Llevar el sufrimiento y el dolor por encima de lo máximo soportado por un ser humano normal es una de las capacidades de los más grandes campeones del deporte ciclista. Incluso aquellos que parecen invencibles, caen a veces en las garras del temible hombre del mazo. Las pájaras forman parte de la épica y la historia de la bicicleta, y engrandecen la leyenda de aquellos que han labrado su nombre a base de grandes victorias.
Viajamos al 1 de noviembre de 1962. La temporada llegaba a su fin con la última prueba del año, el exigente Trofeo Baracchi, una contrarreloj por parejas de nada menos que 115Km con final en la localidad lombarda de Bergamo. Un dúo sobresalía en la lista de participantes y desafiaba el dominio italiano en el palmarés de la prueba. Nada más y nada menos que el potente alemán Rudi Altig y el mejor contrarrelojista del momento, Jacques Anquetil, ambos del equipo Saint Raphael.
El teutón, con 25 años, completaba su primera temporada como profesional en la que se destapaba como un auténtico fuera de serie. Altig se había llevado con autoridad la general de la Vuelta a España además de tres etapas y el maillot de la regularidad, a lo que había sumado otro trío de etapas y el correspondiente jersey verde de los puntos en el Tour de Francia. Por su parte, Jacques Anquetil, que había tenido que abandonar en la Vuelta a España por problemas estomacales cuando marchaba segundo, había conseguido su tercer Tour de Francia.
Solo una pareja parecía poder hacer sombra al, a priori, imbatible dúo franco-alemán, la formada por los italianos Ercole Baldini y Arnaldo Pambianco. El primero de esta dupla transalpina, apodado como Il treno de Forlì, ya se había llevado el trofeo en cuatro ocasiones: dos junto a Aldo Moser (que en esta edición competía junto a Giuseppe Fezzardi), otra junto al Campionissimo Fausto Coppi, y la edición anterior acompañado del francés Joseph Velly.
El Trofeo Baracchi no era una prueba que se le diera bien a Anquetil. Monsieur Crono prefería los esfuerzos individuales a este tipo de carreras, y no llegaba bien al final de temporada, tras haber planificado su año para su gran objetivo de la Grande Boucle. Pero los contratos mandan y esta dura competición de resistencia era uno de sus últimos compromisos de cada temporada. El francés ya había terminado en tercera posición en una ocasión (junto a André Darrigade) y en segunda en cuatro ocasiones (con Antonin Rolland, Louison Bobet y dos veces con el ya citado Darrigade); tres de ellas tras la pareja formada por Fausto Coppi y Riccardo Filippi.
A pesar de los antecedentes la prueba discurría muy favorable para Altig y Anquetil, que, tras setenta kilómetros de carrera, gozaban de una cómoda ventaja sobre Baldini y Pambianco. Rudi Altig, cual caballo desbocado, estaba rodando con toda su fuerza, llevando el peso de la carrera ante un Anquetil que cada kilómetro que pasaba aparecía menos en cabeza del dúo.
Sucedía entonces el momento clave. A la altura del kilómetro noventa, Jacques Anquetil, el corredor “perfecto” en la lucha contra el crono, cuya inmaculada planta sobre la bicicleta ilustraba las mejores imágenes de la época, comenzaba a perder contacto con su compañero alemán que parecía no creerse lo que estaba pasando. Rudi Altig miraba para atrás desesperado, reducía el ritmo animando a su compañero a reengancharse, pues no quería perder una victoria que ya notaba cerca.
Pero Anquetil no reaccionaba. Cada pedalada iba más desencajado. Como declararía después “iba sumido en la niebla. Solo podía ver formas borrosas y lo único que me preocupaba era conseguir la mayor protección posible a la rueda de Altig”.
El alemán sacaba entonces toda la casta que solo pueden mostrar los más grandes campeones. Realizaba los últimos veinte kilómetros gritando, animando a su compañero, incluso empujándolo del sillín para llevarlo en volandas hacia la meta, aún lejana. A pesar de la buena ventaja que habían conseguido, la pájara del francés podría costarles la victoria.
La contrarreloj terminaba en el velódromo, donde el público esperaba la llegada de las grandes estrellas. Pasado el túnel de acceso solo quedaría tomar el giro hacia la pista y dar una vuelta triunfal al circuito. La extenuación de Anquetil llegaba a tal punto que nunca llegó a tomar esa última curva. El francés salía noqueado del túnel y se iba recto, sin ser capaz siquiera de mover su manillar, dándose de bruces contra el suelo. Anquetil recibió un fuerte golpe en la cabeza. Ensangrentado, quedó tan conmocionado que se mantuvo agarrotado en la bicicleta mientras era asistido por los que allí se encontraban, mientras Rudi Altig realizaba la vuelta al velódromo en solitario.
Por fortuna para el bravo alemán, los tiempos se tomaban a la entrada del velódromo. Conseguían, por tanto, salvar la victoria con un escasísimo margen sobre Baldini y Pambianco. Un día heroico que dejaba a dos vencedores con sensaciones muy diferentes. Como recoge el periodista neerlandés Tim Krabbé en su novela El Ciclista (De Renner), en referencia a una entrevista con el gigante alemán, Rudi Altig recordaría esta victoria como la mejor de su carrera, por encima incluso de la Vuelta a España, el Mundial o cualquiera de sus grandes triunfos.
El gran campeón Jacques Anquetil, por su parte, demostraba su capacidad de sufrimiento, realizando un esfuerzo agónico que quedará como uno de los episodios más memorables del ciclismo. Pero este episodio también permitía a sus numerosos críticos hacer chanzas sobre su fama de bonvivant, su afición por las ostras y el champán y su meticuloso calendario centrado en objetivos únicos, con el Tour de Francia siempre como protagonista.
Foto: Foros Ciclismo
Victor es un apasionado al ciclismo con una gran habilidad para elegir las palabras exactas. Road&Mud, High-Cycling y ahora Le Puncheur, es una garantía de calidad en la escritura y la selección de temas para transmitir el ciclismo desde una perspectiva que nunca hubieses imaginado.