Este artículo no versa acerca de que recientemente haya saltado a la prensa la noticia de que Oier Lazkano ha sido suspendido provisionalmente por la UCI por anomalías en su pasaporte biológico. Este hecho es simplemente la excusa para escribirlo. Y este artículo tampoco debiera considerarse como un intento por parte de su autor de eximir de culpa al ciclista. Porque simplemente no lo es.
Este artículo versa sobre en qué contexto Oier Lazkano puede ser suspendido por la UCI por esas anomalías. ¿Será precisamente porque el ciclismo persigue el dopaje con más ahínco que la inmensa mayoría del resto de deportes agrupados en el Comité Olímpico Internacional?
Tras la mala fama que arrastraba el ciclismo a mediados de la década de los noventa del siglo pasado, y sobre todo tras los sucesos acaecidos durante el Tour de Francia de 1998, la UCI se puso manos a la obra en su intento de dar más credibilidad al ciclismo. Lo hizo con toda su buena voluntad. Fue algo absolutamente autoimpuesto. Esa campaña consistía en más investigación, más controles —algunos de los cuales, en España, desconozco si lograrían superar un examen de nuestro Tribunal Constitucional—, más sanciones… El tiro salió por la culata. ¿Por qué? Porque suponía intentar ser sinceros en el contexto de una sociedad absolutamente hipócrita.
El resultado fue el contrario al deseado. En lugar de dar una imagen de que era el ciclismo el deporte que más luchaba contra el dopaje, la imagen creada fue casi la de que todos sus practicantes se dopaban. Cuando en la prensa se hablaba de dopaje en genérico, las imágenes que acompañaban a esas noticias eran las de unos señores montados en bicicleta. Se tomó la parte por el todo. Implícitamente, los demás deportes, por comparación, se ganaban una imagen de que eran “deportes limpios”. Era en el ciclismo donde se concentraba la mayor parte de la maldad referida a este tema. El ciclismo se convirtió en chivo expiatorio para blanquear así, en esa sociedad absolutamente hipócrita, las miserias de los demás deportes.

Esa asociación de ideas —ciclismo-dopaje— nos acompañó casi durante dos décadas. Sin embargo, ahora mismo es cierto que la imagen que ofrece el ciclismo de cara al exterior ha mejorado. Aun así, la UCI prosigue con su cruzada, que es, por cierto, ejemplar y debiera servir de referente a los demás deportes. Pero esa cruzada se le sigue volviendo en su contra, porque el resto de deportes no proclaman tal cruzada, y sus federaciones niegan la mayor cuando su especialidad resulta amenazada.
Particularmente dolorosos fueron los sucesos de junio de 2006 en España, enmarcados dentro de la llamada Operación Puerto, cuyo nombre ya denotaba el objetivo principal de aquello. Si los y las lectoras repasan el palmarés del campeonato español de ciclismo en ruta para profesionales, se encontrarán con que aquella edición permanece desierta. Lo que sucedió aquella mañana conviene recordarlo de cuando en cuando. Aquella mañana, nuestros profesionales de entonces decidieron no disputar la carrera, por lo que publicaba ese mismo día el diario El País. Pero centrémonos y recordemos lo que, entre otras cosas, decía. Venía a decir que en la Operación Puerto estaban implicados 190 deportistas, de los cuales 50 eran ciclistas. Que ya son. Pero, ¿recuerdan los lectores algo de los otros 140 deportistas que no eran ciclistas? ¿Recuerdan algo de futbolistas, tenistas, atletas, remeros… implicados?
Más vergonzante fue cuando, por fin, en febrero de 2013 se celebró el juicio. Aquel clamoroso —y, repito, vergonzante— silencio cuando uno de los participantes ofreció a la jueza el nombre de todos sus clientes. Por supuesto, con prepotencia y choteo. Porque aquella persona sabía de sobra que no se los iban a dejar decir y que, aunque los dijera, nada iba a cambiar. Pero ese ofrecimiento dejó en evidencia a todo el sistema judicial y a la mayor parte de la prensa, sobre todo la que consume el gran público, que jamás ha tenido mayor interés en investigar los “otros 140 casos” y sí en regodearse en los que afectan al deporte del pedal.
Duele el agravio comparativo: el porqué unos han decidido mirar e investigar y otros han decidido no mirar hacia sus adentros. Y duele también la hipocresía de la mayor parte de la sociedad, cebándose precisamente con quien ha decidido actuar y expiando de sus pecados a quienes han decidido no mirar o mirar para otro lado.
Por desgracia, el dopaje afecta a todos los deportes. Pero fastidia que, mientras el ciclismo da nombres, apellidos y productos consumidos, otras federaciones no hagan sino negar la existencia de esa lacra en su terreno. Sí, ya lo sé: de cuando en cuando aparecen casos. Pero más bien parece que esos casos aparecen más para justificar que algo se hace que por otra cosa. Porque lo que trasciende al exterior es que quien plantea una lucha más sistematizada y extendida en el tiempo en contra del dopaje es, sin lugar a dudas, el ciclismo.

Por eso, a quien escribe, un veteranillo ya seguidor del ciclismo, no puede sino invadirle una profunda sensación de escepticismo cuando oye las noticias de nuevos casos de dopaje en el universo ciclista. Sin que con ese escepticismo justifique esa acción y la profunda trampa que tal acto produce respecto a sus compañeros del pelotón que no trampean.
Pero no solo hay que centrar la credibilidad de un deporte exclusivamente en el dopaje. El dopaje es solamente una pata más de esa credibilidad. Por ejemplo, el tema arbitral. Los arbitrajes en ciclismo, incluso a pesar de esos espectaculares tras coche y esas eternas entregas de bidón, resultan infinitamente más creíbles que en otros deportes. Recientemente también ha saltado la noticia de que unos árbitros en la liga turca de fútbol, a la vez que arbitraban, habían apostado previamente en esos partidos que arbitraban. Usted, señor o señora lectora, ¿cree que eso va a afectar a la credibilidad de ese deporte? ¿Usted cree que el fútbol va a investigar a conciencia esos casos y otros posibles similares en otras ligas futbolísticas de mayor importancia? ¿Usted recuerda lo que pasó con un famosísimo futbolista español en toda una final de la Champions League europea?
El caso Lazkano, o el de Rangel Vinicius, duelen al ciclismo. Claro que duelen. Pero debiera enorgullecernos que sea el ciclismo uno de los deportes —si no el que más— que más lucha contra la lacra del dopaje. Incluso a pesar de que, en esta hipócrita sociedad en la que nos toca vivir, esa lucha se vuelva en contra del propio ciclismo.
En resumidas cuentas, creo que el ciclismo “no está” en condiciones de recibir lecciones de nadie. Más bien creo que está en condiciones de darlas.

Raúl Ansó es pamplonés y cumple más de una década en proyectos como Road & Mud, Urtekaria, Desde la Cuneta, Planeta Ciclismo, High-Cycling y ahora Le Puncheur. El espíritu crítico y una visión siempre interesante sobre la actualidad, además de gran historiador del ciclismo.