Colinas, praderas verdes sorteadas por una serie de caminos blancos, llamados aquí carreteras. La Strade Bianche, más blanca que nunca, la Toscana en estado puro. El ciclista zigzaguea vagante entre la belleza y el esfuerzo, todos recompensados por llegar a una línea de meta cada vez menos lejana. El aroma a primavera sin serlo, el gusto por el buen ciclismo que aún no ha llegado al cénit, al pico más alto de la temporada. Hay ganas, hay terreno, hay anhelos. El eterno debate del sexto ‘monumento’, la inevitable comparación de las diferencias y similitudes con sus hermanas muy mayores. Jovial, resplandeciente. Así es la Strade Bianche, una ensoñación hecha carrera.
Con las grandes clásicas aún por comenzar. Las otrora pequeñas dando pasos de gigante para situarse en el centro del gusto popular y en el calendario cada vez de más ilustres. Un cruce de mil caminos que deriva en una carrera profesional singular, romántica al tiempo que conectada a la realidad. Sin un solo pero que llevarse a la boca y socialmente refrendada. La carrera perfecta, el momento ideal. El suspiro de la primavera ciclista observando de lejos al pelotón que se acerca.
Nacida de un encuentro de bicicletas retro, ese espíritu melancólico, bucólico, épico viste las galas de Siena y alrededores por un día. Grandes gestas hechas sobre granos de tierra. Hoy en día una realidad del calendario más selecto, con actores que deleitan con un vaivén de aventuras dignas de ser narradas con toda suerte de detalles. Desde la tiranía de Cancellara a la suficiencia belga, las estrellas colgantes sobre las piedras protagonizan desde sus inicios la antesala de las pruebas de un día más esperadas.
Italia en todo su esplendor, con ese encanto que sólo los italianos saben aderezar. La Piazza del Campo reluciente, en plano y repleta de personas ansiosas por aplaudir y jalear a los héroes de la ruta. Turismo, ciclismo y habitualmente buen clima. Cuando épica y época, pese a robarse una letra la una a la otra, se fusionan en un sólo cuerpo semántico. Cuyos héroes son fotografiados como viajantes en el tiempo. Ese sabor a batalla sin cesar. De tubulares al hombro. Esa mezcolanza de modernas máquinas y marco de hace ciento veinte años. Clase, gusto. Eso es la Strade Bianche. Magia. Arte. Puro Renacimiento ciclista. El día que los aficionados, aún con la temporada naciente, con la ilusión desbordante en los ojos de todos, se garantizan un trofeo que llevarse a la vista.
Cuando el ciclismo se culmina, cuando el ciclismo se libera de sus complejos. Strade Bianche ilusiona, abre caminos (nunca mejor dicho) y marca la pauta de hijastras a seguir. Busquen asiento, compañía si la desean, y dispónganse a disfrutar de un vuelo que les llevará a afirmar que han presenciado uno de los mejores días de ciclismo de cada año. Garantizado.
Fotos: RCS/LaPresse
Nacido en Madrid el 2 de abril de 1986, Jorge Matesanz ha pasado por ser fundador y director de proyectos como Revista Desde la Cuneta, Tourmalet Magazine o High Cycling, además de colaborar en otros proyectos como Palco Deportivo, Plataforma Recorridos Ciclistas o Con el Plato Pequeño. Tras más de 15 años dentro del mundo del ciclismo, llega el momento de fundar Le Puncheur junto a Sergio Yustos y seguir acercando artículos de opinión, casi siempre sobre ciclismo profesional.