Retrocedemos en el tiempo hasta el año 95 y la Milán – San Remo de por aquel entonces, con protagonismo para Laurent Jalabert. A todas luces, era el gran favorito para cruzar la Vía Roma de San Remo en primer lugar, a pesar de la gran nómina de sprinters, ciclistas veloces y amantes de las clásicas en general, que llenaba la concurrencia de la Primavera en su edición de 1995. Cabe resaltar que no se llegaba a un sprint masivo desde hacía varias temporadas. Fue el primer monumento para Laurent Jalabert (posteriormente conseguiría en la temporada 97 el Giro de Lombardía), también el primero para el Grupo Deportivo ONCE, que, por unas cosas o por otras, nunca pudo conquistar la Lieja-Bastoña-Lieja, un gran deseo de su director deportivo, Manolo Saiz.
El francés, originariamente, destacó por las llegadas masivas, también efectivamente por las clásicas, pero con el tiempo fue desarrollando, junto al propio Saiz, el gusto por las grandes vueltas. También se dice que su terrible caída en Armentières, en el Tour del 94, donde tuvo múltiples fracturas y hubo que recomponerle la dentadura, le quitó las ganas de meterse en más jaleos con los velocistas y pasar a otro tipo de objetivos.
En la salida de Milán, el ciclista de la ONCE llegaba con los deberes más que hechos, con triunfos en Mallorca y Valencia, y, por supuesto, en la clasificación general de la París-Niza. Mas allá de esta Milán – San Remo, esta campaña del 95 iba a ser, con diferencia, la mejor de la trayectoria profesional de Jalabert, con el triunfo en la Vuelta a España, que se iba a disputar por primera vez en el mes de septiembre, y con otras muchas victorias de prestigio, como la Flecha Valona. Llegaba bien mentalizado para una carrera de 7 horas encima de la bicicleta, pero que materializa su desenlace en apenas unos minutos. El fondo ya lo tenía, y la velocidad también; solo haría falta buena colocación y un poquito de suerte, y con ello podría quitarse de en medio a los sprinters más puros.
Para su protección en carrera, Manolo Saiz había dispuesto los mejores ciclistas de entre sus filas para llevarlo en volandas, sin conceder un gramo de esfuerzo. Hablamos de Zülle, Bruyneel, Mauri o Erik Breukink, gregarios de auténtico lujo, como se suele decir. Enfrente, los Musseuw, Fondriest, Richard, Furlan (vencedor un año antes), Baffi, Bugno e incluso Cipollini, que llegaba de un proceso gripal, por lo que era duda. Cabe destacar que también fueron de la partida Miguel Induráin, Lance Armstrong, Marco Pantani o Claudio Chiapucci, incluso un Erik Zabel, en lo que fuera su carrera favorita en años venideros.
El equipo que asombró a todo el mundo ciclístico en la temporada 94, el Gewiss, con Bobrik, Berzin o Furlan, parecía tomar el mando en los kilómetros finales, esos que se acercan a toda velocidad merodeando entre los famosos capos y la Cipressa, para acabar llegando a la base del definitivo Poggio di San Remo. Lo intentaba Pascal Richard, campeón olímpico un año después, y el suizo Zberg, sin éxito durante la ascensión a la Cipressa, y todo quedaba relegado a la ascensión al Poggio. Laurent Jalabert nunca perdió la vista de la rueda de Maurizio Fondriest, ganador dos años antes, y que era, con probabilidad, la que le iba a llevar a la lucha por la victoria, como así quedó demostrado.
Un violento ataque del italiano, al estilo del que hizo hace dos temporadas, antes de la cima del Poggio, solo pudo ser seguido por el ciclista del conjunto ONCE. Fondriest miró el retrovisor y, obviamente, esta no fue la compañía que él hubiera querido. La dupla puso tierra de por medio, y es que los perseguidores se quedaron prácticamente clavados en los metros finales de la subida ante estos dos corredores que estuvieron sobresalientes. Jalabert quiso dar algún relevo al ciclista de Lampre, pero apenas lo consiguió.
Llegados a la célebre recta de meta que da por acabada la Classicissima, obtuvo la victoria con un magistral sprint en el que Fondriest no tuvo prácticamente oportunidad alguna, como le ocurriera con Laurent Fignon, otro francés, en 1988. Zanini, Rebellin y Bartoli llegaron pasados unos segundos. Atrás quedaba el espectacular trabajo de sus compañeros de equipo y su posterior definición, a la altura de un corredor con una clase muy pocas veces vista dentro del mundo del ciclismo.

Alberto Díaz Caballero es madrileño y uno de los puntales de Le Puncheur. Anteriormente, había participado también en High-Cycling, así como en otros proyectos como Road & Mud y Planeta Ciclismo. Sobre historia, sobre actualidad o sobre cualquier tema. Un todoterreno del ciclismo que transmite conocimiento y pasión en cada texto.