Viajamos en el tiempo hasta la isla de Sicilia. Es sábado 21 de mayo de 1949 y, por las calles de Palermo, nos cruzamos con 102 valientes que están terminando de alistar sus bicicletas para tomar la salida de la 32ª edición de la Corsa Rosa. A nuestra llegada, encontramos una Italia que sigue de luto por la reciente tragedia de Superga, un accidente aéreo que se cobró la vida del legendario Torino FC, club que dominaba con autoridad el campeonato nacional de fútbol. Además, el país continúa recuperándose de las terribles consecuencias de su derrota en la II Guerra Mundial, bajo la dictadura de Benito Mussolini. En este contexto, el pueblo busca evadirse de la cruda realidad de la posguerra y encuentra en el deporte un refugio, especialmente en el ciclismo, que está aumentando exponencialmente su popularidad entre los jóvenes aficionados. Agolpados al borde de las carreteras, muchas de ellas parcialmente destruidas por los bombardeos, miles de seguidores alientan el paso de sus ídolos, que pedalean hasta exprimir sus cuerpos, aferrándose a la que tal vez sea su única oportunidad para escapar de la miseria.
Los mejores corredores italianos de la época ultiman los preparativos y, no sin dificultad, entre tanto maillot y bicicleta, reconocemos a los tres grandes favoritos: Fiorenzo Magni (ganador de la anterior edición), Gino Bartali (vigente campeón del Tour de Francia) y Fausto Coppi, “Il Campionissimo”, que llega en plena forma. A principio de temporada, aplastó a sus rivales en la Milán-San Remo, luego obtuvo un meritorio podio en la Flecha-Valona y terminó regalando la París-Roubaix a su querido hermano Serse, lo que, según sus propias palabras, le produjo una mayor emoción que si él mismo hubiera ganado.
Charlamos con los tifosi y nos cuentan que este Giro de Italia será, con toda seguridad, un nuevo capítulo de la rivalidad entre Fausto Coppi y Gino Bartali, un duelo que trasciende lo meramente deportivo y que divide por completo a la nación. Acompañamos la carrera desde el coche y, después de una primera semana relativamente tranquila, Fausto se erige como el máximo favorito gracias a su triunfo en la 11ª etapa, con final en Bolzano. A pesar de ello, llega a los tres últimos días de competición sin haber vestido aún la maglia rosa. En la clasificación general, se sitúa tan solo unos segundos por detrás del velocista Adolfo Leoni, que ha ido labrando una considerable ventaja. La antepenúltima etapa es la reina y aglutina tal cantidad y calidad de pasos encadenados que parece descabellado pensar que pudiera replicarse en el ciclismo actual. La jornada consta de 254 kilómetros, incluyendo los puertos de montaña de la Maddalena, Vars, Izoard, Monginevro y Sestriere, sin apenas descansos y con un frenético descenso final hasta la meta en Pinerolo. Más de 5000 metros de desnivel acumulado, tercera semana de carrera y condiciones meteorológicas adversas, los ingredientes perfectos para vivir una jornada inolvidable.
Antes de la salida, hay intercambio de palabras entre los dos grandes favoritos. Gino sabe que a Fausto le gusta marcharse en solitario, por lo que asegura que le dará ventaja; en la cuarta ascensión le alcanzará y en la quinta le dejará atrás. Coppi le responde que durante la salida se fije bien en su rueda trasera porque no la volverá a ver hasta cruzar la línea de meta.
El corredor emblema de Bianchi, con el característico maillot azul y blanco, luce imponente sobre la bicicleta y nos hipnotiza con su fino y distinguido pedaleo, justo antes de que presenciemos su ataque en las primeras rampas de la Maddalena, tal y como había anunciado. Faltan nada más ni nada menos que 192 kilómetros hasta la llegada y todos los pasos de montaña por ascender. Los baches y la gravilla salpican las carreteras sin asfaltar y castigan duramente la travesía de Fausto, que pincha hasta en cinco ocasiones, añadiendo aún más tintes épicos a su cabalgada. Durante la travesía, seguimos la rueda de Fausto y quedamos fascinados al ver cómo la gente se arrodilla a su paso. Hace frío y las habituales pancartas han sido sustituidas por mensajes de ánimo sobre la nieve que se amontona en las cunetas. Al principio de la escapada, corre en persecución de un atrevido compatriota que navega unos minutos por delante. Pero enseguida, la lluvia cobra protagonismo, “Il Campionissimo” endurece el ritmo, le deja atrás y se marcha en solitario, coronando uno a uno todos los puertos hasta la línea de meta. Levanta los brazos cubierto de barro, aventajando en casi 12 minutos a un abatido Gino Bartali. La etapa pasará de inmediato a los anales de la historia del ciclismo.
Al día siguiente, conseguimos saludar a Coppi y desearle suerte mientras se dirige a tomar la salida de la prueba contrarreloj de 65 kilómetros, en la que finaliza en cuarta posición. Con 24 minutos de ventaja sobre Bartali, todo fluye hasta la meta final en Monza, donde se corona vencedor de su 3º Giro de Italia.
Apenas sin tiempo para celebrarlo, 18 días después, Fausto ya está paseándose elegante por las calles de París, ciudad en la que empieza y termina el Tour de Francia de 1949. Esta vez son 120 valientes los que formarán el pelotón de la carrera por etapas más importante del mundo. Unos días antes, el seleccionador italiano Alfredo Binda (primer héroe nacional, ganador de 5 Giros de Italia) había tenido que enfrentar las presiones que ejercía el entorno de la todopoderosa marca Bianchi, que supuestamente no quería que Gino Bartali compartiera liderato con su protegido.
Recordemos que, por aquel entonces, la Grande Boucle se corría por selecciones nacionales y la italiana era, sin lugar a dudas, la gran rival de los ciclistas franceses. Sin embargo, la falta de entendimiento entre los componentes del equipo era un lastre que podían aprovechar los galos. Las desavenencias entre las dos grandes estrellas y rivales habían alcanzado su cénit en el Mundial de Ruta de 1948, en el que partían como principales favoritos. Ante la desesperación y los silbidos de los aficionados italianos que se habían desplazado hasta la localidad neerlandesa de Valkenburg, Gino Bartali y Fausto Coppi se pasaron la prueba vigilándose, mientras la lucha por el arcoíris se les escapaba. Aquello causó tal terremoto mediático en Italia, que precipitó una reunión de urgencia entre la dirección técnica y los implicados. El conflicto concluyó con un acuerdo, mediante el cual ambos se comprometían a cooperar por el bien común de la escuadra italiana.
Continuando con nuestro periplo por el tiempo, en un abrir y cerrar de ojos, ya estamos viviendo en directo las primeras etapas del Tour de 1949, donde las cosas no han comenzado bien para Fausto Coppi. Con bastantes minutos perdidos en la clasificación general, afrontamos los primeros compases de la 5ª etapa. Para alegría de sus seguidores, “Il Campionissimo” ha conseguido filtrarse en la fuga del día para intentar recuperar posiciones. Sin embargo, acaba de sufrir una caída y su bicicleta ha quedado destrozada. Para colmo, en un terrible fallo de coordinación, el coche que le acompaña tiene una bicicleta de repuesto demasiado pequeña, por lo que toca esperar al segundo vehículo del equipo, que transita junto al pelotón. Impotente, consciente de que este nuevo varapalo le aleja mucho del objetivo, Coppi se plantea la retirada. En la cuneta, devastado y mostrando síntomas de flaqueza, vemos cómo llega Alfredo Binda, quien, utilizando sus mejores dotes de persuasión, trata de convencerle para que suba a la bicicleta (a su talla esta vez) y concluya la etapa. Observamos cómo Bartali también colabora, le habla al oído, le acompaña en su calvario y le insinúa que, si vuelve a casa sin intentarlo, los aficionados no se lo perdonarán jamás. “Il Campionissimo” sigue en carrera a regañadientes, pero se deja ir, se descuelga del pelotón y termina esta dramática jornada a 37 minutos del líder de la clasificación general. Por lo que nos cuentan, las conversaciones continúan en el hotel y se prolongan hasta altas horas de la madrugada. Desde fuera, escuchamos lloros, súplicas y gritos, parece que Coppi no levanta el ánimo. Su actitud de derrota, como si de un naufragio se tratara, nos hace presagiar que se retirará del Tour de Francia.
A la mañana siguiente, se obra el milagro y recibimos la noticia de que Alfredo Binda ha logrado convencerle para que continúe en carrera. Nos reproducen las palabras que utilizó para lograrlo: “Fausto, escúchame, mañana hay una etapa tranquila para recuperar, pasado mañana tenemos jornada de descanso y luego llega la contrarreloj, tu terreno, donde eres capaz de ganar corriendo con tan solo una pierna”.
Efectivamente, Fausto descansa, se recompone y arrasa en la prueba contra el crono, recuperando 8 minutos en la general. Su lenguaje corporal es distinto y hasta nos llega a reconocer que su reacción fue irracional, que se vio superado por la situación. En las etapas pirenaicas, presenciamos asombrados cómo el duelo Coppi versus Bartali vuelve a resurgir, con mensajes cruzados, momentos de tensión y ataques a traición. Sin embargo, lo verdaderamente importante para los tifosi es que, quedando por delante dos grandes jornadas alpinas y una larga contrarreloj, tienen de amarillo a Fiorenzo Magni y la desventaja de Gino Bartali y Fausto Coppi se ha reducido hasta los 12 y los 14 minutos, respectivamente.
Amanecemos en Cannes entusiasmados con el perfil de la etapa. Por delante aguardan 275 kilómetros y tres colosos: Allos, Vars y la nevada cumbre del Izoard. En sus rampas, la carrera dicta sentencia y los dos hombres más fuertes se destacan por encima del resto. Nos acercamos con el coche del equipo y los vemos rodar en solitario, mirándose de reojo, con un ritmo bajo, desconfiando el uno del otro, sabiendo que entre ellos estará el próximo ganador del Tour de Francia. Entonces emerge la figura de Alfredo Binda, quien desde el asiento delantero grita desquiciado que no olviden su pacto. También les recuerda la fuerte multa que acarrearía una desobediencia a sus instrucciones y la consecuente deshonra que recaería sobre ellos y sus familias. La arenga surte efecto, los archienemigos comienzan a relevarse y a ampliar su ventaja. En los kilómetros siguientes, Coppi resbala por el barro y Bartali le espera, mientras luego es Bartali quien sufre una leve caída en el descenso y Coppi quien frena hasta su llegada. Al final, cruzan juntos la línea de meta y Gino se enfunda la camiseta amarilla de líder de la clasificación general. Fausto se sitúa en segunda posición, a 1 minuto y 22 segundos.
Al día siguiente, nos enfrentamos a otra jornada de esfuerzo extremo: 257 kilómetros y cuatro pasos de montaña, entre los que se encuentran el Iseran y el Gran San Bernardo. En el primero de ellos, Coppi disipa cualquier duda y se confirma como el corredor con mejores piernas del pelotón, seleccionando considerablemente el grupo de los favoritos. Se toma un respiro en la transición y, nada más comenzar el Gran San Bernardo, vuelve a poner un ritmo machacón que esta vez solo puede resistir Gino Bartali. Coronan juntos, regalándonos otra estampa para el recuerdo con un avituallamiento compartido. Luego, en pleno descenso, presenciamos otro de los capítulos de la antológica saga. La diosa fortuna no acompaña a los seguidores bartalianos, que no pueden creer que Gino pinche, cambie la rueda y acto seguido se caiga. Fausto mira hacia atrás y espera, pero esta vez Alfredo Binda, hasta en dos ocasiones, le pide que continúe. Coppi cruza la línea de meta con más de 5 minutos de ventaja sobre Bartali y se viste por primera vez con el maillot de líder.
En la penúltima jornada, una larguísima contrarreloj de 137 kilómetros, Fausto se exhibe y saca más de 7 minutos a Gino, zanjando el debate sobre quién es el corredor más en forma del momento. Coppi sonríe, recordando cómo días atrás había estado a punto de arrojar la toalla, sentado en la cuneta, con la mirada perdida y 37 minutos de desventaja en la general. Logró sobreponerse y remontó de forma excelsa, atacando en las rampas más exigentes de los Alpes y volando con sus largas piernas en las pruebas contra el reloj. Tras una larga noche de celebración en París, volvemos a viajar en el tiempo hasta casa, con la certeza de que hemos vivido un acontecimiento único.
Así se fraguó la historia del primer hombre que ganó el Giro de Italia y el Tour de Francia en una misma temporada. Una gesta que solo 5 ciclistas han sido capaces de repetir: Eddy Merckx, Bernard Hinault, Stephen Roche, Miguel Induráin y Marco Pantani.
Fausto Coppi, además de un ciclista de leyenda, fue un ser humano con una historia apasionante. Nació en una familia campesina del alto Piamonte y combatió en la II Guerra Mundial. Sus largas y veloces rutas de camino al colegio, sobre una bicicleta de hierro, llamaron la atención de un masajista ciego, que le apadrinó deportivamente y le llevó hasta el profesionalismo. Contrajo matrimonio joven y la cosa no funcionó. Una enfervorizada seguidora, casada con un médico, se obsesionó con él y terminaron protagonizando una sonada aventura amorosa. Esta relación extramatrimonial le llevó a copar portadas, no sólo de los diarios deportivos, sino también de la prensa rosa. Acabaron sufriendo el escrutinio público de la sociedad católica italiana y hasta la condena del mismísimo Vaticano. En medio de esta vorágine, cuando estaba en lo más alto de su carrera profesional, se produjo la trágica muerte de su hermano Serse, su ojito derecho. A partir de ese momento, nunca volvió a ser el mismo dando pedales y su rendimiento deportivo cayó de manera fulgurante. Falleció prematuramente, a la edad de 40 años, a causa de la fiebre amarilla que contrajo en un safari por Tanzania.
Como si de una estrella del rock se tratara, Fausto Coppi llenó recintos deportivos, fue inmortalizado en miles de pósters, consiguió muchos éxitos y superó dramáticas situaciones. Vivió rápido y murió joven. 75 años después, sigue siendo ídolo de masas, una auténtica estrella del ciclismo.
Jorge es un apasionado de los datos, de las estadísticas y, sobre todo, del ciclismo. Desde Twitter y su cuenta de Clasificaciones Históricas nos ilustra y da perspectiva sobre varias disciplinas deportivas.