Cantabria, ese paraíso terrenal, donde el verde se mezcla al azul del mar y conforma un espectáculo visual que sólo se ve interrumpido por las montañas que decoran el horizonte. Una de ellas, coronada por una mole rocosa que parece sacada de otros macizos de mayor relevancia, permite su ascenso por una carretera preciosa, repleta de rincones e instantáneas que tomar. Nos detendrá en más ocasiones este hecho que la propia dureza de la subida, si bien la longitud es importante.
Las praderas parecen transportarte a paisajes alpinos que tantos sueños han ilustrado. La bicicleta tendrá ocasión de rodar, el esfuerzo de recordarte que se trata de una actividad prolongada, con casi 23 kilómetros de ascenso. Los primeros kilómetros no serán de gran dificultad, si bien encontraremos algún descenso y descanso que permitirá a nuestras piernas confiarse.
Pasado ese primer altillo, el puerto no dará ninguna tregua, con kilómetros completos entre el 7 y el 8 por cierto hasta la cima, con un trazado curvo muy atractivo y que hará nuestro ascender más entretenido. Si el día es soleado, el paisaje es insuperable. No habrá un puerto encontrado más bonito que éste. Al menos sin compararlo con Lunada. Si el día es nuboso y permite cierta humedad, mejor tener cuidado con el descenso, que bien puede deparar un susto si no medimos bien las trazadas o entramos demasiado rápido en alguna curva.
Lo mejor, que un viaje a esta zona permite poder hacer una ruta de grandes puertos sin solución de continuidad y en un área pequeña, por lo que un día de gran ciclismo es posible sin desplazamientos. ¡A disfrutar!
Fotos: Pedro Ceinos