Marc Soler lleva a cuestas la etiqueta de uno de los mejores gregarios de la actualidad. En la lucha del mundo de la medianía contra el orden virtuoso de las cosas, solo hay tres escenarios posibles: el éxito, la crítica inacabable y el olvido, que acaba por ser consecuencia de las dos primeras. El ciclista catalán ha sabido transformar los quilates de sus patas en obras universales que quedarán en la retina del aficionado para siempre, a merced del tiempo y a disposición del visitante de próximas décadas. Por sí solo, no hubiese conseguido entrar al selecto club del que forma parte, cumpliendo el sueño de todo niño en el colegio, que es ser elegido de los primeros en todos los equipos del mundo. Porque hoy todo el World Tour querría tener en plantilla a un ciclista así, con tantos pros, que aún pesan más que los contras, salvo que el propio Marc se empeñe en cambiar la tendencia de la balanza para volver a gestitos, declaraciones inapropiadas o entrevistas que rozan la falta de respeto. Ese es el camino opuesto al Olimpo, final en alto que ha cosechado a base de victorias y de ser la sombra del mejor cuerpo, el de Tadej Pogacar. Lo multitasking triunfa en estos días de frenetismo, frentismo y fanatismo.
Lo mejor que le pudo pasar es salir de la jaula, de la zona de confort. Ser una eterna promesa hace mucha pupa en el largo plazo, que se lo digan, sin ir más lejos, a Macaulay Culkin, porque cuando los argumentos maduran debido al paso de los años, por su propio peso terminan de desplazarse con dirección al suelo. Salir del Show de Truman significa aumentar las posibilidades de encontrarse a sí mismo, que es encontrar a Wally en la planilla más difícil. No pocos acaban por sucumbir en esa batalla con el ego empuñando un AK47 que fagocita y sepulta carreras profesionales al completo, como si de arenas movedizas se tratase. Es tentador y cruel bucear en listados de corredores que iban a ser Dioses de ese Olimpo y que quedaron cayendo a mitad de camino entre la mano y la cuerda, que pasaron al olvido una vez el ciclismo pasó página en una inquebrantable cinta transportadora que hoy nos tiene aquí y mañana a saber dónde. Soler ha sabido subir de mundo, ascender a un rol que estaba disponible, al alcance y que le ha convertido en un protagonista indirecto e incuestionable de varias de las fotografías que las bicicletas han regalado en estos últimos años, que han firmado en esloveno el cuadro más bello jamás pintado en una oda a la mejor temporada jamás imaginada.
Entender el contexto ayuda sobremanera a caminar sobre él. Desde el precipicio era imposible ver la amenaza que suponía vivir allí, la perspectiva cegada por la cercanía. Divisar el enquistamiento solo traslada alguna suerte de solución por los corredores humanitarios que permiten la huida de quién eres, de la bruma de indefinición en la que te habías convertido. Mirar atrás te hace estatua de sal. Porque solo con un buen suelo, fértil, se puede construir firme, y encontrarlo debe ser la primera misión del deportista, quien debe dirigir los finitos alientos en la dirección que más se parezca a la habitación soñada. Y es que el azul claro del maillot también puede representar un camino irónicamente oscuro, incierto y remolínico que conduce a la nada absoluta, como demuestran los emigrantes renegados de un proyecto que habían interiorizado el nihilismo y la pose hueca como modus vivendi, donde el potencial eran múltiplos de uno. Crecer, a veces, conlleva pases atrás, pero si lo que construyes es sólido, terminará por enraizar pese a la espera, pese a la parábola de un camino no tan evidente.
Soler ha dibujado un historial de escenarios que le perseguirán como avatares de su fina carrera. Cuando cambió la mirada hacia atrás y los codos por el pragmatismo de afrontar el círculo de acción e influencia, llegaron las victorias, el confeti y las críticas inertes se transformaron en una sola tarde en loas. Llevarse al bolsillo Bilbao y los Lagos de Covadonga, además de un magnífico paisaje navarro de otoño no es un álbum que se encuentre en la estantería de muchos. Fue clave abrir los ojos, tomar aire y saber por fin que todo lo que deseaba se encontraba al otro lado del miedo. Cruzó la orilla y besó la arena de un mar que le trajo tesoros con la mera inercia del paso de las olas. En uno de esos baúles encontró un uniforme que se probó y que resultó sentarle como un guante, con dos trabajos a tiempo parcial de domestique de lujo y de francotirador que asalta diligencias y, solo a veces, el corazón del aficionado. Cuando el cemento en una trayectoria lo echa el cerebro, no hay motivos para temer que algo vaya a salir mal. Al contrario, es probable que todo salga Soler.
Nacido en Madrid el 2 de abril de 1986, Jorge Matesanz ha pasado por ser fundador y director de proyectos como Revista Desde la Cuneta, Tourmalet Magazine o High Cycling, además de colaborar en otros proyectos como Palco Deportivo, Plataforma Recorridos Ciclistas o Con el Plato Pequeño. Tras más de 15 años dentro del mundo del ciclismo, llega el momento de fundar Le Puncheur junto a Sergio Yustos y seguir acercando artículos de opinión, casi siempre sobre ciclismo profesional.