Ricardo y Javier Otxoa fueron brutalmente atropellados por un turismo mientras se entrenaban en las proximidades de Cártama (Málaga). Fue tal el impacto que Ricardo falleció en el acto y Javier, que resultó gravemente herido, pudo sobrevivir, no sin dificultad, y competir como deportista paralímpico.
Si bien es cierto que la relevancia ciclista de Ricardo Otxoa no será recordada, ya que, de hecho, acababa de recalar en el Kelme tras recalificarse como amateur tras su paso por la ONCE. No había tenido oportunidad de estrenar su palmarés. Ni siquiera de soñar con hacerlo.
Javier Otxoa saltó a la fama el 10 de julio del año 2000, apenas un año antes, cuando se infiltró en una fuga en la primera etapa pirenaica del Tour de Francia. Aquella novena etapa el ciclista del Kelme saltó del pelotón en compañía de Nico Mattan y Jacky Durand. Este último no tuvo capacidad de resistir el ritmo de ambos y terminó por ceder y regresar al pelotón.
El belga y el español relevaban perfectamente, con el primero llevando el peso en el llano y el segundo en las escaladas. Llegó el primer puerto serio, el Marie Blanque, y ambos separaron sus destinos. El corredor nacido en Barakaldo probó suerte por la gloria, pese a que la idea era hacer de puente para un ataque lejano de Escartín y Heras, como así fue, en el Aubisque.
Cuanta más ventaja tomara, mejor. Cuantas más fuerzas conservara, mejor. El ‘problema’ llegó con la subida al Aubisque. Los líderes atacaron y distanciaron a Armstrong, Zulle, Pantani y Ulrich, los grandes capos de aquel grupo. Llovía a mares, las piernas dolían, la selección proseguía lo natural y poquito a poco la ventaja de Javier descendía. Sin embargo, nunca lo hizo a tal velocidad como para pensar que su éxito pudiera estar en riesgo.
El problema tomó forma en el inicio a la subida final. Ya con la estrategia redefinida y el corredor vasco dispuesto a luchar por la gloria, los ataques en el grupo de los favoritos comenzaron a llegar. Zulle puso un ritmo brutal que destrozó el grupo. Pantani le superó con rabia. Armstrong pasó a ambos y se dirigía a la meta con un ritmo endiablado, estrenando el famoso ‘molinillo’ y abriendo un mundo con el resto de contrincantes.
Pronto se vio que era un duelo entre dos: Otxoa y Lance. Ahora sí que la ventaja desaparecía de forma alarmante y las fuerzas de Javier comenzaban a brillar por su ausencia. El fino escalador de Kelme logró la hazaña, tras 160 kilómetros en fuga, y Armstrong vestiría un amarillo que no dejaría escapar hasta París. Por si fuera poco, pudo vestir el maillot de la montaña durante algunas jornadas. Fue su día grande, con todos los periódicos narrando la gesta en portada.
Aquel ciclista de 26 años llegaba a la flor de su carrera, a los mejores años de su vida, incluso. Se hablaba incluso de que gozara de un peldaño superior en el equipo debido a la marcha de Heras, Rubiera y Escartín del equipo. Sin embargo, no fue posible.
Pudo lograr éxitos en el deporte paralímpico, sobre todo en Juegos Olímpicos. Fue maravilloso poder disfrutar de él durante algunos años más. En 2018 falleció. Una noticia que cayó como jarro de agua fría y que nos recordó lo frágiles que son los ciclistas en la carretera y la importancia de respetar las medidas de seguridad en adelantamientos y cruces. Dos buenos ciclistas que no tendrán jamás la oportunidad de lograr los sueños por los que tanto trabajaron desde niños. Una injusticia que nos debe permitir a todos reflexionar.
Foto: Sirotti