Profesional entre 2004 y 2012, el asturiano Carlos Barredo fue un corredor importante y valorado en algunos de los equipos más punteros del panorama ciclista. Desde el Liberty Seguros de Manolo Saiz al recordado Rabobank, pasando por el potente Quick-Step de Patrick Lefevere. Corredor de equipo y todoterreno capaz de filtrarse en todo tipo de fugas, fue además compañero de las grandes figuras de una época convulsa pero que nos brindó muy buenos momentos de ciclismo.
¿Cuándo empezaste a aficionarte por el ciclismo y la bicicleta?
CB: Viví mis primeros años en un pueblo del Concejo de Ponga, en Taranes. Donde por cierto este año la Vuelta a España tiene una encerrona importante, con la subida a Collada Llomena. Con 9 o 10 años ya nos fuimos a vivir a Gijón.
Cuando tenía 14 años, un compañero del colegio, Andrés, iba a apuntarse a la Escuela de Ciclismo de Las Mestas. A mí me gustaba la bici como a cualquier niño, para andar por el pueblo. Un día le pedí a mi padre que me comprara una bicicleta para poder apuntarme yo también. Yo solía ser miedoso y mi padre me dijo que me la compraría si yo iba desde el pueblo de mis abuelos a los Lagos de Covadonga.
Fuimos a casa de mis abuelos, y cogí la bici de montaña que tenía por aquel entonces, y subí a los Lagos, Mi padre cumplió la promesa y al poco tiempo estábamos en un garaje de Gijón comprándome una bicicleta para apuntarme a Las Mestas.
La Escuela Ciclista de Las Mestas es un lugar común en la formación de muchos ciclistas asturianos de renombre.
CB: Sí, allí se formaron los Chechu Rubiera, Dani Navarro, Luis Pasamontes, Iván Cortina… A Jesús Rodrigo, “Chus”, habría que hacerle un monumento algún día por lo que hace para el ciclismo en Asturias. De Las Mestas no solo salen corredores, pero también personas. Es una auténtica escuela de personas.
¿Cómo es tu trayectoria en aficionados hasta dar el salto con Liberty?
CB: En juveniles no me tomaba la competición tan en serio como supuestamente lo debería tomar, aunque a veces pienso que es mejor así. Entrenaba y competía por instinto, sin darle prioridad absoluta. Si el día antes de una carrera tenía que ayudar a mi padre en cualquier cosa, lo hacía.
En sub23 empecé a competir sin equipo, por libre en la primera carrera. Después entré en un equipo cántabro que se llamaba Margutsa, donde estuve tres años. Un equipo modesto que me dio la posibilidad de ir creciendo poco a poco con un calendario bastante estructurado.
Empecé a la Universdad y a partir del segundo y tercer año me empecé a tomar mucho más en serio el ciclismo. Eso me dio la posibilidad de llegar al Würth, y después de un año ya di el paso a profesionales con Liberty Seguros.
¿Cómo se gestó ese salto del filial al profesionalismo en el conjunto de Manolo Saiz?
CB: Creo que el hecho de considerarme siempre un hombre de equipo fue lo que me dio la opción de ser profesional. En el filial, aunque es cierto que conseguí buenos resultados, siempre acepté ese rol, dejándome la piel por los compañeros.
A mitad de temporada me dijeron que, si había alguna promoción a profesional, contarían conmigo. Pero no fue hasta el invierno cuando me confirmaron que firmaría el contrato para pasar al profesionalismo.
Para llegar a la élite, o eres un super clase o necesitas estar en el momento justo, en el lugar adecuado. Hace falta alguien que te dé el empujón. Y yo ahí tuve la suerte de tener el apoyo de directores a los que siempre estaré agradecido, como Chus en Las Mestas, Manzanillo en la Selección Asturiana, Juan González en Würth o Manolo Saiz, entre tantos otros.
Manolo Saiz siempre se ha destacado por su fuerte personalidad y eso le ha llevado a ser un personaje con muchas filias y fobias. ¿Cómo era trabajar con él?
CB: Jamás podré decir nada malo de Manolo Saiz. Siempre ha sido un gran apoyo para mí en mi carrera y me demostró su gran categoría humana. Sinceramente pienso que se ha granjeado antipatías por su manera de opinar o por su fuerte personalidad, pero yo le tengo un gran aprecio y sigo teniendo contacto con él actualmente.
¿Hay algún consejo que te haya dado que recuerdes especialmente?
CB: Me quedo con una frase que me dijo cuando empezaba:
“Un ciclista joven tiene que encontrar rápido su sitio: o sirves para ganar, o sirves para hacer ganar”.
En 2006 debutas en la Vuelta a España con otro líder de fuerte personalidad como Alexandr Vinokourov. ¡Cómo recuerdas aquellas tres semanas?
CB: Aquella Vuelta a España fue muy difícil, en lo deportivo y en lo extradeportivo. Guardo buenos recuerdos de la parte deportiva, pero no de todo lo que pasaba después de las etapas. El ambiente no era ni el que yo me esperaba ni el que se debería tener dentro de una carrera. El equipo estaba muy dividido entre el grupo mas afín a Manolo y la parte kazaja.
Si algo aprendí en aquella Vuelta, es a separar lo personal de lo profesional. Una vez que me ponía el dorsal, hacía mi trabajo lo mejor que podía, y después en el hotel esperaba al día siguiente.
No era el ambiente que, afortunadamente, me encontré en otros equipos después.
¿El cambio de equipo y la llegada a Quick Step tuvo algo que ver con eso?
CB: Yo tenía contrato con la estructura de Manolo Saiz para el año siguiente, pero me surgió esta posibilidad que era muy atractiva para mí. Hablé con Manolo y él me ayudó a correr donde yo quería y merecía, y es algo por lo que le estoy muy agradecido.
Cuéntanos tu experiencia en el equipo de Patrick Lefevere. ¿Cuál es el secreto para continuar cosechando éxitos año tras año?
CB: Quick Step (ahora Deceuninck) es un equipo que te engancha. Echando la vista atrás, creo que, si en algún momento pude cometer algún error en mi carrera deportiva, ese fue no renovar con QuickStep en su momento. No me arrepiento, porque las decisiones no las tomas sabiendo las consecuencias futuras. Pero ahora, a posteriori, lo tengo claro.
Es un conjunto muy familiar, con gran espíritu de equipo. Se hace un gran trabajo de preparación a las carreras, de motivación y pertenencia al grupo, con mucha concentración, pero muy buen ambiente. Me consta que sigue siendo así por algunas colaboraciones que he hecho con ellos recientemente. Es un ambiente que hace que te exprimas al máximo por todos los compañeros, porque sabes que tendrá recompensa. Y todo esto se nota claramente en la carretera.
Como directores tuve a varios que siguen hoy en la estructura, como Wilfred Peeters, Davide Bramati o Rick Van Slycke y, por supuesto con Patrick Lefevere como manager. Al igual que Manolo, es gente de palabra, del ciclismo de antes, con los que dar la mano era ya más importante que firmar un contrato.
Mi temporada se dividía en tres partes: las clásicas del norte hasta De Ronde, con Boonen, Devolder y Steegmans. Después me iba a Ardenas con el grupo de Bettini, y luego hacía Tour y Vuelta, y Mundial cuando me convocaban.
En la Vuelta a España cuentas con un meritorio décimo puesto en 2007 y la histórica victoria en Lagos de Covadonga en 2010. ¿Cómo viviste aquellos éxitos?
CB: Más que con las victorias, mis recuerdos más presentes de mi época como profesional son otros. Sobre la bici, pasar penurias, y en el día a día, las anécdotas, los momentos con el equipo, las cenas… Todo eso deja mejor sabor de boca incluso que los triunfos.
La Vuelta de 2007 fue muy importante para mí porque me hizo ver que podía hacer más cosas en el ciclismo y creer más en mis posibilidades.
La victoria en Lagos de Covadonga, además de lo importante a nivel deportivo, fue muy especial en lo emocional. Como comentaba antes, es el puerto gracias al cual me convertí en ciclista, y, además, venía de que el año anterior mi padre había tenido un problema muy grave de salud y era la primera carrera en la que él estaba de público. Cuando pienso en aquellas últimas curvas y en ver a mi padre allí, me sigo emocionando como el primer día.
Aquel día los periódicos en Asturias incluso sacaron tirada de tarde para reflejar tu victoria. Eso tiene que ser muy especial.
CB: Recuerdo que, durante aquella Vuelta, estábamos un grupo de corredores, entre ellos Matteo Tosatto y yo, que sabíamos que no íbamos a seguir en el equipo. Así que era una carrera muy especial para todos, pero con un ambiente muy sano.
Nos habíamos quedado a dormir en Gijón, y yo había conseguido entradas para el Molinón para algunos auxiliares del equipo porque jugaba el Sporting aquel día. Ellos se enteraron de que había ganado porque lo anunciaron en el videomarcador del estadio.
Cuando llegué al hotel, había aficionados del Sporting esperándome, y yo me bajé del autobús con una camiseta del equipo de fútbol con el dorsal 14, porque era la camiseta que utilizaba yo siempre para dormir. Una jornada inolvidable.
CB: Decidí hacer el cambio de equipo porque la oferta económica era muy interesante, y además había un buen grupo de españoles. Estaba Gárate, que ya había sido mi compañero en Quick Step, Óscar Freire, llegaba ese año Luisle… En aquel momento consideraba que era una muy buena opción.
No tengo nada que reprochar en ese sentido. Aunque el ambiente era distinto, pasé muy buenos momentos. Pero claro, las circunstancias y sobre todo cómo terminó mi carrera deportiva, hacen que tenga un recuerdo sesgado, aunque el equipo no tenga nada que ver.
¿Cómo viviste el final tan abrupto de tu carrera profesional?
CB: Un momento durísimo. De repente ves que todo el trabajo de tu carrera se va a pique sin ninguna justificación. Psicológicamente lo pasé muy mal, y el apoyo de mi familia fue fundamental para no hacer ninguna tontería. Me animaron a volver a estudiar y a enderezar mi futuro cuando estaba hundido en un pozo muy oscuro.
Hoy, echando la vista atrás, creo que fue un aprendizaje brutal que me sirvió para madurar de golpe en un año y medio más que todo lo que había hecho como profesional.
¿En qué sentido?
CB: Aprendí a saber diferenciar a las personas, los momentos… A discriminar las situaciones verdaderamente importantes de las que no… A valorar tantas cosas que no llegas a considerar cuando estás metido en tu burbuja de profesional, en la que todo gira por y para la bicicleta, el entrenamiento, el descanso, la competición, etc. y no ves nada más allá.
Pasé mi momento de duelo, pero luego eso me hizo reaccionar y me enseñó a ser la persona que soy ahora mismo.
Cambiando de tercio. ¿Quiénes han sido tus ídolos y referentes ciclistas?
CB: Por edad, claramente Miguel Indurain, que era lo que veíamos todas las tardes en la televisión. De todas formas, yo no hablaría de ídolos, pero sí de ciclistas a los que admiraba y que muchos de ellos acabaron siendo compañeros, tanto en equipos como en la selección.
Entre ellos Alejandro Valverde, al que sigo admirando, y más sabiendo todo lo que hay que pasar como profesional. Especialmente yo llevaba fatal el tema de estar lejos de casa tanto tiempo. Verlo continuar en la brecha después de todo lo que ha hecho en su carrera es impresionante.
Otro al que siempre he admirado es Chechu Rubiera, por muchísimas razones. También empezó en Las Mestas y él siempre me echo una mano en todos los sentidos. Yo vengo de una familia muy humilde y él me ayudó con material y consejos cuando era sub23. Ahora es un amigo, pero cuando yo era más joven era alguien a quien admiraba, sobre todo por los gestos que tenía con nosotros.
Como compañeros de equipo, he tenido la suerte de compartir carreteras con corredores de la talla de Paolo Bettini, Tom Boonen, Óscar Freire… Y también Gert Steegmans, del que la gente se acordará menos pero que era un corredor como la copa de un pino.
¿Cuáles son tus mejores y peores recuerdos sobre la bicicleta?
CB: Uno de los mejores momentos fue la victoria en Avilés en la Vuelta a Asturias en mi primer año profesional. De nuevo más por la parte emocional, también como una liberación de presión y una reivindicación.
Otro gran momento también fue el Tour en el que ganamos cuatro etapas con Quick Step y el maillot verde con Tom Boonen. ¡No me acuerdo tanto de las etapas, pero sí de la fiesta en París!
Entre los peores momentos, sin duda las caídas. Por ejemplo, recuerdo una en la Vuelta a España que me rompí el escafoides. Intenté continuar, pero fue imposible. Otra que no se me olvida fue en Harelbeke, donde tuve fractura abierta de cúbito y radio y fue un palo porque suponía perderme las clásicas.
¿Tu mejor victoria a parte de la de Lagos?
CB: Recuerdo también la de Sisteron, en París-Niza. Era un momento en que el equipo estaba muy bien de forma, pero no nos estaban saliendo muy bien las cosas, así que supuso un alivio y un plus de motivación para el equipo.
Algo similar a lo que nos pasó en la Clásica de San Sebastián, donde sirvió para dar la vuelta a la tortilla después de un Tour que nos había salido muy mal.
Recomiéndanos zonas de entrenamiento en Asturias
CB: Yo vivía en Muñó, muy cerca de donde vive Chechu, en la zona centro de Asturias entre Gijón y Pola de Siero. Así que por ahí nos juntábamos una buena grupeta con Rubiera, Navarro, Samu, Noval… y solíamos entrenar por esa zona: Faya los Lobos, Colladiella, Monumento Minero, Fumareda… Todo ese tipo de puertos que están relativamente de Gijón y en los que podías acumular desnivel y hacer entrenamiento específico.
¿Qué nos puedes contar del puerto de moda, el Gamoniteiro?
CB: Para mí es un puerto que ya podría haber tenido cabida en una gran vuelta. Es más de una hora de ascensión y puede marcar diferencias importantes. Tiene dos partes, una primera más convencional, con mejor carretera y más “pedaleable” pese a ser muy exigente. La parte final tiene una carretera rota, más de alta montaña.
Yo estoy mucho más a favor de este tipo de subidas, como también es la Cubilla, aunque no haya marcado las diferencias que pensaba. Me gustan más que subidas tipo Angliru, a pesar de todo lo que representa este puerto para Asturias. En esas subidas tan extremadamente empinadas, el escalador puro tiene más que perder que ganar, porque la diferencia de velocidad va a ser siempre más pequeña, no más de 1km/h. En subidas más tendidas pero duras, como Cubilla o partes del Gamoniteiro, esa diferencia de velocidad se puede ir a los 5 o 6 km/h.
¿A qué se dedica Carlos Barredo hoy en día?
CB: Estudié INEF (CAFYD) y monté una empresa de entrenamiento; formando y preparando a corredores jóvenes. Ahora mismo estoy muy centrado en mi trabajo con la Fundación Contador.
Fotos: Tim De Waele (cedidas por Carlos Barredo)
Nacido en Madrid el 2 de abril de 1986, Jorge Matesanz ha pasado por ser fundador y director de proyectos como Revista Desde la Cuneta, Tourmalet Magazine o High Cycling, además de colaborar en otros proyectos como Palco Deportivo, Plataforma Recorridos Ciclistas o Con el Plato Pequeño. Tras más de 15 años dentro del mundo del ciclismo, llega el momento de fundar Le Puncheur junto a Sergio Yustos y seguir acercando artículos de opinión, casi siempre sobre ciclismo profesional.