En el Tour de Francia, existen estrellas fugaces que, tras un efímero paso por el éxito, desaparecen; algunas que, aunque pase el tiempo, siempre están ahí, iluminando un deporte que sobrevive gracias a su figura; y otras que, a pesar de sufrir durante años un eclipse que parece vitalicio, han logrado zafarse de él para, por fin, volver a ser esa figura que nos deslumbró años atrás. Romain Bardet es una de esas estrellas que, tras pelearle dos Tours de Francia a todo un Chris Froome, ha estado durante años viviendo de pequeños rayos de esperanza que aparecían de manera fugaz.
Sin embargo, en el inicio de su último Tour como profesional, el destino le tenía guardada una oportunidad para volver a iluminar al planeta ciclista. Una última ocasión que se acabó convirtiendo en una recompensa a la valentía de un ciclista que, aun sabiendo que era incapaz de brillar con luz propia, nunca dejaba de intentarlo. Precisamente, eso sucedió el pasado sábado. Mientras el pelotón se conformaba con que el triunfo de etapa se decidiera en un sprint reducido entre los corredores que resistían al frenético ritmo de UAE y Visma, Romain no se lo pensó dos veces y, a falta de 50 kilómetros para la meta, se lanzó a la aventura. Era su momento, no podía desaprovechar esa oportunidad, y de ello se encargó su compañero de equipo Frank van der Broek, quien, tras descolgarse del grupo de escapados, llevó prácticamente de la mano al ciclista francés hasta la cabeza de carrera. A partir de entonces, comenzó una exhibición del corredor holandés que ni siquiera los mejores rodadores del pelotón internacional podían detener.
Bardet se aferraba a la rueda de su compañero y, poco a poco, le comenzaba a entrar al relevo. El grupo trasero recortaba diferencias, pero los astros se alineaban para permitir que esa estrella que tanto echaba en falta el ciclismo volviera a brillar.
Fue una victoria simbólica, un logro que premió a aquel que nunca dejó de intentarlo. Porque sí, quizás Van der Broek se merecía más el triunfo, pero lo del sábado iba más allá de lo deportivo; trascendía a lo humano. Ese maillot amarillo no era la recompensa al mejor corredor de la primera etapa de esta ronda francesa, era el premio a aquel que siempre iba de cara, a aquel que, aun siendo inferior, respondía independientemente de que frente a él se encontrara uno de los equipos más poderosos de la historia del ciclismo, el Team Sky de 2016.
Era difícil continuar la carrera con una mejor historia, pero la etapa del domingo tampoco decepcionó. La subida a San Luca ofreció un nuevo espectáculo, esta vez con los dos grandes aspirantes a pelear por el Tour como protagonistas. Vingegaard disipó las dudas sobre su estado de forma. No obstante, ahora se comienzan a formular otras cuestiones en torno a su figura. ¿Le faltó terreno a Tadej para soltarlo? ¿Se le hará larga la carrera? O, por el contrario, ¿llegará con más frescura a la última semana?
El riojano Sergio Quintana es una joven promesa del periodismo ciclista español. Además de escribir artículos sobre ciclismo profesional para High-Cycling y ahora para Le Puncheur, se encarga de dirigir el programa de YouTube.