Luis Ocaña y el reto de las tres Grandes Vueltas de 1974

Luis Ocaña se erigió como una estatua de la rebeldía anti-Merckx. La revuelta contra el poder establecido, contra el segundo puesto, algo más que un modus vivendi. Orgulloso, inconformista, sin descanso en la ambición de tocar el cielo con las manos. Aunque el propio cielo cueste una visita al hospital y aunque la caída sea más fuerte cuanto más alto se escale. Criado en Francia, país al que huyó para cuidar sus vides de Mont-de-Marsan, cayó en las manos de Antonin Magne. Para rookies en esto de la historia, este director formó parte de las leyendas, entre otros, de Louison Bobbet y de Raymond Poulidor. Ganó dos veces el Tour en los años 30 y se sabía todos los remaches del buque insignia del ciclismo.

El contexto, de dónde venía

En 1973 se convirtió en el segundo vencedor español del Tour de Francia. París parecía terreno vetado para los ciclistas de España. Bahamontes puso la bandera y sólo él, Luis Ocaña, pudo emular al ídolo toledano. Zoetemelk, Merckx, el Col de Menté y la niebla se cruzaron en su camino, el maillot amarillo tenía escrito su nombre en letras de oro. El destino le envió al hospital. Comenzó aquella mañana del 12 de julio de 1971 de amarillo y acabó de azul, ataviado con el camisón del hospital de Saint Gaudens. La leyenda cuenta que hubo otro mítico caído que descansó de sus heridas en la misma habitación que Ocaña.

El Tour de 1973 fue suyo. Merckx se ausentó y la chepa del conquense de Priego dominaría el horizonte. No sin dificultades, porque Fuente, el mítico ‘Tarangu’ se lo complicó sobremanera. La etapa que condujo al pelotón a Les Orres es considerada una de las joyas del Tour. Tras puertos como la Madeleine (puntuado de 2ª categoría, ojo), Telegraphe, Galibier o Izoard, los dos protagonistas de la montaña de aquel mes de julio iban a desaparecer de la compañía del pelotón para liderar la prueba durante varios de las mencionadas ascensiones. Como si de una lucha de Dragon Ball se tratase. Ocaña llevaba el maillot en vez de el pelo en color amarillo chillón.

Campeón en París, la autodestrucción iba a ser su modus operandi a partir de entonces. Las piernas más amuebladas que la cabeza, un talento novelesco a más no poder, con su final bucólico entre viñedos y pasajes de su vida entre política (mostró fervor por las ideas de Le Pen), locuras ciclistas y accidentes de circulación que a punto estuvieron de costarle la vida. Luis era un irreductible, un alma libre, levitando sobre cajones y etiquetas que pudiesen limitar lo que en cada segundo quisiese ser. Ese carácter testarudo le iba a llevar a regalar un Tour (1976) a Lucien Van Impe tras desfondarse para poner en bandeja la cima de Pla d’Adet al belga. Reto a su propio equipo, a sus directores.

Así colaboró en la derrota de Robert Millar en la sierra madrileña a manos de Pedro Delgado. Como director, ofreció a Roland Berland los servicios de su modesto Fagor para ayudar al líder, desprotegido en esa semana final. Unirse al poder en un movimiento contra natura, y contra Ocaña. Ante la negativa y los desprecios del galo, el conquense tan sólo tenía en mente destrozar el grupo a base de ataques. Generar el caos por el caos, en este caso por orgullo. Lo hizo y el escocés del pendiente lo pagó muy caro. Así era Ocaña, así era el español de Mont-de-Marsan.

1974 tenía que ser su año

Dorsal número 1 en el Tour de Francia. El sueño de cualquiera. El reto de enfrentar a Merckx y a los miedos y el recelo de ambos. El duelo esperado que no aconteció en 1972 y tampoco en 1973 por ausencias físicas o espirituales. La ambición le llevó a tener el plan de iniciar las tres grandes aquella temporada de 1974. Él era una de las rutilantes estrellas del panorama internacional y no iba a dejar ocasión de estar en la Vuelta a España. Mes de abril, sufrió una dura derrota ante el Tarangu, que se cobró revancha de las humillaciones del Tour anterior. La entrada del asturiano en la ovetense meta del Naranco fue la apoteosis. Durante la famosa fotografía de la pierna en alto, Luis Ocaña escalaba las rampas del puerto entre abucheos y algún que otro escupitajo, tal era el fervor por José Manuel Fuente.

El ídolo español que había recuperado el trofeo como ganador del Tour tras 14 años de sequía en el primer puesto. Ocaña sería 4º en la Vuelta, impotente ante el imponente KAS. Era la Vuelta a España con el polémico final en crono por San Sebastián. Sí, aquella que dio como ganador final a Fuente por megafonía, entre el júbilo local, y que las malas lenguas dijeron que debió ser para Agostinho. Muy de Giro. Contaba Luis Balagué, fiel gregario, en el libro ‘Reckless’ que Ocaña no se tomó las opciones de Fuente en serio y que calcularía tan mal los esfuerzos que acabaría la Vuelta enfermo. Los médicos le recomendaban abandonar para mejorar de su bronquitis, pero su tesón y cabezonería le llevarían a terminar con el fin de ayudar a Agostinho, compañero en el BIC.

La primavera fue intensa en el mal tiempo. La bronquitis le impidió correr el Giro, esa prueba en la que debutó en 1968, valga la redundancia, el año de su debut. Lo más interesante sería el segundo puesto del español en Roma, a pocos días de terminar. No es casual que aquél fuese el primer Giro en las vitrinas de Merckx, el sprinter del Blockhaus. La relación con De Muer no pasaba por su mejor momento. Ambos se retroalimentaban en la búsqueda de un ciclismo espectacular. En 1974 ese trato iba a vIvir sus primeras grietas importantes. La comunión perfecta que llevó a la pareja a un 1973 ideal parecía llegaba a su fin. Las constantes desobediencias de su pupilo provocaron cansancio y hartazgo en el belga.

La ausencia del Tour

Una caída en el Tour L’Aude, el antiguo Midi Libre, provocó magulladuras en el cuerpo de Luis. Su participación en el Tour no parecía en entredicho, pero el equipo BIC dejó entrever que de no ser de la partida en la Bretaña francesa, iba a haber consecuencias. Fue el último año del español en el BIC, porque, por supuesto, Ocaña no participó en el Tour de Francia debido a una lesión de rodilla. En Dauphiné Liberé cedió siete minutos en la primera cima importante (Granier). Por su cabeza pululaba pensamientos en torno al fracaso de Federico Martín Bahamontes en el Tour de 1960. Físicamente aún tendría opción de estar en Brest para comenzar el duelo directo con Eddy Merckx. Sin embargo, atrapado en el embrujo de su cabeza.

A mitad de Tour, con el vigente campeón ausente, el equipo anunció que rescindía los dos años de contrato de Ocaña, y que él y Maurice De Muer iban a partir caminos. El que iba a ser el año de Ocaña terminó siendo una temporada amarga y repleta de sinsabores. Corriendo clásicas de otoño, sin más. Un año donde se las prometía felices por el fracaso de Merckx en la campaña de primavera, única hasta entonces sin Monumentos para el belga, escena inédita en el mundo del ciclismo. Ignacio Orbaiceta fundó el Super Ser, con Ocaña como figura. Y ahí comenzó otra etapa para el conquense, si bien nunca regresaría al máximo nivel.

La ausencia del Tour tras ganarlo ha sido más habitual. El caso más llamativo fue el de Jacques Anquetil, quien nunca se enfrentó con un intento de sexto Tour. Tampoco lo haría Marco Pantani, varias décadas más tarde, en 1999. Alberto Contador se ausentaría en 2008 porque su equipo, el Astana, había sido declarado no apto para ser de la partida por haber acumulado varios test positivos a lo largo de las anteriores temporadas. Ocaña se unió a ese club sin saberlo, el de ciclistas que tocaron el cielo y besaron el suelo a tal velocidad que fue imposible de digerir. Con un año de diferencia, pasó del todo a nada. Tan típico en él.

Fotos: RTVE / Inverse