Lance es el nuevo – y, seguramente, no el último – documental televisivo sobre la figura de una de las personalidades que ha levantado más pasiones en este siglo. Un ciclista capaz de destrozar una carrera en todos los sentidos posibles. Aplastando en la lucha contra el crono, tiranizando el pelotón, exhibiéndose en las montañas, diezmando la reputación de un deporte, condenando el futuro de un rival o compañero, poniendo en evidencia a las instituciones… Sin duda, Lance Armstrong quedará para el recuerdo como uno de los mayores tramposos de la historia del deporte. Pero, como cualquier gran villano del cine o de la literatura, su personalidad y recorrido vital tiene demasiadas aristas como para simplificar su esencia en la de héroe o malvado.
En esta ocasión, la encargada de filmar para televisión la vida del corredor de Plano es la directora Marina Zenovich. Documentalista con experiencia en el cine biográfico y en personajes y mentes tan complejas y turbulentas como las del cineasta Roman Polanski, el fascinante cómico Richard Pryor o el añorado actor Robin Williams. Este último, curiosamente, íntimo amigo de Lance Armstrong durante los años de gloria del ciclista estadounidense.
El documental, realizado para la cadena deportiva ESPN, consta de dos capítulos que suman más de tres horas de metraje, y que se inscriben dentro de la serie 30 for 30. Un proyecto nacido en el canal americano allá por el 2009 para conmemorar los treinta años en antena, y que se ha mantenido en un espacio en el que dar cabida a grandes relatos del deporte. Dentro de esta serie, destacamos otro documental ciclista, Slaying the Badger [Matando al Tejón] (2014), sobre Greg Lemond y la rivalidad con su compañero de equipo Bernard Hinault en el célebre Tour de Francia de 1986.
La película de Zenovich recorre toda la vida de Lance Armstrong de forma cronológica, partiendo de su difícil infancia en una familia desestructurada, hasta su estrepitosa caída en un mar de demandas, sanciones y pérdidas de patrocinadores, pasando por el drama del cáncer y el auge como estrella indiscutible del deporte mundial. Para ello, se apoya principalmente en los testimonios del propio protagonista, a partir de entrevistas íntimas y personales en las que el corredor tejano reflexiona sobre cada uno de los episodios de su intensa trayectoria. Además, a lo largo de los más de doscientos minutos de programa, desfila un gran abanico de personajes fundamentales en la vida de Lance. Su madre, su hijo, su prometida, sus amigos más cercanos, personal de Livestrong, representantes, periodistas y compañeros de pelotón con los que vivió momentos dulces o encarnizadas batallas dentro y fuera de la carretera.
Muchos nombres son ya parte conocida de ese “Universo Lance” que nada tiene que envidiar a las grandes producciones de Marvel o DC. George Hincapie, Betsy Andreu, Emma O’Reilly, Bobby Julich, Johan Bruyneel, Bill Stapleton, Floyd Landis, Jörg Jaksche, Patt McQuaid, Christian Vandevelde, Tyler Hamilton, Jonathan Vaughters….
El documental de Zenovich decepciona en muchos aspectos porque no aporta prácticamente nada nuevo en cuanto a los aspectos puramente biográficos. De hecho, puede hacerse demasiado largo para los que ya conocemos las andanzas de Armstrong. Aunque sí ofrece algunos elementos para la reflexión, especialmente en su segundo episodio.
¿El fin justifica los medios?
Esta es la gran pregunta que planea sobre gran parte del documental y que alcanza tintes de dilema ético durante los años de máximo éxito de Lance. Con la perspectiva del tiempo, y conocedores de todo lo acaecido en los últimos años, resulta prácticamente imposible justificar los ardides utilizados por el corredor americano para convertirse en el dominador absoluto de la historia de la carrera ciclista más importante del Universo. Pero si intentamos escarbar algo más en la historia, no todo debería de ser blanco o negro. La figura de Lance Armstrong como Ave Fénix que supera la más terrible enfermedad para volar de amarillo sobre los Alpes y coronarse en Paris como rey indiscutible del deporte sirvió para crear una red solidaria que unió y concienció a millones de personas en la lucha contra la lacra del cáncer. No se puede negar el papel y la influencia de Lance Armstrong y de Livestrong como inspiración para tantos enfermos y en el desarrollo de la investigación científica.
Es cierto que esa figura era una gran mentira sobre ruedas. Pero, ¿hubiera sido esto posible con un Lance Armstrong perdido en medio del pelotón, ganando alguna carrera puntual en un arrebato de calidad? ¿Habría tenido algún impacto con el Lance Armstrong de los 90, capaz de ser el campeón del mundo más joven o de exhibirse en etapas del Tour y clásicas tan exigentes como San Sebastián? Claramente no. Pero tampoco podemos obviar que, una vez caído el castillo de naipes, pudo llevarse todo por delante e hizo mucho daño a muchísima gente que se había aferrado a su historia de superación.
Aunque Lance Armstrong se haya convertido en gran villano en el imaginario colectivo, su legado de héroe sigue sin borrarse en las conciencias de algunas personas, algo que nos muestra de manera muy interesante el documental, en concreto en el campo de la investigación sobre la fertilidad de los enfermos de cáncer.
La película intenta no tomar partido en ningún momento, dejando el peso del relato en las opiniones y testimonios de los protagonistas. Pero no logra evitar dar la sensación en muchos momentos de ser una especie de lavado de imagen del campeón caído. En cambio, su gran acierto es la capacidad de acercarnos a la mente de Lance Armstrong a través de sus propias reacciones, emociones y comentarios.
¿The Last Lance?
Al escuchar y ver las actitudes de Lance Armstrong, sus opiniones sobre rivales y compañeros, o la manera de reflexionar sobre sus actos más polémicos, no nos resistimos a establecer una comparación entre esta cinta y el documental deportivo de moda en 2020, “The Last Dance”. Serie de Netflix alrededor del mito de la NBA Michael Jordan. Si bien el reportaje de Marina Zenovich no le llega ni a la suela de los zapatos en cuanto a producción y ritmo, nos interesa este símil para enfrentar en nuestra mente a dos de los deportistas más competitivos y, valga la expresión, despiadados de la historia del deporte.
Si nos centramos en lo meramente deportivo, lo que llevó a Jordan y Armstrong a lo más alto en sus respectivas disciplinas, fue el hambre de superación constante; la necesidad de demostrar a compañeros y rivales que no estaban dispuestos a que nadie les soplara en la nuca. Este afán de ser siempre el mejor, podía llegar a extremos en los que la humillación del contrario fuera un daño colateral que no planteaba ningún dilema moral a ambos campeones. Sin embargo, la gran diferencia entre uno y otro es que el jugador de los Chicago Bulls concentraba esa reivindicación en la pista, canalizando su hambre a base de triples, rebotes, tapones, fintas o defensas encarnizadas. Mientras, el ciclista tejano utilizaba todos sus recursos fuera y dentro de la ruta para hundir a sus rivales hasta el extremo (los casos más notables son sin duda los de Floyd Landis y Filippo Simeoni).
La ambición inagotable de Lance Armstrong le llevó a lo más alto, pero a un precio tal que es imposible exonerarle de sus pecados. Llegó a sentirse tan intocable que incluso cuando estaba totalmente acorralado por las evidencias, siguió actuando como un ser por encima de la ley, atacando a todos los que él consideraba enemigos o traidores. Por ello, cuando por fin tuvo que confesar, todos se abalanzaron sobre él sin ningún tipo de piedad, pues de un modo u otro, le guardaban muchas afrentas por devolver. Cierto es, también, que esa fuerza mental que le llevó a superar un cáncer o a mantener un imperio de mentiras durante tanto tiempo, le permite seguir en pie después de una caída al averno cuya potencia no es soportable para cualquiera (recordemos el triste final de Marco Pantani o la travesía por el desierto de Jan Ullrich).
El daño que Lance Armstrong hizo al ciclismo y al deporte es mayúsculo e innegable, y no podemos perdonarle a él ni a todos los que le encubrieron a sabiendas, todo el legado de ponzoña que dejaron en la imagen de nuestro deporte. Él, en cambio, parece no arrepentirse de prácticamente nada, y sigue demostrando ciertas dosis rencor o resentimiento ante la reinserción en el deporte de muchos de sus compañeros (como Ivan Basso o Jonathan Vaughters, por ejemplo). Pero parece no querer darse cuenta de que ese derecho de reinserción viene directamente relacionado con el arrepentimiento o la aceptación de la comisión del delito o falta.
En definitiva, os animamos a ver el documental de ESPN y tomar vuestras propias conclusiones, pues ante un personaje de la magnitud del tejano, confluirán opiniones para todo, en función del momento en que sus hazañas y patrañas os hayan impactado. Nos queda la sensación de que aún hay muchas cosas que no sabemos, y que este no será, ni mucho menos, The last Lance.
Victor es un apasionado al ciclismo con una gran habilidad para elegir las palabras exactas. Road&Mud, High-Cycling y ahora Le Puncheur, es una garantía de calidad en la escritura y la selección de temas para transmitir el ciclismo desde una perspectiva que nunca hubieses imaginado.