Quién sabe si, en el futuro, el Tour de Francia 2020 será recordado por haber sido el primero de una serie de éxitos obtenidos por Tadej Pogacar. Pero, en perspectiva, el pasado Tour de 2020 deberá ser recordado por aquel que simplemente llegó a París. En los meses de zozobra por la crisis sanitaria de marzo y abril pasados, los agentes más importantes de este negocio llamado ciclismo adoptaron una importante decisión: la Grande Boucle debía arribar a la ciudad de la luz sí o sí.
A costa de remover en el calendario otras competencias; a costa incluso de que algunas carreras no se llegasen a disputar; a costa de que otras se solaparan; a costa de que los equipos de categorías inferiores se quedasen con apenas calendario para correr…Era la condición sine qua non para que el ciclismo pudiese pervivir tal y como lo conocemos en la actualidad. Y así, también, de esta manera, se vino a demostrar la absoluta dependencia que hoy mantiene el conjunto del ciclismo respecto al Tour. Algo ya evidente en los tiempos de no crisis. Pero que se acentúa cuando una crisis se cierne sobre él.
El Tour 2020 llegó a París. Cumplió con todos sus compromisos comerciales, con los televisivos, con las ciudades y pueblos de paso… Pero, ¿cumplió con las expectativas de los aficionados?
Siguiendo en perspectiva histórica, esta última edición del Tour podría también considerarse como el final del reinado de las estructuras de Dave Brailsford con sus diversas denominaciones. Aquel trenecito negro que transitaba por las cordilleras y llanuras francesas, desapareció. A toro pasado, quizás el equipo inglés no acertó en la alineación de salida en Niza, incluso hasta en la elección de su jefe de filas. Desapareció el trenecito negro; no así el modelo.
El tren negro fue sustituido por otro neerlandés de color amarillo, el Jumbo Visma. Pero este tren no acertó a rentabilizar en tiempo de ventaja para su jefe de filas la superioridad teóricamente mostrada. Incluso este tren realizó demostraciones rayanas en la estupidez, con alguno de sus vagones saliéndose de la vía en cierta etapa de montaña. Y lo terminó pagando por no rematar previamente a un joven de 21 años que era, por lo demás, el que más se había ganado los favores de la afición por la ambición mostrada en Pirineos.
El triunfo este año de Pogacar, y el de Bernal el año anterior, trajeron consigo un debate relacionado con la común extrema juventud de ambos ciclistas, al menos para lo que estamos en estos tiempos acostumbrados. El debate radicaba en que si este tipo de ciclistas tan jóvenes hubieran sido capaces de triunfar con recorridos más extremos. Tanto en la distancia de las etapas. Como en la inclusión de pavés. También en la inclusión de más cronometradas y más largas. Así como en meter varios colosos en lugar de “la parejita” en etapas de montaña con muchísima más distancia kilométrica. En suma, de si estos recorridos tan capados son los que propician que ciclistas mucho más fondistas, más veteranos, se queden sin opciones.
En la afición más fiel, más veterana, y seguramente más entendida de este deporte. Se repitió mayoritariamente la creencia de que el formato actual de la gran ronda gala resulta enormemente aburrido. Un formato que propicia la igualdad más que el establecimiento diferencias de tiempo. Todo ello en aras de una supuesta emoción hasta el final. A pesar de que, incluso los datos estadísticos de audiencia de la propia televisión francesa tiran por tierra esta teoría. El Tour, durante muchas de sus etapas, en lugar de enganchar, espanta espectadores. Personas que jamás hubiesen imaginado hace quince años que hubieran de dejar de ver el Tour, lo están haciendo. Quizás es que “el negocio Tour”, no va dirigido ya a ese tipo de audiencia, sino que se dirige a una audiencia ya más joven, más susceptible de consumir los productos en esa pasarela publicitaria mostrados.
Unido a lo anterior está el hecho de la tremenda falta de combatividad de los ciclistas: escapadas consentidas y pactadas. Ciclistas escapados que ganan etapas con final en montaña invirtiendo menos tiempo en la subida final que los favoritos, etapas sin escapados, los no fuera de control… Lo peor es que, ante estas críticas, el colectivo ciclista adoptó una actitud corporativista de autodefensa. Y el hecho es que, cada vez más, el ciclista se está alejando del aficionado. Cuando hasta hace unos años, los ciclistas nos transmitían una sensación de cercanía y admiración… Alguien digno de ser imitado.
Foto: ASO
Raúl Ansó es pamplonés y cumple más de una década en proyectos como Road & Mud, Urtekaria, Desde la Cuneta, Planeta Ciclismo, High-Cycling y ahora Le Puncheur. El espíritu crítico y una visión siempre interesante sobre la actualidad, además de gran historiador del ciclismo.