Agostinho conquistó a todos. Todo el mundo le amaba: los organizadores, los periodistas, la afición… Sin haber jamás ganado en una gran ronda por etapas, ni en una gran clásica, Agostinho se convirtió en uno de los ciclistas más populares y queridos del pelotón internacional. Fue Agostinho un potente escalador. También un rodador de calidad. Dotado de un carácter excepcional para sobreponerse a las desgracias.
Pero la vida de Agostinho ya hemos dicho que no fue ningún camino de rosas. La parca siempre estuvo muy cercana a él, hasta que le llegó su turno en 1984. En ese su triunfal 1969, tampoco la muerte quiso apartarse de su camino. Y una vez más, su falta de habilidad encima de la bicicleta iba a ser la desencadenante de la desgracia. En el Gran Premio de Robbialic, una ronda por etapas en Portugal, durante un sprint, Agostinho no fue capaz de controlar su bicicleta y se salió de la carretera. En esa salida se llevó por delante a un espectador de 70 años que falleció.
Jean De Gribaldy siempre decía sobre Joaquim Agostinho que fue un hombre afable, simpático y condescendiente. Pero cuando se enfadaba… En el Tour de 1970, parecía que nuestro portugués iba a repetir victoria en Mulhouse. Pero su compañero de equipo danés Morgen Frey venía muy rápido por detrás. Agostinho empujó al danés contra las vallas para poder ganar él. Los jueces sancionaron la acción con la descalificación del portugués. Cuenta la leyenda que, esa misma noche, en el hotel donde se alojaba la escuadra Frimatic, “Tinho” corrió por los pasillos con un cuchillo en mano y gritando: “¡¡Lo mato!! ¡¡Lo mato!!”. Acabó en la quinta posición en la general final de 1970. Un resultado casi milagroso…Porque días antes, preparando aquel su segundo Tour, en la entonces denominada “Dauphiné Liberé”, Tinho había sufrido una nueva caída. Los médicos le aconsejaron hasta 60 días de reposo, que por supuesto no cumplió.
En la Vuelta a España de 1972 Agostinho volvió a flirtear con la parca. Tras otra caída, Joaquim yacía en el suelo con abundante sangre que le manaba de la cabeza. Lo peor era que tenía la lengua doblada hacia dentro de la boca. Sus propios compañeros lo veían ahogarse… Hasta que por allí apareció el médico de la Vuelta, el doctor Salinas, que le practicó el boca a boca y le salvó la vida.
La Vuelta a España de 1974 a punto estuvo de acabar en el palmarés del portugués. Corriendo para el equipo francés Bic, tras la cronometrada que finalizaba en el velódromo de Anoeta de Donosti, a Agostinho sólo le separaron 11 segundos del vencedor José Manuel Fuente.
Próximamente podréis leer en Le Puncheur el tercer y último capítulo de este serial. Invitados estáis…
Raúl Ansó es pamplonés y cumple más de una década en proyectos como Road & Mud, Urtekaria, Desde la Cuneta, Planeta Ciclismo, High-Cycling y ahora Le Puncheur. El espíritu crítico y una visión siempre interesante sobre la actualidad, además de gran historiador del ciclismo.