Uzbekistán es un país luminoso de infinitos cielos con una inabarcable paleta de tonos azules. Ciudades como Samarcanda, Jiva o Bujará conservan la belleza de hace siglos, cuando la región era una zona de paso habitual de la Ruta de la Seda, por donde transitaban, cargados de especias y telas, comerciantes venidos de Oriente y de Occidente. Sin embargo, apenas queda rastro de ese pasado glorioso en Taskent, la actual capital del país, en parte a causa de la homogénea e impersonal influencia que la URSS (Unión de Repúblicas Soviéticas) ejerció sobre Uzbekistán.
El 28 de febrero de 1964, hace exactamente cincuenta y siete años nació en Taskent Djamolidine Abdoujaparov, uno de los ciclistas más carismáticos de los años 90 y cuya forma de correr tenía poco que ver con la delicadeza de la seda y mucho en común con la contundencia de la hoz y el martillo comunistas.
Del amateurismo soviético al profesionalismo
La imagen del Terror de Taskent, que coleccionaba casi tantos apodos como victorias en su palmarés —el Califa, el Comeniños…— estará siempre ligada al Tour de Francia. En los años en los que Miguel Indurain lucía cada mes de julio el maillot amarillo, Abdou aprovechó para hacer lo mismo con el maillot verde de la regularidad. Pero vayamos poco a poco.
La carrera de Abdoujaparov comienza en 1983 en el equipo ciclista soviético, que no participaba en competiciones profesionales, por lo que sus primeras temporadas las pasó alejado de las grandes carreras del calendario. Dos años después Mijaíl Gorbachov pasa a ser el secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Son los años de la perestroika (reestructuración) y la glasnost (transparencia) en los que la URSS se abre al mundo.
Una de las medidas que toma el Gobierno de Gorbachov es la creación en 1988 de Sovintersport, una agencia que se dedicaba a la importación y exportación de material deportivo y a gestionar, ya por fin, la salida de los atletas soviéticos más destacados al exterior, hacia el profesionalismo. Es así como Abdoujaparov y un puñado de ciclistas soviéticos llegan en 1990 al modesto equipo italiano Alfa Lum, dirigido por Primo Franchini. Allí da muestras de su potencial, pero el Comeniños no consigue levantar los brazos ni una sola vez.
Al año siguiente, el equipo Carrera, donde corre otro ciclista sobrado de carisma, Claudio «el Diablo» Chiappucci, se hace con sus servicios. En el 91, el Callifa confirma todo lo bueno que apuntaba y consigue, entre otros triunfos, dos victorias de etapa en el Tour, el maillot verde de la regularidad y una imagen que quedará grabada para siempre. En los metros finales de la llegada a los Campos Elíseos de París, Abdoujaparov, ataviado con su maillot verde que le acredita como el más regular de la carrera, realiza uno de sus clásicos esprines agonizantes y, en su esfuerzo, toca de manera fortuita el pie de una valla y se despatarra con violencia sobre el asfalto parisino.
Durante media hora permanece sentado en la carretera recibiendo atención médica. Pasado ese tiempo, una eternidad en su cabeza, con una fractura de clavícula y múltiples contusiones, consigue cruzar a pie la línea de meta junto a su bici y certificar su triunfo en la clasificación secundaria antes de ser trasladado a un hospital.
En las temporadas siguientes seguirá demostrando su fuerza y su punta de velocidad, mientras que va cambiando de equipos con una facilidad pasmosa: Carrera, Lampre, Polti, Novell y Lotto.
Al final de su carrera, Djamolidine Abdoujaparov, el Terror de Taskent, cosechó cincuenta y tres victorias entre las que se incluyen nueve parciales en el Tour de Francia, siete en la Vuelta a España y una en el Giro de Italia. Además, el uzbeko se llevó la regularidad en las tres grandes: Tour (1991, 1993, 1994), Giro (1994) y Vuelta (1992), algo que solo han conseguido él, Eddy Merckx, Laurent Jalabert y Alessandro Pettachi en toda la historia.
Una fuerza incontrolable sobre la bicicleta
Su estilo es uno de los más peculiares que ha habido. En cada volata, el Califa llevaba su cuerpo al límite, arrancando desde muy lejos por pura intuición y tirando de cuádriceps, riñones y hasta de vísceras para mantener la velocidad y batir a los demás velocistas. La manera suicida en la que agitaba su bicicleta era tan peligrosa como espectacular y levantó ampollas en el seno del pelotón. Su rivalidad con Mario Cipollini —una rock star en las antípodas de lo que representaba Abdoujaparov— fue célebre.
En 1997, con tan solo treintaitrés años, su ciclismo se secó como si fuera el mar de Aral de su Uzbekistán natal. Se retiró de la vida pública y se fue a vivir cerca del lago Como, en el norte de Italia, apartado de mundanal ruido y de la vida pública, tal y como cabría imaginar de alguien a quien apodan el Comeniños o el Terror de Taskent.
Foto: Sirotti