Transcurría el Giro de Italia de 1994 cuando un alopécico italiano llamado Marco Pantani aparecía en escena en el Monte Giovo. No tenía yo conocimiento de su victoria en el Girino del 92, destronando a Belli. De sus buenas etapas en este mismo Giro’94 camino de Lienz o en Campitello. Simplemente Induráin y sus temibles rivales de la Gewiss, junto a Bugno y De las Cuevas ocupaban mi mente. No lo vi venir, periquista como era. No intuí que otro ciclista pudiera pegarme más fuerte aún…
Aquel día camino de Merano me sorprendió. Su ataque a poco de coronar cuando su compañero Chiapucci era engullido por el grupo. El descenso de Monte Giovo dejando atrás a Pascal Richard como si fuera un mero aficionado y ese descaro me llamaban la atención. Horas después en las primeras rampas del Mortiorlo ya me había ganado para siempre. El Mortirolo presenciaba uno de los momentos más bellos de la historia del ciclismo.
Y Pantani se colaba en una fiesta en principio destinada al joven ruso Berzin y a Induráin. Su cabalgada posterior en Santa Cristina, con Miguel apajarado, y su llegada manos en alto en Aprica lo convertían como rezaba el titular de La Gazzetta dello Sport en un mito. Vendrían después muchos momentos inolvidables, muchos sinsabores, mucho Pantani. Marco se convertiría en una auténtica pesadilla para los dominadores del momento. Induráin, Ullrich y Armstrong veían cómo el de Cesenatico los llevaba al límite, llevándose por delante un doblete, el del 98, Giro – Tour, que es el último que se ha logrado y que en Italia no vivían desde el año 52.
También sus desgracias se recuerdan, esos atropellos del 95 que casi acaban con su carrera, ese gato en el Giro del 97. O esa mañana en Madonna de Campiglio que cambió su vida, con ese maldito hematocrito alto, del que nunca pudo reponerse del todo. A pesar de eso, consiguió dejarnos un Giro 2000 guiando a Stefano Garzelli en las rampas del Izoard. También un Tour del 2000 con victorias de etapa en el Mont Ventoux (regalada) y en Courchevel (por puro orgullo). Para más tarde desquiciar a Armstrong camino de Morzine. Y un último aliento en el Zoncolan o en Cascata del Toce en un Giro 2003 tiranizado por su archienemigo Gilberto Simoni.
Han pasado muchos años de aquello, y aún se aglutinan esos recuerdos como si fuera ayer. Uno no puede dejar de pensar en esa bandana sobre la cabeza afeitada que coronaba puertos más imponentes de las orografías francesas e italianas. Porque con los años Marco había dejado de ser Marco para convertirse en el ‘Pirata’. Pero, por desgracia, todo esto acabó de forma abrupta, hace 20 años, en un hostal de Rimini, solo, sin nadie que pudiera evitarlo, de sobredosis. Muchas han sido las informaciones desde entonces, y muchas las demandas de su familia para que se investigue su muerte, y nada parece del todo claro. Salvo que su entierro fue el de un grande, con toda una afición llorándolo y unos rivales sintiendo que una parte de ellos se iba en aquel 14 de febrero de 2004 con la muerte de Marco.
Es por eso y por mucho más que este 2024 vamos a dedicarlo al ‘Pirata’, al escalador de leyenda, a un ciclista querido por muchos, que con sus luces y sus sombras, porque Pantani también tuvo sus sombras, es y será recordado por siempre. Porque el tiempo pasa y en aquel ya lejano febrero de 2004 se acababa un sueño, el de Marco. Pero también el de tantos y tantos aficionados que vieron cómo un ciclismo en blanco y negro, un ciclismo al ataque, de no rendirse, de campeón a lo Gaul y Bahamontes, desaparecía de golpe sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo.
Grazie mile, Marco.
Foto: Sirotti
De Sevilla, Pedro García Redondo es una auténtica referencia en cuanto a historia del ciclismo se refiere. Una auténtica enciclopedia de la historia ciclista, es toda una autoridad en la materia, siendo uno de los historiadores de ciclismo más certeros y respetados. Ahora dirige la sección histórica en Le Puncheur, además de escribir artículos que nos hacen viajar a épocas pasadas y revivir las gestas de ciclistas que ya no están en activo.