Etapas de transición

Afortunadamente, la memorable semana final ha hecho que terminemos con un regusto dulce que reivindica el acertado diseño de recorrido imaginado y realizado por el equipo de Javier Guillén. Pero, en muchas etapas de la reciente Vuelta a España se ha repetido una serie de películas de etapa que cada vez son más habituales en las grandes vueltas. La sensación del aficionado es que cada vez son más las jornadas “de transición” o en las que la aparente falta de ambición de los grandes nombres frustra las expectativas de los soñadores.

En las etapas llanas es difícil encontrarse algo distinto a una escapada pequeña consentida desde el kilómetro cero que no logra especial ventaja y no pone en riesgo el sprint final. Ahí parece que solamente las caídas pueden interrumpir la siesta. En la media montaña, es la fuga consentida la que va acumulando minutos, dejándonos muchas veces una pelea emocionante por la victoria parcial y encumbrando a los insaciables cazadores. La general, sin embargo, solo llega a cambiar si algún tapado se cuela en el top10 gracias al “bidonazo” del día. Finalmente, en las etapas reinas se reserva la traca de furia y fuego para uno o dos días concretos, mientras en el resto se contemporiza y se juega a minimizar pérdidas, casi nunca a buscar ganancias. El llamado «pancartazo» está a la orden del día.

No sería justo obviar que en muchas de esas jornadas se realizan medias de velocidad altísimas, que hacen ciertamente injusto el mantra de acusar al pelotón de ir “de paseo”. Sin embargo, parece que confluyen diferentes factores que, por lo menos para quien esto escribe, hacen que las vueltas de tres semanas se alejen cada vez más del aficionado y necesiten plantearse algunas cuestiones de cara al futuro.

Para los que consumimos ciclismo en grandes cantidades, creo que es bastante evidente que la emoción, el ciclismo de ataque y los vuelcos del statu quo en carrera están cada vez más relegados a las clásicas de un día y las vueltas de una semana. Es ahí donde vemos las mayores sorpresas y cambios de guion. Algo para nada exento de lógica, pues en un día el todo o nada es literal.

Por el contrario, las grandes vueltas dan lugar a un juego táctico mucho más amplio. Hay más oportunidades de ganar, pero también muchas más de perder. Y eso, en un ciclismo en el que el puesto y los puntos cada vez importan más, puede matar el espectáculo. Muchos equipos y corredores dan más importancia al ranking UCI del trienio, a una foto concreta en un pódium concreto o a la mera proyección de sus marcas en un ámbito más comercial que deportivo.

Algo que creo se ha agravado con el WorldTour. Las distancias entre las grandes potencias y el resto de los equipos son cada vez mayores, lo cual desluce la pelea. Las escuadras Pro-Conti bastante tienen con ganarse la invitación e intentar dejarse ver para repetir la siguiente temporada. La excepción es el Alpecin-Fenix, que parece un híbrido entre ambas categorías y que, con invitaciones garantizadas y un líder que asegura la marca, pueden permitirse otra manera de competir, que además les da muy buenos frutos.

Pensando en nuestra gran vuelta más próxima, la de casa, no resulta fácil encontrar una solución que satisfaga a todos. El modelo otrora vilipendiado del “unipuerto” o murito final ofrecía píldoras de emoción en busca de la bonificación final. Pildorillas de “Youtube” que a muchos hastiaba y a otros tantos, consumidores de brevedad e intensidad, emocionaba. Este año se apostó por otro modelo, buscando espectacularidad desde salida, ciclismo para degustar con tiempo. Desgraciadamente, etapas como el Pico Villuercas o El Barraco dejaron un poso de decepción que solo los eternos Lagos de Covadonga parecieron poder enjugar. Unos echaron la culpa a la falta de viento, otros al calor, otros a las carreteras, otros a la «mafia del pelotón», otros al potenciómetro o al pinganillo… El caso es que hemos acumulados días de aburrimiento.

¿Las soluciones? Parecen difíciles. Quizás la más dura, pero sencilla, sea aceptar que en una vuelta de tres semanas siempre se tenderá a tener más días “aburridos” que épicos, por la propia evolución de este deporte y la igualdad cada vez más grande entre la clase media. Posiblemente siempre haya sido así, pero hemos querido borrar los días de bostezo de nuestras mentes.

Algunas de las cosas que se han planteado en los últimos años podrían cambiar la manera de afrontar estas carreras, pero está por ver que sean mejores. Por ejemplo, el eterno debate del pinganillo, entre control extremo y seguridad, parece difícil de resolver y aún más difícil de modificar. Tampoco le va a la zaga el asunto de potenciómetro y calculadoras, algo que en mi opinión debería erradicarse en competición, pero por el que los equipos y marcas tampoco parecen dispuestos a dar su brazo a torcer.

Alterar las mentalidades del ciclista/equipo conformista o “amarrategui” sería la gran mejora del ciclismo de hoy. Tener más campeones orgullosos como Egan Bernal, Primoz Roglic o Tadej Pogacar, o aventureros inconformistas como Guillaume Martin daría mucho más juego, pero hoy en día parece más soñar que otra cosa. Las locuras de los van der Poel, Evenepoel, Alaphilippe o Van Aert están al alcance de muy pocos, y, aunque a veces nos regalan destrozos como en el pasado Tour, encuentran su esencia más pura en monumentos y clásicas.

Sería interesante explorar otras opciones, como la que suele defender Javier Ares en sus retransmisiones, aumentando las bonificaciones intermedias, obligando a no regalar pasos y a luchar por parciales con más hambre para cuidar los puestos en la general. A quien esto escribe nunca le han gustado los tiempos que no miden el desempeño del fondista, parecen regalados en cierta medida, pero también es cierto que los que añoramos la épica de antaño, debemos tener presente que no es algo que no se haya visto antes (en los tiempos del blanco y negro se repartían minutadas en bonificaciones).

En un plano más del día a día, a mí me gustaría que se replantearan los premios en las etapas de verdadera transición. Que los equipos que apuestan por las fugas imposibles en las planicies reciban algún premio más jugoso y real que el típico y casi irreal “espacio publicitario por lucir el maillot”. ¿Por qué no recuperar los maillots de las metas volantes y sprints especiales que nos hacen recordar a ciclistas modestos, como Miguel Ángel Iglesias o Mauro Radaelli, que se dejaban la piel por esos puntos? Al menos darían premios más justos que el ridículo premio de la combatividad, que se debería llamar más bien, al modo de lo hecho recientemente en Vuelta a Andalucía, “premio a la simpatía”, pues es meramente subjetivo.

Podríamos seguir disparando ideas hasta llenar el paso de una jornada entera de ciclismo intranscendente, pero el objetivo de estas líneas es solamente despertaros curiosidad y buscar nuevas ideas que nos hagan creer en el futuro de las grandes vueltas. ¿Cambiaríais algo en el modelo actual de las vueltas de tres semanas o pensáis que lo del aburrimiento es pura exageración?

Foto: Álvaro Campo