Vincenzo Nibali vuela sobre los adoquines del Tour 2014

Vincenzo Nibali ganó el Tour de Francia del año 2014. Se menospreció esa gesta debido a los abandonos prematuros de Chris Froome y Alberto Contador, alegando que no se trató de una lucha cara a cara, sino de un año de transición en la carrera francesa. Un periodo de entreguerras que aprovechó el entonces ciclista del Astana para adjudicarse el maillot amarillo definitivo. Algo que, contrariamente a la opinión de muchos, no resta mérito ni entidad a la victoria.

En la línea de salida estaban todos los grandes corredores del momento en lo que a grandes vueltas se refiere y el único que consiguió marcar la diferencia fue él, Lo Squalo. Cuando Chris Froome abandonó la carrera, el transalpino ya era líder, ya había puesto las cartas y un aviso sobre la mesa camino de Sheffield, donde empezó esta edición del Tour.

Allí se dio la paradoja de ver al futuro ganador en París marcando territorio, sorprendiendo al pelotón, muy seleccionado en una dura etapa de cotas, para plantarse en solitario en línea de meta y comenzar un viaje que iba a tener episodios muy recordados. El reto no era fácil, se trataba de recuperar el título para Italia, 16 años después del espectacular triunfo de Marco Pantani, y de sumarlo a sus victorias en Giro y Vuelta.

Froome, cabeza visible del todopoderoso Sky y gran favorito por portar el dorsal número uno, sufrió un inicio de Tour accidentado. Las caídas y magulladuras hicieron que el británico se bajase de la bicicleta el mismo día que el caos iba a llegar a la carrera. El clásico pavés instalado en la quinta etapa con lluvia y mal tiempo acechando, un escenario perfecto para que aquellos que tenían depositadas muchas esperanzas en esta etapa pusiesen en práctica el trabajo de tantos meses.

La etapa era corta, partía de la bonita Yvres y coronaba la sucesión de tramos de adoquín en Portes du Hainaut, en Arenberg, nombre mítico del ciclismo y las clásicas de primavera. Muchos ciclistas con el miedo en el cuerpo, aunque otros estaban deseando que este día llegase.

Eran siete los tramos que la dura jornada requería a los ciclistas. La lluvia y el barro se apuntaron a la fiesta, lo que era garantía de maillots y caras sucias en línea de meta. Día dantesco que trajo a la memoria aquella caída de Frank Schleck en 2010, la vez anterior que la París Roubaix acogió al Tour, y que le costaría su participación en el resto de una edición que vio a su hermano coronado como campeón.

Esa desgraciada caída inspiró a Alberto Contador, que era el gran favorito sin Froome en liza. El madrileño prefirió dejarse caer y ceder tiempo, toda vez que su prioridad consistía en no perder la carrera por una caída que afectase a su continuidad en la misma.

Con la precaución del español se alimentó la ambición del maillot amarillo, que puso un ritmo endiablado en los tramos para obtener una ventaja consistente con la que afrontar el resto del Tour desde lo alto de la clasificación. El italiano valoró tomar la salida en Roubaix, pero desechó tal idea debido al riesgo que suponía de cara al mes de julio. Astana trabajó los tramos y a las órdenes de Martinelli se lanzó a la ofensiva.

Un ciclista como Jakob Fuglsang, poco ducho hasta entonces en estas etapas, fue clave en hacer hueco junto a Nibali. El italiano estaba dando un gran paso adelante para llevarse la victoria, siendo tercero en la etapa y teniendo a los favoritos más cercanos, como Porte o Valverde, a más de dos minutos.

Contador cedía tres ante la decisión de minimizar riesgos y quedaba una carrera la mar de interesante con el presumible duelo entre dos ciclistas tan ofensivos y espectaculares. El camino se terminó de allanar con la baja de Contador en la etapa que finalizaba en la cima de Planche des Belles Filles. Una vez ahí, Nibali sentenció la carrera y ya no hubo más que exhibiciones y una cruenta lucha por los otros dos lugares del podio.

Todo debido a la gran operación perpetrada en esta mini Roubaix que fue realmente el punto de ruptura y decisión de aquel Tour. Nibali, un ganador con todas las letras que gracias a aquella gesta pudo convertirse en el segundo italiano que completaba el tridente Tour, Giro y Vuelta.

Fotos: Sirotti