In memoriam: Antoine Demoitié

Han pasado ya cinco años del trágico desenlace. El último lunes de aquel mes de marzo nos enteramos que el halo final de esperanza se había desvanecido. Tras haber sido atropellado por una moto de carrera durante la Gante Wevelgem, el ciclista belga del equipo Wanty-Groupe Gobert Antoine Demoitié había fallecido.

Sueños rotos

Su muerte no era solo una tragedia, una pérdida humana e irreparable para su entorno y el sesgo de buena parte de sus planes vitales, sino que también evidenciaba, al menos, dos defectos o vicios inherentes del ciclismo, entendido este como entretenimiento o espectáculo mediático.

Demoitié era un ciclista emergente. De esos que infatigablemente bregan en los rangos continentales hasta hacerse paso en los albores del verdadero profesionalismo y que sueñan con alcanzar una o varias jornadas futuras de gloria ciclista (ya había conseguido una victoria profesional en 2014 en el Tour de Finistère). Jornadas que aquel día quedaron sesgadas y se convirtieron en meros sueños rotos.

La autopsia resultó inconcluyente. La hemorragia provocada por el golpe en la parte posterior de su cráneo fue la causante de la muerte. No quedó claro si la caída previa provocó el golpe, a posteriori letal, o si fue el impacto de la moto. Sea como fuere, no es muy relevante. El vicio o defecto latente del ciclismo yacía ahí, la seguridad del ciclista.

La unión inicial del luto, los sentimientos encontrados y compartidos de rabia y de impotencia de ciclistas y aficionados no dieron paso a acciones. Como en otros ámbitos de la vida la evolución no es un proceso lineal, sino que a cada a paso adelante a veces lo siguen varios hacia atrás. Y a día de hoy seguimos lamentando victimas, mortales y no. La seguridad ciclista sigue siendo más que una asignatura pendiente y en algunos momentos parece que hasta tema tabú.

La inmediatez

La comunicación en el deporte, y el ciclismo sin excepción, vive inmerso en la era de la inmediatez. Solo vale el ya. Lo importante era ser los primeros en decir que había muerto, aunque aun no fuera cierto. No importó que no hubiera información contrastada, que lo que se decía no fuera irrefutable, a lo largo de la tarde y noche se sucedieron las informaciones que daban por muerto a Antoine Demoitié.

¿A caso no merece la pena pausar un momento, pensar las cosas un segundo y razonar las consecuencias de las acciones a realizar? ¿Sea solo por imperativo categórico, solo empatizando y poniéndonos en la piel de familia y entorno de la víctima?

Foto: Kramon | Wanty-Groupe Gobert