Mikel Landa y la extinción de los dinosaurios

La vida es dura, el ciclismo también. Los landistas sabían que esto podía suceder. Los no landistas, también. Llega la Vuelta a España a Izki, en Álava, patria chica de Mikel y se vivió la peor de las pesadillas. El vasco, imaginamos, iba rezando para que la etapa, como la anterior, fuese a título de inventario. Vamos, un trámite. En cambio, Richard Carapaz, ex compañero del vitoriano, vareó el grupo como si de una vid se tratase. Algo vería. La Rioja alavesa tardó poco en mostrar el gran fruto, que era el quinto clasificado, con opciones claras de subir al podio de Madrid. El ecuatoriano y su equipo distribuyeron las piezas de ajedrez por todo el tablero y las usaron con astucia y sapiencia, en contraposición a un T-Rex que parecía estar dirigido por dinosaurios de verdad. Tanto fue así que los maillots rosas volaron, uniendo socios una vez coronada la cima.


Eso ofrece más lecturas, porque el mismo líder, aislado de compañeros a esas alturas, hizo aguas. Los rosas empezaron a correr a la desesperada, alentados por un Juanma Gárate que ya hacía de estas cuando era corredor. Resolvió Decathlon pronto, ante una creciente oposición que incluía a los hasta entonces inmóviles pupilos de Enric Mas y Primoz Roglic. El balear debe enterarse de una vez que, aunque se parezca, no es una fotocopia del esloveno y que hay una contrarreloj el último día. Si Mikel ha perdido el apellido en su casa, qué varapalo sería perder una plaza de podio en la etapa que parte de las instalaciones de Telefónica en homenaje a la marca. Sería un boomer de manual.


O’Connor supo sufrir y Valentin Paret-Peintre más. Enlazó con el grupo, se puso a tirar y parecía eso, que volaba en parapente. Hacía tiempo que no se veía una cintura tan fina en el pelotón. Decathlon se organizó y cazó. Pero no se paró, porque había una presa quedada y que era Mikel Landa. Solo, mantuvo la compostura como el gran ciclista que es. Delante pasaban varios equipos, cazando a algunos compañeros que iban por delante en una fuga de una treintena. Los Soudal tenían a tres hombres, y fueron parando a sus pupilos tarde y mal. Mal porque cuando la situación era insalvable dejaron sin opción de victoria de etapa a uno de los más fuertes, al italiano Cattaneo. El ciclista se paró a una docena de kilómetros para llegar a meta, entre malas caras y un dedo amenazante que salía del coche de Wilffred Peeters. Pena que los belgas no estén rodando un documental estilo los de Movistar, porque la llegada al bus y al hotel debe haber sido antológica.

Landa tuvo que remar en solitario, con el leve relevo de un motivadísimo Cristián Rodríguez y la ayuda casi por compasión de Guillaume Martin. Sus compañeros tardaron en ser alcanzados, quizá entre la sorpresa y la incredulidad. Quizá ante la falta de instrucciones. Ya darían explicaciones, ya. El resultado fue que su líder sale casi del top ten, una maniobra que reduce los aspirantes al rojo y que obliga a la machada a los demás. Landa estaba desmoralizado quedándose incluso de los compañeros de grupo. Llegó con Adam Yates y Sepp Kuss, sus nuevos compañeros en la general. Bienvenido a su nuevo nivel. Ahora, sin ataduras ni responsabilidades, como él mejor funciona, esperemos lo mejor de él en la etapa del sábado, con puertos y motivos para reivindicarse.

Cuestión aparte es añadir esta escena al maltrato que Mikel ha sufrido por parte de sus equipos. Ahora no era una cuestión de liderazgos, sino de estrategia. Los coches han hecho mucha pupa a su carrera, es un hecho. Desde aquel Astana que le aconsejó mal y dirigió peor camino de Sestrieres a aquel Sky que tiraba por detrás mientras él aguantaba el candelabro a Contador en sus días crepusculares donde era casi inofensivo. Cuántos podios perdidos. Ahora en la Vuelta, una foto que le falta, deja marchar sus opciones, con el dolor en el orgullo de haberlo hecho en casa, donde más esperaba brillar.