Las aristas del Tour de Francia 2024

Observo el Tour desde la perspectiva que me está permitiendo haber salido de la burbuja y oteando desde la lejanía la evolución de un ciclismo que no me gusta. Lo que sigue son una serie de percepciones antes de tomarme un inmerecido descanso de remar contra corriente en favor de un deporte al que hay que perdonar porque históricamente, como diría aquél, no sabe lo que hace. 

Me sorprende la histeria colectiva, al menos en público, en torno a la consecución del doblete de Tadej Pogačar. Enhorabuena al esloveno por dignificar lo que es una competición ciclista, la cual trata de llegar lo más lejos que el cuerpo permita. Filosofía que debería calar más en un pelotón más cerca del cicloturismo profesional que de llamarse realmente ciclistas. Porque aquellos que contemporizan de forma sistemática su esfuerzo en el día a día se alejan de la esencia del deporte. En ningún otro sucede esto. Jamás vi a un futbolista fallar un gol adrede. O dejarse marcar para ahorrar esfuerzos pensando en el último partido de la temporada. 
ASO
Desde el primer día, gran parte del pelotón decidió desconectar de la carrera. La lucha por la clasificación general ha consistido en un puñado de hombres, con hombres de equipos repetidos incluso. Nunca vi un top ten más barato. Con no dejarse ir ningún día estaba garantizada una posición alta en la general. Jamás se había visto algo así. Vas a una cicloturista donde los participantes pagan por correr y les ves dejarse la piel por llegar lo más delante que les es posible. Aquí, en la mejor carrera del mundo, donde los artistas cobran (y no mal) por dar pedales, se dejan ir pensando en esfuerzos futuros que en muchos casos no llegarán. Lo que me sorprende no es que el ciclista coquetee con los límites de la moral deportiva y el tiempo. Me sorprende la justificación y la compasión con deportistas de élite que parten con el único fin de alcanzar la meta no en el menor tiempo posible, sino habiendo empleado la menor cantidad de energías. Para ello, claro, bidones en directo. Antes esta práctica se escondía. Ahora en televisión, sin ningún rubor. Trascoches, repescas, fuera de control casi ilimitado… 
En el Tour ya no es mérito alcanzar París, lo cual se da por hecho. Lo es seguir viendo una carrera que ha mutado en otra. Lo es creer que este deporte es el mismo que hace diez años. Lo es creer que esta versión del ciclismo es mejor que ninguna otra por mucho que exista un ramillete de corredores que muestran un rendimiento extraordinario. Porque en el global no lo es, ni objetiva ni subjetivamente. Si a Brad Pitt le cambiamos el pelo, la nariz, los ojos, los brazos, la voz y hasta el tono de piel, lo mismo hasta conseguimos mejorarle. Pero no sería Brad Pitt. ¿Alguien se imagina una paella que sustituya el arroz por macarrones? Lo mismo hasta sabe mejor, pero eso no es una paella. Lo mismo pasa con el Tour. Y es que esto no es un Tour de Francia. 
Etapas ultra cortas, permisividad de la organización, esfuerzo intermitente, rendimientos extraños, cánones que hasta hace dos días eran mantras. Un auténtico desdibujo constante. La personalidad y la imagen del Tour eran otras. Nadie lo dice, y mi duda es si se trata de ceguera o de interés. Quiero creer que es lo segundo, porque lo primero sí que me parecería preocupante. Lo segundo es el pan de cada día, por desgracia. 
Un doblete que debería ser más histórico que nunca. 26 años ha tardado un ciclista en conseguir reinar en Italia y en Francia, en Giro y Tour. Muchos fracasos en el intento. El último, el de Chris Froome, quien venció el Giro en una edición tan rocambolesca como difícil de comprender desde los prismas del sentido común y después naufragó en uno de los Tours más montañosas de la historia que venció su compañero Geraint Thomas. El último doblete fue logrado, como todo el mundo sabe, por el añorado Marco Pantani en los últimos estertores del siglo XX. Lo hizo tras sudar de lo lindo un Giro donde se tuvo que imponer a Zulle y a Tonkov en su prime. En el Tour, a un Jan Ullrich al que sólo Lance Armstrong fue capaz de detener. En ambos casos lo hizo a través de la épica, y la épica se celebra, más en un escalador que luchaba contra decenas y decenas de kilómetros de contrarreloj en antagonismo a su fisonomía ciclista. 
Etaoa 13 del Tour de Francia
Guillaume Horcajuelo
Resulta que en 2024 el doblete llega de la mano de un ciclista que se ha paseado en Italia, metiendo diez minutos al segundo clasificado y ante un pelotón donde sus potenciales rivales habían desertado, y después en un Tour donde el presumible y esperado duelo de todos los años se ha diluido como azucarillo en café hirviente. Seis etapas, una victoria que recuerda a las de Armstrong en contundencia y además unas cifras que dejan las del americano proscrito en las de un aprendiz de campeón. Superar en cuatro minutos el tiempo en Plateau de Beille del siete veces tachado del palmarés del Tour y en seis el del anterior titular del último doblete es, cuanto menos, digno de boca abierta, más aún con todas las connotaciones que merecen estos dos nombres. Sorprenderse y dudar no son sinónimos de acusar. En los 100 metros lisos sería superar el récord por casi 1 segundo, un 10% del tiempo empleado. Cuanto menos merece un análisis y una pensada. Las conclusiones, de cada uno. Yo, por lo pronto, pido disculpas por ser desconfiado y por haber sido engañado anteriormente. 
Igual que no me termina de cuadrar el rendimiento de Vingegaard, que coincide con el de Pogačar en 2023. Tras una caída que habrá retrasado su preparación y a la que aluden en ambos casos para justificar sendas derrotas, ¿no debería el ciclista ir de menos a más y no al revés? Buen Tour de Evenepoel, quien sin duda merece recuperar para Bélgica el podio en París (Niza) después de tanto tiempo. En este caso, se vive como un triunfo su podio, aunque también se viese implicado en aquella durísima caída de la Itzulia. Será que cada vez entiendo menos de entrenamientos. Antes había carreras de preparación, ahora es llegar de la playa y arrasar en una carrera. No lo pongo necesariamente en duda, conste. Pero sigo buscándole el atractivo a ver cómo un ciclista aplasta al resto entre esa histeria colectiva que comentaba. Y cómo el resto se deja, quizá conocedores de que no tienen nada que hacer. 
Será que entiendo poco de ciclismo y seguramente de todo en general, pero que este sea el bagaje del Tour me parece bastante triste. Añadamos a Carapaz, a una gran última semana de Enric Mas, a Abrahamsen, a Girmay (lo que le va a valer al ciclismo para vender globalización) y a Mark Cavendish. Y poco más. El británico por fin consigue lo que buscaba. Ya es más que Merckx en el histórico. Sin cadena ese día (literal) pese a no haber sido capaz apenas de alcanzar un top 20 en las volatas previas. Para mí, Merckx seguirá siendo el top, si se me permite pensar(lo). Ciclismo de último puerto, sin alternativas ni siquiera por el podio y con el pollo deshuesado desde la cuarta etapa. Otro protagonista fue Marc Soler, y no para bien. 
EFE
Ahora surge el debate de la presencia de Pogačar en la Vuelta. Un triplete sí que sería histórico. Entiendo el no de Vingegaard a la Vuelta porque coincide con la salida de cuentas de su esposa, embarazada, y al final esto es sólo ciclismo. Pero no comprendo que entre discursos y apelaciones a la historia no intenten lograr lo que jamás logró nadie. Entiendo el no por el estrés, el tiempo fuera de casa… pero… ¿los argumentos? Correr la Vuelta sería terrible para su carrera a largo plazo, en palabras del entorno de Tadej, pero los JJOO, el Mundial, Lombardía no. Tampoco preparar clásicas y dos Grandes Vueltas. Ya digo, será que he dejado de entender de ciclismo y de preparación. Pero viendo el estado de forma que se gasta el esloveno, la superioridad con la que mira a sus rivales y dándonos cuenta de que los rivales en la Vuelta serían más fáciles, te planteas si efectivamente el ciclista no estará perdiendo una ocasión única de quedar en la historia. 
Mientras tanto, el Tour anuncia que la tendencia irá a peor. Cuestionamiento de las etapas llanas en lugar de cuestionar la actitud del pelotón. Un análisis certero que está generando una evolución del ciclismo inédita hasta la fecha. ¿Mejor? A mí, desde luego, no me gusta un producto cada vez más encaminado a vender el producto a los shares de audiencias que a coronar al antaño considerado mejor corredor del año. El ciclismo es otra cosa, era otra cosa. El Tour, ese último bastión de la tradición, ha caído. Así que, como bien ha decidido Vingegaard, haremos caso a los limones, a la limonada y a la vida, que va por delante del ciclismo, y dejaremos paso a quienes disfruten del que yo considero actualmente como ‘cicloturismo profesional’. 

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