A inicios del 2021 se conocía que el Tour de Francia volvería a salir de nuestro país. Desde entonces, cualquier aficionado al ciclismo esperaba ansioso a que llegase ese momento. Y es que, si en algo se puede resumir el ciclismo es en saber esperar. Esperar cinco horas para ver cómo una etapa se decide en los últimos 30 minutos, esperar todo un día para poder disfrutar unos segundos…
Bilbao, perfectamente engalanado (farolas, camiones y transporte público), esperaba recibir aficionados de distintos lugares del mundo. Todos ellos, con algo en común. La pasión por el ciclismo. Al igual que el que escribe este artículo, merodeaban por la explanada en la que en unas pocas horas más tarde estarían disfrutando de sus ídolos. Quedaba una hora, entonces un miembro de la organización nos mandaba abandonar el recinto. Querían tener todo controlado, únicamente 3500 personas podrían entrar. Fuera de él, continuabas esperando hasta que por fin era la hora. Los miembros de la organización abrieron las puertas y los aficionados comenzaron a correr. Querían conseguir el mejor sitio.
Una vez superado el objetivo principal, quedaba algo que sería bastante más complicado. Adueñarse de una de esas míticas camisetas blancas con lunares rojos que ya son una seña de identidad de la ronda francesa. Sin embargo, se convirtió en una misión realmente imposible. Los aficionados comenzaron a abalanzarse sobre un trabajador francés que intentaba repartir el merchandising con cierto orden. Sin embargo, la voluntad de las masas por conseguir esa ansiada camiseta era superior. Al miembro de la organización no le queda más remedio que desistir. Repartía lo que le quedaba y huía de allí como podía. Tras este episodio más digno de una escena de The Walking Dead que del Tour de Francia, comenzó el plato fuerte.
Algún que otro espectáculo, seguido de una calurosa bienvenida de los presentadores, dio paso a lo que todo el mundo llevaba horas esperando. El primer equipo en subir fue Bahrain. La afición comenzaba a gritar embravecida a sus ídolos (Mikel y Pello). Sin embargo, en medio de este éxtasis, todo se vio paralizado por un instante. Los gritos de emoción fueron silenciados por un emotivo minuto de silencio en honor a Gino Mäder. Todo quedó en un segundo plano, solo importaba él. Un ensordecedor aplauso nos devolvió a la presentación. El espectáculo continuaba. Sin embargo, en nuestra memoria siempre quedará el recuerdo de ese ciclista que nunca se tuvo que marchar.
Los equipos fueron desfilando: Education First, Intermarché, Lotto… Llegaba el turno de Astana, en sus filas un hombre que ya es historia de este deporte pero que quiere agrandar su leyenda, Mark Cavendish. En su mente, un único objetivo, desempatar con Eddy Merckx y convertirse en el ciclista con más victorias en la historia del Tour de Francia. Charla brevemente con el presentador y tras terminar sus declaraciones intenta pasarle el micro a David de la Cruz. El presentador se lo impide (van justos de tiempo). Cavendish se queda perplejo y no les queda más remedio que abandonar el escenario.
Todo seguía bajo su curso y llegaba el turno de Total Energies. Peter Sagan irrumpía en el escenario con un caballito marca de la casa. Al mismo tiempo, una lluvia torrencial comenzaba a caer sobre los asistentes. Pero no importaba, tocaba resistir, algunos sacaban los paraguas, los más afortunados se enfundaban un chubasquero que hacía honor al ya mencionado maillot de la montaña y otros como yo, no nos quedaba más remedio que esperar a que parase cuanto antes.
El tiempo pasaba y la lluvia iba a menos, solo quedaban dos equipos, los grandes favoritos. Primero salía UAE con Tadej Pogačar a la cabeza. El esloveno, instantáneamente lograba meterse al público en el bolsillo. “Aúpa Bilbao, aúpa Athletic y gora Euskadi”, gritaba la estrella del equipo emiratí entre los vítores de la afición. El Tour todavía no había comenzado, pero ya le había ganado la primera batalla a Jonas Vingegaard.
El danés, más calmado, también agradecía el apoyo del público. Del mismo modo, su compañero van Aert, buscaba bromear. “No me gusta el nuevo color”, comentaba acerca del nuevo maillot verde. No quedaba ningún equipo, todos estaban listos. Siguiente destino, alzar los brazos en el podio de París.
Primera piedra en el camino, Bilbao-Bilbao. En el horizonte, la cota de Pike como lugar en el que se iba a decidir la carrera. Desde mucho antes, ya se sabía que iba a ser una fiesta del ciclismo. Sin embargo, hasta que no lo ves, no lo crees. Aficionados por todas partes, algunos de ellos incluso se veían obligados a subirse a las laderas. Todos no entraban en la carretera. No faltaba de nada, música, banderas, pancartas e incluso una txalaparta (instrumento típico del País Vasco). Esta vez la espera sería más amena.
Tras varias horas y un sol de justicia, llegó el momento. El helicóptero sobrevolaba Pike y eso solo podía significar una cosa. Ya estaban aquí.
La afición completamente exaltada no aguantaba más, dueños y señores de la cota de Pike, hicieron desaparecer las vallas de seguridad para echarse a la carretera y sentir de cerca a sus ídolos. En este ambiente de pleno éxtasis llegó el momento. Una figura de color blanco comenzó a vislumbrarse entre el gentío, era Tadej Pogačar, quién sino. Apenas unos pocos segundos más tarde, pasaba completamente disparado. Detrás suyo, el resto de favoritos se defendían como podían. Unos cincuenta segundos, no mucho más. Horas esperando para ver a tus ídolos durante unos pocos segundos, muy pocos podrían entenderlo. Y es que, en eso se podría resumir el ciclismo, en saber esperar para poder disfrutar.
El resto de corredores, más calmados, sufrían y sonreían en un día en el que los hermanos Yates se coronaron como los reyes de una jornada que ya forma parte de la historia de este deporte.
Fotos: ASO-Ballet
El riojano Sergio Quintana es una joven promesa del periodismo ciclista español. Además de escribir artículos sobre ciclismo profesional para High-Cycling y ahora para Le Puncheur, se encarga de dirigir el programa de YouTube.