Cómo echamos de menos a Antonio Martín Velasco. Falleció el 11 de febrero de 1994 en un atropello, esa lacra que asusta a niños y padres que el día de mañana no serán ciclistas de carretera. Las instituciones hacían poco entonces y hacen poco ahora. Ya ni siquiera ponerse medallas. Durante años se ha colgado el cartel de heredero a todo aquel que ha pisado fuerte. El último, el mexicano Isaac Del Toro, a quien achacan la forma de atacar de Tadej Pogačar. En un país como España, poco acostumbrado a campeones del pelaje y dominio de Miguel Induráin, la figura del navarro causa un impacto que llega más allá del ciclismo. Las expectativas disparadas, todo lo que toca, éxito de audiencias.
Cuando un grande irrumpe, se erige y después cae, como fue el caso de Miguelón, la obsesión por el relevo aparece de forma natural. En Italia se observa la continuidad que durante algunos años han proporcionado Pantani-Simoni-Basso-Nibali. Mientras, en Francia, los anhelos de Hinault que pasaron por Virenque y Jalabert, tomando el relevo de Mottet o Fignon. En España, esa losa cayó sobre los hombros de Fernando Escartín y, sobre todo, de Abraham Olano. Los escaladores como el oscense siempre gustaron más en España. Pero el vasco tenía un parecido ciclista, con muchos matices, sobre todo en los años que coincidieron con la fase de ascenso de su curva de rendimiento.
Sin embargo, el heredero natural de Miguel Induráin no iba a ser el ex ciclista de Mapei, Banesto u ONCE, sino Antonio Martín Velasco. Induráin fue el relevo, a su vez, de Pedro Delgado. Pero el de Torrelaguna era, sin lugar a ninguna duda, el ciclista más prometedor no ya sólo del panorama nacional, sino puede que internacional. Un ciclista que en su debut en el Tour, y con el Amaya de Javier Mínguez, conquistó el maillot blanco de mejor joven. El 12º puesto final supo a victoria. Se trata de la edición de 1993, la primera y última que disfrutó del jovencísimo y prometedor corredor español.
No es menos cierto que según avanzaban los años noventa fueron apareciendo con mucha fuerza hombres como Jan Ullrich, que se las prometía felices. Pero es verdad que en el español se observaba esa evolución clásica de ciclista de mucha categoría. De corredor que iba cociendo a fuego lento y que tarde o temprano iba a explotar en figura internacional. Bendita mala suerte que Induráin hiciese coincidir esa época de esplendor con la irrupción de su entonces compañero en el Banesto. Eso le restó notoriedad, en otra época la presión hubiese sido mayor, pero también el reconocimiento. La gran masa miraba sólo a los Tour ganados por el navarro, sin darse cuenta de que alrededor había más.
Se puede decir que Antonio Martín era un ciclista al que se esperaba. La evolución en categorías inferiores fue magnífica. Saltó a profesionales en 1992, algo inevitable e imparable pese a su juventud. Tanto que el Amaya, un equipo perfecto para foguearse, se le quedaba pequeño. La desaparición de este conjunto favoreció su paso al Banesto, el equipo de moda entonces, al menos en España. Apenas un par de meses después de estrenar el maillot de los bancarios, sucedió lo peor. Un camión se llevó por delante de un plumazo tantas ilusiones, una vida y las de su familia, que tuvieron que vivir con ello para el resto de sus días.
Una estrella en ciernes la que nos dejó. La noticia cayó como un jarro de agua fría, como no podía ser de otra manera. La pérdida humana generó un mito que sigue hasta nuestros días y que hace que su pueblo, Torrelaguna, le siga homenajeando de vez en cuando. Con anhelo y rabia. Antonio Martín será recordado para siempre como lo que pudo ser y no fue. También por lo que pudo llegar a ser, que no era otra cosa que el relevo de un Miguel Induráin que alcanzó cotas tan altas que dejó un vacío inmenso a su estela. El destino quiso que otro madrileño mítico y al que también se echa en falta, Alberto Contador, llevase el apellido Velasco como segundo. Una casualidad cósmica que de refilón nos recordaba al de Torrelaguna, aunque fuese de forma inconsciente.
Con 24 años nos dejó, pero su leyenda comenzó ese día y cumple ya 30 años. Eterno, Antonio.
Fotos: Ayto. Torrelaguna / Imago
Nacido en Madrid el 2 de abril de 1986, Jorge Matesanz ha pasado por ser fundador y director de proyectos como Revista Desde la Cuneta, Tourmalet Magazine o High Cycling, además de colaborar en otros proyectos como Palco Deportivo, Plataforma Recorridos Ciclistas o Con el Plato Pequeño. Tras más de 15 años dentro del mundo del ciclismo, llega el momento de fundar Le Puncheur junto a Sergio Yustos y seguir acercando artículos de opinión, casi siempre sobre ciclismo profesional.