Dopaje en la década de los sesenta.

Hace unas semanas, una estupenda entrevista realizada por Xabier Rodríguez al ex ciclista David Etxebarria, y publicada en Jot Down, abría con el siguiente titular: «No considero que mi época sea la más negra del ciclismo, en los 60 había muertes en carrera». Imagino que a Xabier le habrá costado elegir el titular. De verdad. Porque la entrevista es realmente magnífica y podría haber tenido infinidad de diferentes titulares.

Casualidades de la vida, al poco de leer la entrevista y ojeando un libro, me encontré con un texto curioso. Un texto que nos habla de cómo funcionaba la cosa en aquellos años sesenta del siglo pasado a los que se refería David en la entrevista.

Ya sea por un alto grado de desconocimiento de los adversos efectos secundarios, ya sea porque su empleo no tenía tanta carga de “contravenir la ética deportiva” que en los momentos actuales de la historia su uso conlleva. Ya sea por una mentalidad, en aquellos momentos muy extendida entre los integrantes del pelotón, de que ellos eran ciclistas profesionales y estaban en eso exclusivamente con el fin de ganar dinero, como han manifestado algunos de los integrantes de aquel pelotón. Ya sea porque, en aquellos momentos, el deporte no tenía la dimensión social de la que hoy goza y que hace que sus grandes estrellas deban ser referentes y ejemplos de comportamiento de no se sabe bien qué. La cuestión es que, los hechos que seguidamente vamos a narrar, a día de hoy más rayan en lo divertido y anecdótico que en una “lucha contra el dopaje” sistemática y sin cuartel.

En los comienzos de la temporada 1965 el equipo belga Solo-Supéria dominaba a su antojo muchas de las pruebas de aquel inicio de campaña. El reciente fichaje Noël De Pauw, a finales de marzo, ya se había impuesto en solitario en la Gante Wevelgem. Esto, como remate a su victoria, también en solitario y a principios de ese mismo mes, en la Het Volk. Por su parte, Rik Van Looy había añadido a su palmarés la edición de ese año del GP E3 Harelbeke. Y las cinco etapas más la general final que había obtenido en el Tour de Cerdeña.

Capítulo aparte, en cuanto a esta superioridad, merece la París-Roubaix de aquel año 1965 disputada el 11 de abril. En el tramo de Mons-en-Pévèle, el ciclista teutón Rolf Wolfshohl pasaba a la ofensiva y provocaba la escapada decisiva. Tras él se formaba un grupo de trece ciclistas perseguidores. Número que se iría reduciendo a causa de los pinchazos. Nombres como Poulidor, Stablinski, el propio Wolfshohl y Jan Jansen desaparecían de cabeza de carrera. A ocho kilómetros de meta, Rik Van Looy demarraba. Con un enorme desarrollo de hasta ocho metros y medio por pedalada, Rik se acercaba a Roubaix. Vencía. No sólo eso. Era su coequipier Édouard Sels quien conseguía la segunda plaza. La superioridad del equipo Solo-Superia dirigido por Guillaume Driessens se hacía todavía más patente.

Era en este contexto en el que el Senado belga acababa de aprobar una ley en contra del empleo de sustancias dopantes. Así que la Liga Velocipédica Belga (en adelante LVB) se vio en la tesitura de tener que realizar controles antidopaje. En principio a los cinco primeros clasificados de cada carrera. Y en determinadas competiciones a los diez primeros. Los resultados fueron demoledores. Según la primera oleada de datos facilitada por la LVB, desde el comienzo de aquella temporada de 1965, ¡¡¡¡¡todos!!!! los cinco primeros clasificados de aquellas carreras en las que la LVB tenía competencia inspectora debían ser descalificados por uso de sustancias consideradas como dopantes. Resultaba asimismo bizarro conceder el triunfo al sexto clasificado de esas carreras. Un sexto clasificado que ni siquiera había sido controlado…

Cuando una persona de clase media o trabajadora tiene deuda con un banco, la realidad es que tiene un problema. Cuando el titular de la deuda es una gran empresa multinacional, el que tiene el problema no es la gran empresa, sino el banco. De esta manera, ante la magnitud de los datos, a la LVB no le quedó otro remedio que aplazar las posibles sanciones a los ciclistas implicados. Por mucha LVB que fuera, la cruda realidad es que el número y la consideración de los ciclistas afectados hacían imposible su sanción. La fuerza de los hechos.

Martin Van Geneugden ganó seis etapas del Tour en su carrera.

En una segunda oleada de datos, a principios de aquel mes de mayo de 1965, saltaba la sorpresa y el gol en Las Gaunas: la LVB anunciaba que ¡¡¡¡todos!!!! los controles antidopaje realizados en función de sus competencias habían resultado ¡¡¡¡negativos!!!! Sin embargo, a los pocos días, los médicos descubrían el pastel aumentando las dimensiones del escándalo: las orinas analizadas no correspondían a las de los ciclistas controlados. En efecto. Los ciclistas habían adquirido el hábito de acudir a las citas con los médicos controladores, portando escondido un frasco con orina “limpia” de un tercer implicado. En el momento en el que, por intimidad, el médico dejaba un momento sin supervisión a los ciclistas, éstos vertían en el frasco a entregar la orina “limpia” que portaban en el frasco escondido.

Sin embargo, el primer ciclista en aclarar las cosas fue el belga Martin Van Geneugden. Un corredor que ya había abandonado la práctica del ciclismo antes de aquel año 1965. Van Geneugden admitió haberse dopado en numerosas ocasiones y de “sentir todavía sus efectos”. Van Geneugden aportó datos concretos y precisos, como por ejemplo su victoria de etapa en el Tour de Francia de 1960. También aportó los nombres de los productos ingeridos, con sus correspondientes efectos. Las autoridades belgas lo suspendieron de por vida.

Imágenes Belga.