Vuelta a España 2024: un galimatías envenenado

Oeste, sur, noroeste, norte, más norte, centro, crono, final en alto, final en descenso, etapón de montaña en Granada, media montaña, final en alto (x8). Más o menos, este es el galimatías que nos ha preparado la Vuelta 2024, Javier Guillén y su equipo para fastidiarnos todas las siestas desde mediados de agosto durante 3 semanas frenéticas. Sin descanso, sin tregua, sin perdón. Una Vuelta para que un Van der Poel o Van Aert en forma se lleven cuatro o cinco etapas.

Una Vuelta para que un Vingegaard en forma se lleve otras tres o cuatro. Para que un Roglič en forma se lleve otras tantas etapas sin despeinarse. Una Vuelta para que un Groves o un Philipsen (dando igual su forma) se vayan a Bora Bora de vacaciones con todos los gastos pagados cortesía de Traslados Guillén S.A. Volviendo al principio, sólo recordar que empezamos en la preciosa Lisboa con una crono (corta) individual que, la verdad, se agradece. Las siguientes etapas lusas son un poco descafeinadas, pero viendo todo lo que viene a continuación, las podemos perdonar.

Seguimos con el Pico Villuercas y sus 2 kilómetros al 14% en hormigón. Desde esa cuarta etapa, sálvese quien pueda. De Plasencia a Madrid, le esperan a los ciclistas 13 tachuelas de tercera categoría, 13 de segunda, ¡22 de primera!, y 2 fuera de categoría. Casi nada. Puertos como el propio Villuercas por el Collado Ballesteros (durísimo), Bóyar, Hazasllanas, Ancares por León (5 kilómetros al 12%), Leitariegos y sus 25 kilómetros tendidos de subida (pero 25 kilómetros al fin y al cabo), Pajares-Cuitu Negro y sus más de 1300 metros de desnivel, Lagos de Covadonga, Moncalvillo con sus últimos 8 kilómetros al 10%, Lunada (oh, Lunada) y Picón Blanco.

El menú se le puede atragantar al mejor escalador únicamente con los platos principales. Pero si miramos con más detenimiento la ‘carta’, se nos cuelan entremeses para fastidiar la digestión al comilón más preparado. Mucho ojo con los aperitivos de salida en forma de puerto, como en las etapas del Bóyar y del Piornal. Ojo con la etapa que finaliza en Baiona y con los segundos que puedan picarse en Padrón. Y mucho ojo también con la etapa de Santander, que pasa inadvertida para el ojo no entrenado y a 90 kilómetros de meta sube la poco conocida (por ahora) y durísima Estranguada.

Si todo esto fuera poco, ya ni la última etapa es para el trámite de hacerse las fotos de rigor. Veintidós kilómetros cronometrados para quién sabe si decidir el ganador de, sobre el papel, una de las Vueltas más duras que se recuerden. En teoría, y a falta de meses aún para su comienzo, se va a apuntar lo más granado del pelotón (la teoría dice que salvo Remco Evenepoel y Tadej Pogačar). Terreno tendrán para hacernos disfrutar.

En el debe de la organización queda un mapa bastante raro, con excesivos tirabuzones y unos traslados larguísimos. Quizá también falten kilómetros de lucha individual contra el reloj y un par de etapas llanas para atraer a algún velocista top. Pero es imposible contentar a todos, aunque si dan a elegir entre comer ensalada o gambón a diario, elegiríamos lo segundo. Es un galimatías tremendo. Un todo o nada de Guillén y sus colaboradores. Un all-in sin miramientos: puerta grande o enfermería. Si los ciclistas pueden y quieren, los aficionados disfrutaremos. Si no lo están, ya sea por falta de piernas o por una Jumbada 2.0, tendremos que pensar en alternativas como recurrir a Netflix.

Confiemos en la flor de Guillén, en los astros y en el veneno que contienen muchas de las etapas.

Habemus galimatías; habemus Vuelta 2024.

Foto: Unipublic / Sprint Cycling Agency