Si algo ha puesto de actualidad el recorrido del Tour de Francia presentado para 2024 es aquel dicho de «todo depende del color del cristal con el que se mira», de perspectivas al fin y al cabo. No se puede afirmar que se trate de un trazado sin alicientes, con al menos trece etapas de veintiuna con alicientes para sentarse delante del televisor a ver la carrera. El problema es que siete vivirán instalados en los últimos ocho. Ese es el principal problema de un Tour planteado de menos a más, que en algunos aspectos ha elegido la apariencia y el resultado se ha quedado corto. Todo por la constante obsesión archirrepetida y vacía de lógica: que en la medida de lo posible, todo se decida en la última contrarreloj.
Entre fijaciones enfermizas con olor a polvos de talco como etapas deliberadamente cortadas al borde de los 200 kilómetros para favorecer el aprobado de los ciclistas, y mantras populistas de la sociedad del siglo XXI más propios de Greta Thunberg que de la presentación de una carrera ciclista, se enseñó un mapa del que resaltó sólo una sorpresa: la dimensión de esa etapa de caminos blancos por los alrededores de Troyes que será uno de los días señalados en el calendario ciclista de muchos aficionados. Domingo, fin de semana, el día en el que se deben ubicar las etapas más importantes (a ver si aprenden otras grandes), si bien en el Tour esto es menos importante por tratarse de un mes vacacional.
Lo demás, lo esperado. 59 kilómetros de contrarreloj, números aún escasos, cinco llegadas en alto, ocho etapas para velocistas (demasiadas) y unos doce grandes puertos, cifra que suele rondar un umbral entre 14 y 16. Entre esa etapa de sterrato, que supone una apuesta muy valiente, todo hay que decirlo, y el agolpamiento de la montaña en torno a los dos últimos fines de semana, parece que el patrón de este recorrido ha sido el alma del Giro, la gran rival histórica de la Grande Boucle entre las grandes vueltas. En este caso una recomposición francesa del Giro, con paso por Italia e incluso míticas cumbres transalpinas en curso como Sestrieres, mejor lograda que la versión del Giro 2024.
-
Las cumbres míticas y el kilometraje
En este Tour, grandes pasos como el Tourmalet, el Galibier por su lado menos fiero o la Bonette en liza. Faltan el Izoard, la Joux Plane, y la Croix de Fer, presentado en el pack que le une al Alpe d’Huez para el fin de fiesta del Tour Femmes, desvelado antes del masculino en otro mantra mucho menos adaptado a los tiempos como el ‘ladies first’. Eso sí, dicha etapa reina de la versión femenina concluye en las 21 curvas tras 150 kilómetros. De las cinco etapas con alta montaña del masculino, cuatro finalizan en kilometrajes bastante inferiores a dicha cifra. ¿No da eso para elaborar una mínima reflexión?
Hay personas que han aplaudido públicamente el aumento de los kilometrajes, que efectivamente han visto florecer los números. Pero no nos dejemos engañar por la intencionalidad del organizador, que cuando ha tenido ocasión y no ha sido imperativo avanzar sobre el terreno ha tendido a etapas de kilometrajes exiguos. Es más, el Tour, si sigue una mínima lógica, se decidirá en etapas que van desde los 133 a los 145 kilómetros y entre las dos cronometradas (25 y 34). Sí, las piernas de los ciclistas irán cocinando a fuego lento en las anteriores, pero de nueva apuesta por las etapas largas, nada de nada. En la variedad está el gusto, dice el refrán. El ciclismo es un deporte de fondo, decían antes los expertos.
Poco se habló de la ausencia de París y del típico día de fiesta y celebración. Mejor, a ver si las voces y las plumas más influyentes empiezan a convencerse y convencer del desperdicio absurdo que supone cortar una gran ciudad un domingo para celebrar la peor de las etapas posibles. Las audiencias y el sentido común empujan, las concesiones hacia los ciclistas también. Si Niza funciona, se marcará un hito que tendrá que esperar para volverse a celebrar, porque el final en París es inamovible, con toda la lógica del mundo. Eso sí, de vez en cuando nos pueden regalar un último día con picante, como demostrará el circuito de los Juegos Olímpicos que tanto influirá los calendarios de las grandes estrellas.
-
¿Da el recorrido para el doblete Giro – Tour?
Las dudas sobre el doblete Giro – Tour se acabarán por decidir en estos días. Una lástima que la Vuelta dilate tanto la espera, porque con los tres recorridos encima de la mesa se podrían disparar las comparaciones, los programas de los ciclistas podrían ser construidos en torno a hechos y no a supuestos, sobre todo en lo que implica a corredores que quieran tener una importante presencia en el final de temporada, Vuelta mediante. El peso del Mundial tendrá sus efectos en el arrastre, con opciones para todos esos candidatos al podio en las grandes.
Con este recorrido de Tour, que al igual que el Giro mantiene el suspense hasta el final, doblar se antoja conceptualmente difícil. Pero si indagamos más en el cómo que en el qué, puede ser el año para que alguno de los grandes se atreva con el intento de ese doblete soñado, inédito en el siglo XXI y que nos retrotrae a los tiempos de Pantani. Porque el Giro parece mucho y lo es, pero no tanto como se pinta. El Tour es más de lo que parece, que también es mucho, pero se decide sobre etapas que, si bien son duras, también son cortas y exigen muchas menos horas de vuelo de calidad.
-
¿Favoritos?
Tras cada presentación, la misma pregunta: ¿a quién favorece un recorrido así? «Al espectador», diría sin dudarlo alguien ducho en mantras, frases hechas y populismo ciclista. Vingegaard no lo tendrá tan fácil, porque salvo Pla d’Adet y Col de la Couillole, los terrenos donde puede marcar distancias se encuentran bien alejados de la línea de meta. La Bonette y el Tourmalet se coronan a 60 de meta, y las llegadas en alto no pasan por ser lugares sencillos donde romper al rival a tenor de lo visto en los últimos años. Plateau de Beille necesita constancia e inspiración, Isola 2000 insta al ataque de inicio, pues sus rampas finales son más benignas.
En cambio, desdiciendo las palabras de Lefevere, el gran beneficiado pudo ser Remco Evenepoel. Si consideramos que el Galibier es ascendido por el sur, que esos puntos rompedores de las etapas se encuentran lejos de las llegadas en alto y que éstas ofrecen terrenos donde en plena forma el belga se puede defender a la perfección, las pérdidas en montaña pueden ser mínimas. Siempre contando con que el ex campeón de la Vuelta a España esté en su mejor versión y que alguno de sus rivales no esté en plan «comeniños». La misma reflexión vale para Pogačar, si bien el esloveno es más versátil y escurridizo.
El sterrato, la media montaña y la contrarreloj final convierten el tercer Tour de Vingegaard en un castillo de naipes. Aunque conviene no dejar de lado el recuerdo de quién dominó a quién en la contrarreloj del último Tour. Ganará el más fuerte, otro mantra. También el que sepa jugar sus cartas, porque terreno hay para ello, y aunque permita interpretaciones, se necesitará riesgo para evitar el empate a cero y desenlace a penaltis el último día en Niza. Porque ahí sabemos todos quién sería el favorito. ¿O no?
Fotos: ASO / Ballet
Nacido en Madrid el 2 de abril de 1986, Jorge Matesanz ha pasado por ser fundador y director de proyectos como Revista Desde la Cuneta, Tourmalet Magazine o High Cycling, además de colaborar en otros proyectos como Palco Deportivo, Plataforma Recorridos Ciclistas o Con el Plato Pequeño. Tras más de 15 años dentro del mundo del ciclismo, llega el momento de fundar Le Puncheur junto a Sergio Yustos y seguir acercando artículos de opinión, casi siempre sobre ciclismo profesional.