Si una historia entristece al aficionado ciclista es esta de Manuel Sanroma, un joven sprinter que falleció en directo, en un desgraciado accidente con un bordillo que se llevó por delante al quizá mejor talento de la velocidad del panorama español y quién sabe si internacional. Fueron tres meses largos de gran intensidad para el corredor de Ciudad Real. En su Almagro natal se celebran múltiples homenajes a su recuerdo, incluso un Memorial en forma de carrera ciclista. Sin embargo, nada ni nadie podrá devolvernos a la persona y al ciclista, un hecho de enorme tristeza que nos dejó helados aquella tarde de junio del cada vez más lejano 1999, pero que para muchos es como si hubiese sido ayer, como se suele decir de forma coloquial.
Sanroma corría para el Relax Fuenlabrada, el nombre que recibía la estructura de Maximino Pérez y que ya había sufrido por cierto la desgracia con la pérdida en un critérium de José Antonio Espinosa, que se cruzó a una persona dentro del circuito y falleció tras las complicaciones repercutidas por el impacto tan solo un día después. Aún está también latente el recuerdo de Saúl Morales, otro ciclista del mismo equipo que en febrero del año 2000 se dejaría la vida en la Vuelta a Argentina, extinta desde entonces, atropellado por un camión que se introdujo en carrera.
Son casos tristes, pero ninguno heló más la sangre que el de Manolo. No porque su vida valiese más que la de sus compañeros, sino porque además se vislumbraba un corredor de una raza especial, de esos que marcan una época. Pero en la vida, además de condiciones, hay que contar con un porcentaje de suerte, de esos que permitieron que Miguel Induráin, por ejemplo, ganase cinco ediciones del Tour de Francia de un tirón. Sanroma no iba a tenerla y viviría un ascenso meteórico a la fama, al igual que un descenso y caída terribles, producida de la peor de las maneras posibles.
Era un ciclista muy querido en el pelotón y entre sus compañeros. Un tipo fuerte y aguerrido que no le tenía miedo a nada. Un velocista, se pensó. De esos que tenía el equipo Relax Fuenlabrada que como mucho podrían hacer puestos en volatas sin mucho pelaje entre los contendientes. Sin embargo, llegó la temporada 1999, la segunda en el profesionalismo para Lolo, y todo cambió. Tras cumplir precisamente con ese papel en la Challenge de Mallorca, donde no pasó del 4º puesto, se alzó con la victoria en la primera etapa de la Vuelta a la Comunidad Valenciana.
No era el Tour de Francia. Pero por allí se dejaban ver algunas de las mejores estrellas para ir puliendo la forma de cara a sus objetivos. Entre la participación de estrellas que allí se dio, se encontraba un italiano al que se consideraba la élite absoluta de los últimos metros. El mejor sprinter del momento y quién sabe si de la historia: Mario Cipollini. Un sprint reducido debido a cortes en los últimos kilómetros dejó a tan solo unos pocos hombres que se iban a jugar la victoria de etapa. Y el primer maillot de líder. Cipollini entre ellos, que era el gran favorito. El de Saeco se veía superado por un desconocido que le adelantaba por su izquierda, por lo que intentó cerrarle en una maniobra fea entre velocistas y peligrosa.
Ganó aún así, y lo mejor fue el gesto, afearle la acción a todo un Mario Cipollini que tenía fama de malas pulgas. Ante la sangre del ciclista español, el transalpino no supo reaccionar. Manolo se había ganado un hueco en las portadas de las secciones de ciclismo del país. Incluso de Italia. Desde aquel triunfo se creció y fue labrando un palmarés en pocas fechas que ya quisieran muchos para una trayectoria completa. Ya en su primer año como profesional había levantado los brazos en la Volta al Alentejo portuguesa. Pero es que en 1999 ya eran cuatro las victorias que se trajo a Ciudad Real.
Si le añadimos dos victorias de etapa en la Vuelta Asturias, que aún gozaba de un gran nivel competitivo, se suma un total de siete. Siete dianas en apenas tres meses. Una cifra más que prometedora para un velocista del Relax Fuenlabrada, ni muchísimo menos el mejor equipo del panorama en aquellos momentos. Llegaba su estreno en una de las carreras más importantes del calendario español, una de las mejores a las que podía acudir su equipo. En la Setmana Catalana había sucumbido ante Zabel, pero aquí era otro nivel, la Volta Catalunya iba a contar con múltiples velocistas de primera fila. El propio Cipollini, que ganó en Vilanova i la Geltrú, el día del fatal desenlace, Blijlevens, Zabel, Edo, Hincapie, Fagnini, que llevaba un buen año haciendo puestos en las llegadas… Era el momento para doctorarse.
Sin embargo, un bordillo no protegido en la llegada terminó con todo este sueño de gran sprinter en ciernes a sus 21 años. Ese mismo año brotó Óscar Freire y fue uno de los grandes velocistas de la época. Otro de los sprinters que más destacó en los escenarios más difíciles fue Isaac Gálvez, también conocido pistard. Precisamente la pista acabaría con su vida. Una modalidad que sufre demasiado y que en esta ocasión nos dejó con la historia a medio escribir. Descansen en paz.
El sobrino de Manuel, tocayo de su tío, corre para el Eolo-Kometa en categoría junior. Tras pasar por la Fundación Contador y contar con una familia de tradición ciclista como su fallecido tío o su abuelo, que llegó a coincidir en categorías inferiores con Alejandro Valverde.