Carlos Rodríguez: entre el punto de inflexión, el humo y la esperanza

Dicen de los grandes talentos que cuecen a fuego lento, que son inconstantes e impredecibles. Nadie duda de que Carlos Rodríguez, ciclista granadino del Ineos-Grenadiers, lo sea. Lo ha enseñado y eso cuando se muestra no es por casualidad. No es un gol por la escuadra, no es un remolino de sucesos que barren las calles para dejar a una sola persona delante del maletín de cien mil euros. Es un ciclista que ha resistido en su prime al tándem Vingegaard-Pogacar a una distancia prudencial, les ha retado y les ha ganado. Ha puesto en jaque una carrera como el incierto Tour de l’Avenir por no estar conforme con el resultado, lo que denota ambición. Al haber estado cerca de conseguirlo, denota piernas, calibre, capacidad. 


Vamos, que este ciclista ni es flor de un día ni un espejismo, está clarinete. Pero no es menos cierto que el tiempo pasa, que la cinta transportadora de la paciencia vive a cada vez mayor velocidad y que las oportunidades que se dejan pasar no vuelven. Liderar un conjunto como el Ineos no es tarea sencilla. Echarse a hombros la trayectoria de Sky, en boca de todo el planeta ciclista durante bastantes años, no es fácil. Hacerlo en solitario, menos. Pero lo cierto es que en 2024 el euríbor ha bajado, del mismo modo que la cotización de Carlos Rodríguez lo ha hecho. No hay más, es una realidad. 

La sensación de pelea con las terceras semanas le restan credibilidad de cara a liderar en vueltas de precisamente tres semanas. El nivel mostrado en 2023 exige dar pasos adelante, aunque no siempre haya espacio para poner los pies. Ineos apostó fuerte por una perla que había perdido en la corriente por no haber peleado por ella lo suficiente. Después tocó sudar el neopreno y buscar en casa lo que no habían conseguido fuera. Paralelamente el talento terminó de enseñar el brillo, cual lingote de oro asomando el suyo por la cremallera de una bolsa de transportes. La encrucijada no es sencilla. La talla que hay que dar no es fácil, más aún por no ser británico y encontrarse al frente de una armada repleta de compañeros de gran clase y otros que también ansían ese trono. 

Carlos tiene la ocasión de la Vuelta a España para redimirse de un mal Tour de Francia. Un séptimo puesto no está mal, muestra consistencia, a un ciclista que está ahí. El problema viene más por las sensaciones, en un análisis cualitativo de la situación. Carlos no parece estar sentado en la misma mesa que reparte las medallas en una carrera con competidores de tal tamaño que apenas se ve el borde final de su dominio. Un Tour gris, admitámoslo. Como el niño que hace la gracieta una vez, y te ríes. A la segunda, te ríes menos. A la tercera, ni un atisbo de gracia. Ese paso atrás viene acompañado por la sensación de que en cierto tipo de carrera debería dar varios hacia delante. Sí, ha ganado el Tour de Romandía brillantemente y ha conquistado su segunda victoria de etapa en la Vuelta al País Vasco, dos escenarios con los que muchos soñarían tres vidas. 
Carlos Rodríguez, del equipo Ineos.
JEAN-CHRISTOPHE BOTT
Sin embargo, el granadino no está hecho para esos retos de escala media. Al haber lanzado el guante en vivo y en directo ante los príncipes supremos del ciclismo, le toca responder y pelear a ese nivel. Retroceder supone eso, retroceder, ser considerado un ciclista muy bueno sin más en lugar de una alternativa. Porque, no nos engañemos, eso era lo que Carlos Rodríguez era considerado por muchos de nosotros. Por eso, su papel en la Vuelta a España puede ser clave para comprender cuál es su sitio en el ciclismo, cuál en el ojo de los aficionados que se esperanzaron con él. 

No es fácil brillar en grandes vueltas siendo español. La presión que en seguida cae del cielo por los años de sequía en ciertos campos hacen que la armadura pese más, que cada mirada sea sospechosa de una crítica, de una decepción, de una esperanza no cumplida. Por ese motivo, esta Vuelta a España es una ventana abierta por una puerta que se cerró en julio. Una ocasión de reivindicarse, de actualizar su estatus, de recordar a Ineos en primer lugar y a los aficionados después que Carlos Rodríguez ha venido para quedarse. La etapa de Guadalupe no permite pensamientos muy optimistas. Es cierto que no es hombre de explosivos movimientos, pero tampoco lo son otros que estuvieron delante y aguantaron la estirada de la goma. Se midieron las fuerzas y las suyas no estuvieron en su lugar. 

Por ello, estas semanas serán clave a la hora de creer o no creer, de generar más esperanza o empezar a bajarse de un caballo que hasta no hace tanto tenía una cola de personas esperando para subir. Si uno recuerda cómo se ganó Chava Jiménez a la afición y que ese lugar no tenía que ver con los puntos UCI, con las clasificaciones invisibles y con las medias tintas, piensa que Carlos debería elegir qué ser de mayor. Si el camino es convertirse en uno más, en un puestometrista profesional, bien por él. Será uno más de una colección absolutamente preparada para el olvido tras vivir una plácida carrera profesional. Sin embargo, visto el tamaño y el color de la bestia, no dejaría de ser una lástima. 

Si Ineos acaba la Vuelta y la temporada pensando que ojalá Movistar les devolviese el dinero, mal asunto. Ahí está el reto, el quid de la cuestión. Ese es el punto de inflexión que espera a un corredor que, de encontrar ese hueco, tiene recorrido para ser el centro de las miradas del ciclismo español durante una década. ¿Estará preparado para ello? ¿Será consciente de la importancia del momento que vive? La Vuelta propondrá una sentencia en base a los argumentos expuestos por el enésimo Rodríguez del ciclismo. Veremos qué balances se sacan a final de año, pero para ello es necesario revertir la sensación de que el jarrón más bonito de la casa se encuentra detrás de una cortina. ¿O es que no era tan bonito?