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Durante el Tour de Francia de 1978, tras la descalificación en L’Alpe D’Huez de Michel Pollentier por aquella trampa de la orina, era Joaquim Agostinho el mejor clasificado de la escuadra Flandria. Y a pesar de que hasta ese momento el portugués había ejercido papel de abnegado gregario, Fred Debruyne, el director deportivo de la escuadra flamenca, confió en él para tomar la jefatura del equipo. No defraudó la confianza. Se metió en la escapada camino de Lausanne e hizo un buenísimo papel en la cronometrada entre Metz y Nancy. Agostinho se subió al podio de París por vez primera en su vida, con un tercer puesto.
Sin embargo, uno de los episodios más recordados de la vida deportiva de Agostinho es su podio en el Tour de Francia de 1979. Y no es que le rodasen especialmente bien las cosas durante aquella edición de la ronda gala. Pero rememorando este episodio, nos haremos a la idea de la pasta de la que estaba hecho este hombre, y de su inquebrantable fuerza de voluntad para sobreponerse a las desgracias.
En la sexta etapa de aquel Tour con final en Saint Brieuc, el pelotón rueda a toda velocidad. Una vez más, Agostinho se va al suelo. Las heridas son graves y Jean De Gribaldy, pese a conocer el carácter del portugués, está preocupado. Porque le ha oído gemir de dolor; algo que nunca le había escuchado hasta entonces. Sin embargo, con ayuda, lo logran montar en la bicicleta al día siguiente para acabar la etapa con final en Deauville. La consigue terminar. Peores son las perspectivas para la etapa de Le Havre…
Una brutal cronometrada por equipos de 90,2 kilómetros, desde Deauville hasta Le Havre. En su equipo Flandria se teme lo peor: el esfuerzo es muy violento y Joaquim sigue con sus dolores. A sus directores deportivos, Joseph Huysmans y Brick Schotte, no les extrañaría su abandono. No sería así. Lejos de bajarse de la bici, Agostinho, junto a Marc De Meyer, son los que más pasan por la cabeza del equipo rojiblanco.
Hay más. Sus heridas van terminando de cicatrizar en medio de insufribles dolores un día más tarde: una jornada de pavé entre Amiens y Roubaix de más de 200 kilómetros. Más de una semana más tarde, nuestro portugués obtiene recompensa, por fin, a tanto sufrimiento, a su tenacidad, con su victoria en la primera llegada de las dos que se celebraron en L’Alpe D’Huez. Allí donde cualquier otro corredor hubiese abandonado el Tour sin que su reputación se resintiera, Agostinho nos demostró de qué pasta estaba hecho.
En 1980, corriendo para el Puch-Sem-Campagnolo, Jean de Gribaldy le pidió que abandonase sus típicos calendarios y participase en la maratoniana Burdeos-París. No fue tarea fácil. La técnica, ya sabemos que no era lo suyo. Por otra parte, los especialistas, Van Springel, Delépine, Chalmel… recorrían 65 kilómetros en la primera hora de carrera, ayudados por las motos. Agostinho sufría, no se acoplaba a aquella carrera ni a aquellas motos Tres veces intentó abandonar. Tres veces el conde de Gribaldy le ordenó subirse nuevamente a su montura. Al final el viejo “Tinho” hizo tercero.
Fue en este año 1980 y en este equipo donde fueron patentes sus desavenencias con otra de las figuras de esa escuadra, Didi Thurau. Ajado y veterano el portugués; todo un play boy el alemán. Una educación muy diferente, y casi una generación de diferencia. Salvo con Thurau, y el ya comentado episodio del cuchillo con Morgen Frey, Agostinho fue considerado buen compañero y disciplinado: tanto cuando le ordenaban ser un simple gregario, como cuando era el jefe de filas. Fue en sus tiempos todo un referente para los inmigrantes portugueses que tuvieron que partir hasta el país galo para solucionar sus vidas.
No sabemos si ya, para la temporada 1984, Agostinho no tuvo otras ofertas o decidió de motu propio fichar por un equipo menor. En la Wikipedia se puede leer que tuvo una oferta para correr con el equipo Skil, el de Sean Kelly, el Tour de 1984, cosa que no podemos ni reafirmar ni desmentir. La cuestión es que para esa temporada, Agostinho tenía ficha con el club entonces denominado Sporting de Lisboa; un equipo muy modesto en el conjunto del panorama internacional.
El último día de aquel mes de abril de 1984, que coincidió en fechas con la disputa de la Vuelta a España, la de la gran oportunidad del infortunado también Alberto Fernández, llegó el maldito y accidentado sprint. Parece ser que la muerte de Agostinho se pudo evitar si hubiese tenido una atención más rápida tras su accidente con el perro en Quarteira, en la Vuelta al Algarve. Todo son especulaciones. La cuestión es que falleció 10 días más tarde.
Sin cumplirse dos meses desde su fallecimiento, el 3 de julio de ese 1984, en una etapa del Tour de Francia, su compañero de equipo en el Sporting Paulo Ferreira se escapaba. A él se unían los franceses Maurice Le Guilloux y Vincent Barteau. A los dos batía Ferreira en el esprint final de la abarrotada meta de Cergy Pontoise en un apretadísimo final. A lágrima viva, Paulo Ferreira dedicaba la victoria a Joaquim Agostinho.
Raúl Ansó es pamplonés y cumple más de una década en proyectos como Road & Mud, Urtekaria, Desde la Cuneta, Planeta Ciclismo, High-Cycling y ahora Le Puncheur. El espíritu crítico y una visión siempre interesante sobre la actualidad, además de gran historiador del ciclismo.