En cuanto se menciona la salud actual del ciclismo español se ponen encima de la mesa los nombres de Juan Ayuso y Carlos Rodríguez. Sigan, sigan, que diría cualquier colegiado del fútbol. El ciclismo profesional es la punta del iceberg, lo visible que antes estaba debajo del agua, congelando hasta que el hielo superficial pasa a ser agua que derrite. El ciclismo funciona igual. Sí, en el ciclismo español asoma un claro iceberg como esos dos ciclistas, y como algunos otros que están estirando el cuello para mostrarse. A nivel global se puede hacer una reflexión parecida, con los países tradicionales pasando sus dificultades y los menos saliendo a flote.
Se dice que el ciclismo está viviendo una edad de oro, que los Cinco Magníficos son una generación irrepetible. Y es cierto, hay que congratularse por coexistir con estos genios, por la multidisciplina y por lo espectacular que es vivir ciertas fases de este ciclismo, sobre todo cuando Ellos están involucrados. Pero no nos dejemos engañar por las primeras impresiones, ni siquiera por los trampantojos que se muestran en más ocasiones de las que nos podríamos imaginar delante de nuestros ojos.
El tejido ciclista profesional contiene muchas ramificaciones y, como ser vivo que es, evoluciona, cada vez, como el mundo que lo envuelve, a mayor velocidad. No quiere decir que esa evolución sea positiva ni que provoque en su avance pequeños o grandes daños en las estructuras que van quedando en la parte baja. La base, que por definición es lo que sostiene todo lo que se encuentra encima, es la fase del ciclismo más importante. Se invierte, sí. ¿Se conoce? No. Y no es de extrañar que en un mundo de consumo rápido donde los focos de atención están cada vez más dispersos se dé de lado al ciclismo de base.
Todos deberíamos hacer la reflexión desde nuestro mayor o menor púlpito. Pero sobre todo las entidades de las que depende la organización del ciclismo, ya sea por países o a nivel mundial. Es decir, federaciones y UCI. Se habla mucho de sostenibilidad en el ciclismo, y es justo y una buena noticia por ser un deporte en innegable comunión con el medio ambiente y el aire libre, pero la acepción de la sostenibilidad a la que quizá haya que hacer un poco más de caso es a la capacidad de soporte que la base ejerce sobre las capas superiores.
Por fortuna, se le empieza a dar foco al ciclismo femenino de élite, también a las mil y una disciplinas que aportan muchísima variedad y encanto, también por supuesto a las carreras de primera línea, las World Tour, que han sido favorecidas por un sistema que protege e impulsa a quien esté dentro del círculo. Quien no quiera, no pueda o ambas dos tiene un serio problema, porque cae en el pozo de la disolución. Y no por cierre de negocio, sino por ser una mera gota en el océano, por perder el motivo de su existencia.
Hablamos de carreras y también de categorías, como en este caso la sub 23, el mundo amateur, el paso previo histórico para los ciclistas que van encaminados a la élite antes de encomendarse a ese viaje que termina para ellos al tiempo que sus carreras profesionales lo hacen. Un rumbo de por vida que habrá nacido en algún punto, y que cuya evolución nos mostrará mejor o peor disposición a alcanzar el éxito. No todos podrán alcanzarlo, es lógico. Y así debe ser. El problema es cuando el castillo de naipes impide que no llegue nadie, o que la mayoría de los grandes talentos no puedan alcanzar la orilla después de mucho nadar.
La baja de Cafés Baqué en todo este entramado sub 23 no es más que un síntoma de una tendencia que se hará imparable. El ciclismo ha elegido el camino de permitir que jóvenes de escasa edad alcancen de forma prematura la categoría élite. No hay que estar en contra de que el talento se muestre joven, imparable. Porque irrumpirá igualmente, es luchar contra la naturaleza. El problema es no prever las consecuencias y los daños que este hecho va a provocar en otros aspectos. Lógicamente, que los ciclistas estén tendiendo a saltarse etapas perjudica a la mera existencia (ya resistencia) de esas etapas intermedias.
Si los ciclistas, agentes en mano, saltan del mundo junior al World Tour y existe esa corriente del ya y del ahora, aunque la consecuencia sean carreras profesionales más cortas, menos productivas en sus años de supuesta madurez o desvestir los pies del ciclismo, es decir, categorías que ayudan a tejer y coser el ciclismo desde la base a la élite, habrá que reconducir o reorganizar. No cabe ninguna otra opción más allá de dejar que el agua siga su curso, sin dirección clara y sin un fin a largo plazo. En el largo plazo, si tiras de la manta hacia un lado, desvistes el otro. Es una cuestión matemática.
Si en el ciclismo, que es un deporte no tan masivo como era o como la gente se piensa, el movimiento de la manta afectará a aquellos que sufran más desprotección, mayor debilidad. Y ahí está el mundo sub 23. Si la fuente de los equipos World Tour tiende más cada vez a ser el mundo junior, ¿en qué situación queda el mundillo sub 23? Si su función pasa a ser puenteada de forma constante, acabará por desaparecer todo ese tejido, todo ese salto intermedio que va a traer, como es lógico, consecuencias. ¿Serán todas negativas? Seguramente no, pero que la velocidad del ciclismo se aumente de forma exponencial no permitirá que en muchas ocasiones se den los pasos correctos.
Los filiales, oficiales o no, viven de ser el vivero de otros equipos de élite que gocen de esa atención mediática. Está bien, cumplen un papel, un rol. Cuando no se cumple, se termina por atrofiar, se acaba por desgastar. Es más, si la tendencia de los ciclistas profesionales es a dar el salto con 18-20 años, quien no lo haya dado y pase a la categoría sub 23 podría ser considerado un ciclista de calidad menor. Y eso no deja de ser injusto para quienes decidan gestionar su carrera de menos a más, con más años en el ciclismo.
Porque como las botellas de agua, el cuerpo es finito. La energía a emplear, ídem. Y sólo excepciones magníficas resistirán en el ciclismo al mismo nivel con 18 que con 40. Cuanto más rápidos e intensos sean los tragos, más rápido se acabará el agua. Y cuando no haya agua, la botella resistirá como un estandarte de lo que fue, en ningún caso de lo que es. Casos como los de Peter Sagan o Nairo Quintana deberían dar para reflexionar. La sensación es que habrá muchos más en una década, cuando la carrera de muchos de esos ciclistas que también explotaron demasiado pronto llegue a su fin.
Que Cafés Baqué abandone su equipo sub 23 es una tragedia para el ciclismo español. Es un histórico, un emblema, como lo han sido otros equipos o todavía lo son. Y es sintomático de que algo está sucediendo, de que el sistema está cambiando sin cambiar. Estirar el chicle termina por dejar en medio una telilla bastante más flexible y endeble que en los extremos, donde se mantienen los núcleos duros. Potenciar esos extremos es como jugar al pelotazo en un equipo de fútbol renunciando a la combinación en medio campo. ¿Puede salir bien? Cómo no. Normalmente los equipos exitosos lo son por funcionar bien en todas sus áreas, en todas sus facetas, en todas sus dimensiones.
Los deportes exitosos, también. Si la idea es pasar por alto una pérdida así y pensar en el corto plazo o en el espejismo de Rodríguez y Ayuso, bien. Pero que no se olvide nadie de que las consecuencias vendrán, sean estas cuales sean, que las bolas de nieve crecen conforme avanza el tiempo de rodado y que son imparables al tiempo que voraces cuando cogen cierta velocidad. El estatismo llevará al movimiento, pero cuando sea demasiado tarde.
Mirando para otro lado, los problemas no encuentran solución. Es algo evidente y de Perogrullo. Hagan sus apuestas. Si toca reconstruir es porque lo que había se había hecho mil pedazos. A ver si hay suerte, alguien mueve un dedo y se empieza a pensar en remontar el vuelo antes de tocar el suelo, porque llegará un punto donde del suelo no se pueda subir. Y es un riesgo que merece la pena no correr.
Por el momento, nada más que agradecimiento a quien ha mantenido su apuesta por el ciclismo durante más de 46 temporadas. Víctimas de un deporte que sólo mira hacia delante, sin ser conscientes de lo que viene por cada uno de los costados o de las consecuencias que uno u otro avance ocasiona. Y no es cuestión de buscar culpables o responsables, sino soluciones. Pero para ello en primer lugar hay que tener conciencia de la existencia de un problema. Y tengo la duda de que en muchos casos se tenga. Y cuando se tenga que se le dé la dimensión adecuada.
Fotos: Web Cafés Baqué
Nacido en Madrid el 2 de abril de 1986, Jorge Matesanz ha pasado por ser fundador y director de proyectos como Revista Desde la Cuneta, Tourmalet Magazine o High Cycling, además de colaborar en otros proyectos como Palco Deportivo, Plataforma Recorridos Ciclistas o Con el Plato Pequeño. Tras más de 15 años dentro del mundo del ciclismo, llega el momento de fundar Le Puncheur junto a Sergio Yustos y seguir acercando artículos de opinión, casi siempre sobre ciclismo profesional.