Lo de Algarve, síntoma de un ciclismo que perdimos

Ganna Algarve

A estas alturas, casi todo el mundo ha visto ya el episodio de la primera etapa de la Vuelta al Algarve. Un corredor se equivoca encabezando el pelotón, el resto le sigue como corderitos y no pasan por meta, sino por una calle paralela destinada al desvío de motos y coches. Mientras tanto, unos pocos se dan cuenta y trazan bien la curva, con Ganna en primer lugar celebrando la victoria.

Sin embargo, un rato después nos enteramos de que, al parecer, todo eso había sido un sueño. Que la etapa no había existido, que afición, periodistas y ciclistas habían estado pendientes de algo cuatro horas y media, alguien había coronado el puerto de montaña el primero, el sprint intermedio delante, puesto la televisión o comentado por redes sociales algo que, al parecer, el error de alguno y de quienes le siguieron borró de un plumazo y nunca existió.

Hay precedentes de equívocos y despistes con el recorrido, que acaban con perjuicio para el equivocado que se quedaba sin victoria  y con otro ciclista levantando los brazos en meta y en el podio. Pero ayer se equivocaron casi todos, o se equivocó uno y el resto le siguieron. Daba igual que en el libro de ruta apareciese bien señalizado, daba igual que alguien de rojo y otro de amarillo señalasen la dirección, daba igual que, ante un probable sprint, los ciclistas debieran tener estudiado el final (y no lo digo yo, sino un implicado como Arnaud De Lie). Como se equivocaron muchos, la culpa para el organizador, la etapa anulada y el castigo para quien sí lo hizo bien, levantó los brazos pero no obtuvo victoria.

Y castigo también para el aficionado que sigue este deporte. Porque cada vez ocurre más: cuando no es por el error de muchos ciclistas, como ayer, es porque hace frío y, cuando no, porque esta etapa es demasiado larga… En todos esos casos se encuentra consenso «por el bien de la seguridad», se dice. Curioso que, precisamente cuando no hubo acuerdo en parar todos, fuese hace un par de semanas, cuando pasaban coches por la carretera en sentido contrario durante la carrera. ¿No era aquello algo unánimemente inseguro y necesario de subsanar? No, aquello no, pero el frío sí (¿para qué pedir al equipo más y mejores prendas de abrigo, por ejemplo?), y lo de ayer también (¿para qué mirarse bien el libro de ruta o un vídeo de la llegada?).

En contra de etapas demasiado largas también están todos, cuando, precisamente, mayor cansancio implicaría menos fuerzas y competencia al final, reduciendo riesgos. En contra de quienes cierran a quienes quieren fugarse cuando hay fuga cómoda ya hecha no estamos tan de acuerdo, y del dopaje a veces, según nos pille.

Al final, la realidad es que nos han cambiado este deporte. Uno mira a los corredores de hace cincuenta, sesenta u ochenta años y la inmensa mayoría eran de familias humildes, trabajadoras, en la mina, el campo o el taller, que se ponían a practicar un deporte que les llevaba al límite de la resistencia. De ahí nacían las gestas, las leyendas. Hoy día no se busca el límite de resistencia, sino el límite de velocidad, la lucha por el sprint, por la máxima potencia. Tampoco se busca que el ciclista piense ni memorice una llegada o esté atento a sus rivales, sino que el pinganillo piense por él.

Algo mucho más adaptado a bicicletas que rondan o superan el millón de las antiguas pesetas y todo el negocio a su alrededor, a deportistas hijos de otros deportistas acomodados, entrenadores o profesionales liberales que llevaban a sus niños a extraescolares. Tengo la sensación de que estamos cambiando el deporte de los trabajadores, del sacrificio y la resistencia, por uno de señoritos, donde se compite en velocidad y equipamiento (más aerodinámica, desarrollos más amplios, computador en la bici para no desfallecer) como si fuese Fórmula 1 o MotoGP, generando con ello mayores riesgos que nunca debido a una velocidad mayor, aunque esta no ofrezca nada adicional al espectador, pues es imposible diferenciar a simple vista entre ir a 50 o a 55 km/h.

Porque al final no se trata de la seguridad del ciclista (la cual hay que proteger al máximo, por supuesto) ni del interés del espectador, sino de un negocio donde cada vez menos se permiten las salidas del guion y, si estas se producen, la etapa en cuestión queda anulada por interés exclusivo de los que mandan.

Y como amante de este deporte, pregunto: ¿tiene realmente futuro un ciclismo así? Al menos yo no soy capaz de aficionar a mucha gente cuando las carreras se anulan porque no son capaces de mirar el libro de ruta, como ayer, y se les premia, o cuando se boicotean, bien parando o bien yendo despacio y sin pelea por la fuga durante dos horas, o cuando apenas hay intentos de probar cosas distintas por ganar al mejor, no vaya a ser que perdamos el segundo puesto y sus puntos…

Si algo tiene, o tenía, de especial el ciclismo y por lo que ha llegado a ser un deporte importante, es la heroica y la épica del esfuerzo (algo que, al contrario que la diferencia de velocidad, el espectador sí percibe), y tengo la sensación de que algunos héroes como Pogacar, Van der Poel o Remco, con sus cabalgadas imposibles, están tapando que, en realidad, nos están quitando esa esencia del deporte que amamos.

Hola 👋

Regístrate para recibir todo nuestro contenido en tu correo electronico

¡No hacemos spam! Lee nuestra política de privacidad para obtener más información.