Robbie McEwen y el viaje de Brisbane a París

Robbie McEwen fue durante una época uno de los mejores sprinters del planeta. Tuvo la suerte de ser australiano, país en el que la competencia para convertirse en ciclista de élite no tenía nada que ver con la europea. Arrancó en el BMX y pronto pasó a la carretera, donde no fue complicado para él despuntar y ser seleccionado para representar a Australia en competiciones tan importantes como Juegos Olímpicos (participó en Atlanta, en 1996). Sin embargo, su primera irrupción a gran nivel tendría lugar en la Carrera de la Paz (Course de la Paix), aquella mítica prueba que servía para vislumbrar qué jóvenes serían las futuras estrellas del ciclismo.

En 1994 la starlist fue muy interesante en perspectiva histórica, con un ganador como Jens Voigt y otros ilustres en la línea de salida como Jan Ullrich, el tristemente célebre Raimondas Rumsas, o Alexei Sivakov, padre de Pavel, actual ciclista profesional. Allí también se vio a Robbie, que fue una de las grandes estrellas ganando tres de las nueve etapas. En ellas disputaba la victoria un jovencísimo y potentísimo Ullrich que un mes más tarde se proclamaría subcampeón nacional en la modalidad de contrarreloj. McEwen confirmaría las expectativas en el Tour de l’Avenir, ganando una etapa. Lo haría aún más cuando en 1995 se proclamó campeón absoluto de Australia con apenas 22 años.

Firmó por el Rabobank, conjunto que incluiría a otros australianos como Henk Vogels, Patrick Jonker o Matthew Hayman, este último ya sin Robbie en el equipo. Para aquellos más jóvenes, recordar que entonces la bandera australiana no estaba tan normalizada en ciclismo. La primera victoria del ciclista nacido en Brisbane tuvo lugar en la Vuelta a Murcia, la que iba a ser su primera carrera como ciclista profesional y luciendo los colores blanco y naranja del Rabobank, nada menos.

Su primer sprint allí le vio ascender a la tercera plaza, por detrás de Abdoujaparov y Blijlevens, dos de los sprinters hegemónicos de los años 90. Un comienzo muy esperanzador que no tardó en dar fruto. Fue en la cuarta etapa de aquella carrera, con meta en la localidad de Yecla, donde McEwen imponía su punta de velocidad a los ya mencionados y a otro clásico: Jan Svorada. Profeta en su tierra, se llevó tres victorias en el Herald Sun ya ese primer año, que fue cerrado con seis victorias por parte del aussie. Tardaría solo una temporada en debutar en el Tour de Francia, cumpliendo su primer sueño como ciclista.

Eran años de dominio de Zabel, Kirsipuu, Cipollini, Moncassin y todos esos nombres clásicos. El máximo logro de Robbie en aquel Tour del debut fue un cuarto puesto en la meta de Burdeos, que es una de las mecas del sprint. Llegó a París, cosa que no era nada sencilla con un recorrido plagado de montañas y etapas crueles. Fue la primera de las once ocasiones que logró finalizar el Tour de las doce veces en las que tomó la salida. Sólo en 2007 le pilló el temido fuera de control camino de Tignes.

En 1998 fue segundo en una etapa, la que llevaba al pelotón a Cork, en Irlanda, y no sería hasta 1999 que McEwen comenzase a ser considerado uno de los grandes velocistas del mundo. Además, fue la de París, la más prestigiosa. El australiano tardaría tres ediciones en volver a ganar. Lo haría antes en el Giro, por donde se dejaba caer para pelear con los mejores cara a cara. A su retirada fueron doce las victorias totales en el Tour y otras tantas en el Giro, carrera en la que no dejó de ganar entre las ediciones de 2002 y 2007. Nunca acabó la ronda italiana.

En Francia se adjudicó el maillot verde de la regularidad en tres ocasiones. No contaba con los equipos que disponían esos trenes imparables como el Saeco de Cipollini o el Fassa Bortolo de Petacchi, que casi les dejaban la victoria en bandeja. McEwen, un sprinter más pequeño (1,71 metros), más escurridizo y especialista en los últimos 50 metros. Codazos, marrullerías, lo que es un sprint puro. En esas situaciones era de los más agresivos, de los más temidos en el pelotón. Vivía sus grandes éxitos desde el Lotto, en sus diversas denominaciones a lo largo de los años.

En los años de Armstrong, quien dominaba el pelotón de forma cuasi-mafiosa persiguiendo incluso en escapadas a aquellos que amenazaban con transferir información. En ese contexto, Robbie le espetó un día a Lance que se callara o le cerraría la boca con el puño, en una frase célebre que quedará para la historia del Tour. El estadounidense no contestó, alguien le había plantado cara.

Ese respeto que le tenía el pelotón le ha llevado a ser sin lugar a dudas el mejor sprinter de la historia en Australia. En 2002 se hizo con la plata en el Campeonato del Mundo, celebrado en Zolder (Bélgica), con victoria para Mario Cipollini. Fue el primer metal que un aussie conseguía en la competición, abriendo la puerta a las cosechadas por ‘Bling’ Matthews o incluso el título de Cadel Evans. Se retiró en 2012 desde las filas del Green Edge, equipo australiano bien asentado en el World Tour. Una especie de guiño a sí mismo que le llevó irremediablemente a seguir ligado al ciclismo, como tantos y tantos otros, al otro lado del micrófono 115 victorias más tarde.

Fotos: Sirotti