Beryl Burton, una enferma contra el reloj

La historia de Beryl Burton esta llena de «contradicciones», enseguida entenderán el motivo. Corría el mes de mayo de 1937 cuando nacía en la ciudad de Leeds una niña enfermiza que con once años llegó a sufrir una fiebre reumática que la mantuvo once meses hospitalizada, tras lo cual recibió advertencia médica de evitar esfuerzos físicos. Casi cincuenta y nueve años después, en este mismo mes de mayo, fallecía en Yorkshire una mujer a causa de un paro cardíaco mientras repartía en bicicleta invitaciones para su fiesta de cumpleaños.

No sorprenderá al lector saber que ambas, niña y mujer, eran la misma persona y que finalmente los doctores parecieron acertar en su advertencia. Sin embargo, quizá sí sorprenda algo más saber que esa misma persona logró a lo largo de su vida 5 oros en campeonatos del mundo de ciclismo en pista, 2 en carretera, 14 medallas mundiales en total, acompañadas de 96 títulos nacionales (sí, han leído bien, 96 títulos repartidos: 12 en pista, 12 en ruta y hasta 72 en distintas modalidades contrarreloj).

Y es por esa vida sorprendente que me dispongo a contar su historia, disponible mucho más en detalle en la biografía de Jeremy Wilson: “Beryl: In Search of Britain’s Greatest Athlete”, aunque no está traducida al castellano.

Tras una infancia enfermiza en la que desarrolló una arritmia cardíaca, ella misma dijo que nunca dejó que su cuerpo dictara lo que podía hacer, desobedeció las advertencias médicas y a los 16 años conoció a su futuro esposo, Charlie Burton, quien le descubrió la bicicleta y le enseñó a montar, teniéndola que empujar al principio en las subidas. Sin embargo, su enfermedad de la niñez se rebeló con el tiempo en una chispa que despertaba un deseo de venganza contra sus limitaciones, o quizá, como declaró su hija, esa enfermedad la hizo desarrollar un odio visceral hacia esa sensación de fragilidad, en forma de un miedo irracional a la debilidad.

Esos sentimientos casi obsesivos hicieron que, tres años después de haber aprendido a ir en bicicleta, ya superase a todos en su club local de Yorkshire y empezase a competir en otros lugares. Su entrenamiento no era nada convencional; en invierno y en los periodos donde no competía trabajaba durante doce horas al día en la granja de ruibarbo del también ciclista Nim Carline, especialista y campeón en pruebas de ultrarresistencia (12 y 24 horas contrarreloj), lo que seguro le permitió trabajar su fuerza, y por otra parte montaba en bicicleta tras los camiones de la carretera durante horas para entrenar su resistencia, todo eso entre las colinas de Yorkshire.

Así las cosas, a los 22 años (solo cinco después de haber desarrollado su afición a la bicicleta), se convirtió en campeona del mundo en pista, repitiendo al año siguiente, y ese mismo año 1960 se coronó en Leipzig también como campeona del mundo en carretera tras dejar a todas sus rivales casi desde la salida y llegar a meta en solitario con más de tres minutos de diferencia con la siguiente. Fue la única persona en ser campeona del mundo en pista y carretera el mismo año.

No volvió a repetir campeonato del mundo en carretera hasta siete años después, no tanto por falta de superioridad sino por falta de costumbre de correr en grupo, ya que en Reino Unido la disciplina principal (y años atrás la única permitida) en carretera era la contrarreloj. Por ello, Beryl solía imponer su ritmo desde el comienzo de la prueba, pero una vez ya era conocida, con todas a rueda, solo era capaz de ganar cuando el terreno presentaba alguna dificultad que le permitía imponer su fuerza y resistencia, algo no demasiado habitual en unos años donde las pruebas femeninas estaban completamente descafeinadas (hasta 1978 no llegaron siquiera a los 70 kilómetros). Además, siguió participando en su país en pruebas de resistencia contrarreloj, consiguiendo varios récords del mundo femeninos de la época.

Precisamente, en 1967 disputó en Otley, muy cerca de su casa, una prueba de 12 horas contrarreloj donde primero salían los hombres y dos minutos después lo haría ella. Mike McNamara fue el último hombre en salir e iba camino de batir el récord del mundo masculino (lo hizo, dejándolo en 276,52 millas) cuando, al paso por la localidad de Dishforth, se vio alcanzado por Beryl que en ese momento sacó un regaliz y, dirigiéndose al récordman masculino, le dijo: “¿Quieres uno, amor?”. Finalmente, Beryl Burton establecería ese día el récord femenino en 277,25 millas (446 km), superando ampliamente el masculino establecido por McNamara. La marca de Burton se mantuvo como récord absoluto (hombres y mujeres) durante dos años, y no volvió a ser superada por una mujer hasta 50 años después.

Un año después intentó batir el récord de las 24 horas contrarreloj en una competencia donde también estaba, entre otros, su jefe en la granja, Nim Carline. Los registros de Beryl a cada paso iban mejorando los tiempos de todos los competidores, también a cada hora superaba la distancia del récord de la distancia, pero finalmente, al paso por las 345 millas, su rodilla dijo basta y le obligó a abandonar: “Era un tempo imposible”, declaró Carline. Este fue probablemente uno de los dos grandes fracasos de su historia en la mente de la ultracompetitiva Beryl.

El otro ocurriría en 1976 durante el Campeonato Británico en ruta, donde quedó segunda y se negó a dar la mano o hablar a la ganadora, con la particularidad de que esa ganadora fue su hija Denise. Tal era el carácter de Beryl Burton, obsesionada con la victoria, con superarse y no aceptando ni tan siquiera la derrota ante su propia hija.

Hasta tal punto llegaba la obsesión que ella misma planificaba sus entrenamientos y competiciones para obtener el mejor rendimiento, no dejando que nadie se entrometiera en ello y estudiando cada detalle hasta el punto de llegar a apuntar incluso el número de sorbos de agua que daba durante el entrenamiento y las competiciones. Y es por eso que rechazó las ofertas que tuvo para patrocinarla y hacerse profesional como los grandes corredores masculinos de la época, ya que eso seguramente conllevase tener que cambiar sus planes por las exigencias del patrocinador.

Nunca llegó a retirarse oficialmente de la competición, de hecho, en 1986, a la edad de 49 años, todavía ganó los campeonatos nacionales de 25 y 50 millas, y en los años posteriores siguió compitiendo aunque su nivel se redujera considerablemente. Incluso el día de su muerte, cuando repartía invitaciones en bicicleta para su propio cumpleaños, se cuenta que seguía cronometrando sus paseos. Así era Beryl, una depredadora de victorias que todo el mundo del ciclismo debiera admirar.

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